El Juan Barrancas se desperezo y abrazo instintivamente a Sofía ante la penetrante mirada de la tribu que atrapaba toda su atención, con el peinadito punki que traía, la minifalda, arracadotas, botas tumbabanquetas, mientras que el Jhony con su perfil griego, vestido todo de negro con su cabellera resaltaban en medio de los que se cubrían con taparrabos, pieles, plumas coloridas, colguijos, collares de piedras brillantes. La música que había cesado por un instante, resplandeció y cubrió de nuevo la atmosfera en aquel cuadro, el Xólotl Fest, cientos, tal vez miles congregados en los alrededores de la pirámide de Tenayucan, la Ciudad Amurallada, danzando y libando el néctar de los dioses, y ahí presentes del Juan y Chofis registrando en sus mentes el paisaje para la historia de sus aventuras.– Tengo sed, me duele la cabeza, atinó a decir la fémina—, a lo que respondió el vato que la acompañaba,– Pues estas crudita y luego con la bailada de toda la noche, ese slam si que estuvo de larga duración Chofis. Para que te des un quemón flaco jajá.—Y estos compas ¿qué transa? Ya me están dando nervios. Serena morena, usted nomas déjese llevar, son buena vibra, vamos a ver a donde nos invitan un refine para el bajón que la jaira esta gritona al igual que mi tripas. Yo también tengo un hambre de perro, contestó la Sofía. Los anfitriones les abrieron paso y unos niños los tomaron de sendas manos para llevarlos al pie de la pirámide, donde una viejita los saludo afable con una limpia sonrisa y unos ojos que traslucían paz y amor, y con un incenciario empezó a cubrirlos con el humo de copal que penetro hasta la conciencia de la pareja, para luego darle unos ramazos con un frondoso manojos de pirú, flores y otras yerbas, el efecto fue contundente, despertaron de la somnolencia, les invitaron, unos quelites, unos acociles, unas tlayudas de rechupete que combinadas con un neutle de tuna roja, los puso listos para la otra jornada. El Barrancas lío el último cigarrillo de mota que le quedaba, lo prendió e inhaló el humo aguantando la respiración y luego exhaló hacia el azul horizonte, mientras la Chofis lo secundaba, para entonados en calor ascender a la cima del observatorio lunar de Quetzalcóatl y, en fa ya estaban arriba, admirando la vista el cerro del Chiquigüite, el del Tenayo, pero sobre todo la bóveda celeste que obsequiaba un cielo inigualable que a pesar del sol, no se sentían las radiaciones como llegarían a en un futuro próximo quemar la epidermis, elevando y haciendo magnates a inventores de los filtros solares. Ahí en la cima la música volvió regurgitar cual aliento de dragón, y en el cielo todos azorados observaron como una gigante serpiente emplumada planeaba. Mientras donde papaloteaban la Sofía y Barrancas, de la nada surgieron cientos de mariposa multicolores revoloteando para que en un instante emprendieran el vuelo quedando solo dos alados seres de color negro con blanco, para que la música se escuchara a todo decibel y penetrara, rebotara por doquier para no poder dejar de danzar cual slam, levantando la tolvanera de manera ininterrumpida como una baile de la diez mil danzas que reinicio el colectivo hasta el ocaso cuando después de gastar las energías y la suela de las botas negras desfallecieron los danzarines cayendo de nueva cuenta en un profundo sueño…
El desierto de Texas era inclemente, hasta allá había ido a parar Lucio, corrían los días del año de 1946, la cuadrilla dudaba la gota gorda, siempre aventurero y buscando su destino había alcanzado llegar al pueblo de Dow, del territorio arrebatado que algún tiempo perteneciera a México, donde trabajaba para el ferrocarril de Santa Fe. Con el sol encabritado cambiaban la vía de una curva, en un terraplén elevado, andaba desclavando, despaicando, era como decían los gringos, con una barra, metía la uña a la cabeza del clavo y de un palancazo salía el clavo para meter otro clavo, cuando llego el rol master, que aquí será así como el capataz y me pone a un güero que según para ayudarme que según para poner la clabarra, más bien para hacerse güey, era la voz de Lucio, —que escuchaba en sueños el Barrancas últimamente y esta vez en la cima de la pirámide no era la excepción— A lo que le dijo, que el güerito mejor agarrara una barra, que yo no necesitaba ayudante, a lo que el güero se aferro y yo igual arrojando la barra, pues que trabaje tu güero yo no voy a trabajar para que el gringuito se haga pendejo. ¡Eh boy trae la barra! No voy ya no trabajo para ti, ni para Santa fe y que Lucio se retira al que todavía por unas horas sería su campamento, caminando y ya casi para llegar, otro jefe le dijo que regresara al trabajo, pero le respondió negros son tus ojos, viene a trabajar pero no soy esclavo. Y ya no regreso, tenía tres días de cobrar y ahorrados 75 dólares. Al otro día ya no fui, en una bolsa de lona puse mis camisas, zapatos y pantalones , pero otro mexicano cansado de los malos tratos rayando en el esclavismo, el Samuel también puso pies en polvorosa, avanzaron en el Bus Line que pasaba por la avenida y compraron dos boletos que lo arrojaron a Amarillo, para luego transbordar de San Pedro a California. Iban contentos los parnas que viajaron toda la noche para arribar al amanecer, a la salida se encontraron a otro mexicano, ¿son paisanos buscan hospedaje? Sí y que se barato. A seis calles de aquí le dijo Providencio, para que quedaran al puro centavo y seis dólares por semana la renta. Era una pieza con estufa, una ventana que daba a la calle, de los veteranos de guerra, descansaron ese día para el siguiente conseguir chamba en el campo pizcando apio, jitomate, lechuga y lo mejor era que pagaba el mismo día a todo dar 12 dólares por seis horas, recordaba Lucio– junte una lanita y le mandaba a mi jefa. El Sam y Lucio estaban contentos y habían caminado para no ser tratados como esclavos pínches gringos piensan que somos esclavos, apuntaba. Luego conseguimos chamba en una empacadora acomodando cajas, pero que llega la migra y que nos hacemos de la vista gorda, les dijimos que habíamos ido a visitar a unos parientes que ya íbamos a regresar a Texas al Santa Fe jajá. Y al otro día que decidimos irnos a Guadalupe California, y ahí me conocía una señora del Chihuahuita Roil donde nos cobro barato el hospedaje, pero cual pata de perros llegaron a otro rancho donde trabajan en la trilla de la avena. Éramos tres el que paleaba y los que movían la avena era una tolva para donde salía el grano y luego caía en la resbaladilla, el campo estaba por el mar. Luego pasaban los aviones del Army que disparaban entrenando, pero los amigos tendrían que separarse muy pronto…
El cielo cintilaba, se derramaba en candilejas más que luminosas, que maravillaban a los rendidos danzantes en la cima donde ya oteaban las antorchas dispuestas para algún rito, así lo intuyó el Barrancas al observar a su compañera maquillada que realzaba su gracia y juventud y que estaba todavía dormida a unos metros de una enorme fogata, mientras que él había cambiado de atavíos y lucia un taparrabos, andaba descalzo y dentro de sus ser sentía algo inexplicable, no era sencillo expresar porque sentía una serenidad y una paz que nunca había sentido a pesar de que estaba inmóvil y amarrado de pies y manos, pero esa es otra historia….