La película mexicana, La ley de Herodes (1999), se trata de una comedia satírica sobre la corrupción política en México, específicamente durante los mandatos encabezados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La película nos traslada a 1949, donde los habitantes de la localidad de San Pedro de los Saguaros conviven con el nuevo alcalde Juan Vargas (Varguitas), designado Presidente Municipal, tras el linchamiento del alcalde anterior, al intentar escapar del pueblo con el dinero del presupuesto público.
Varguitas afronta su misión, inicialmente, con las mejores intenciones, pero debido al insuficiente presupuesto municipal, el nuevo Presidente entiende que debe arreglárselas solo, modificando a capricho y conveniencia la Constitución Mexicana y, con un arma en el cinto, imponer “la ley y el orden”.
Poco a poco, el nuevo alcalde se embriaga de poder, la corrupción permea con su consentimiento, promete obras inalcanzables, esquilma a los ciudadanos con pesados impuestos y, finalmente, se convierte en un tirano y dictador, capaz de todo, incluso de recurrir al crimen, para conservar el poder.
Aunque esta película tenía el motivo de despertar a la conciencia popular, sobre los abusos, usos, costumbres y liturgia del viejo régimen priista, en un período crucial hacia la transición en el gobierno federal (previo a las elecciones del año 2000); la temática parece adaptarse a la nueva realidad en México, con el nuevo régimen pejista.
No muy ajeno al memorable Varguitas, López Obrador busca anteponer su idea de lo justo, por encima de la Constitución y de cualquier ley. Si bien, no suprime los artículos de la Constitución rayoneando los textos que le son incómodos y lo limitan de poderes, para sobrescribir en propia mano los nuevos mandamientos, a su antojo y conveniencia; AMLO experimenta de manera tosca y rústica, con argucias administrativas y argumentos legaloides, nuevas formas de pasarse a la Constitución y al Congreso por el “Arco del Triunfo”.
Ahora resulta, que el poder de su firma se impone por encima de todo proceso legislativo y jurídico; el capricho por dictar sus normas morales e ideales personales, de lo que cree que es justo, a través de memorándums administrativos, lo eleva por encima de todos los poderes constitucionales.
Ahora, no sólo es el titular del Poder Ejecutivo, también filosofa e interpreta sobre su concepto personal de justicia, desplazando al Poder Judicial, y redacta súper memorándums que suprimen las leyes y abrogan la Constitución, relegando al Poder Legislativo.
La pirámide legislativa se ha invertido de un solo plumazo del Presidente de 4ta., ahora serán los informes y las notificaciones administrativas las que rijan por encima de todas las leyes: los memos y las circulares, por encima de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan.
Sin duda, López Obrador está dando visos de su ADN de viejo PRI, al mismo estilo de Varguitas, pretende aplicar la Ley de Herodes. Estamos siendo testigos de una visión absolutista del poder y de las tenciones despóticas del gobernante; se asoma la cresta de una dictadura de 4ta.
El nuevo régimen transita gustoso a ese viejo sistema político donde una sola persona gobierna con poder total, sin someterse a ningún tipo de limitaciones y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad, a punta de memorándums.
Las nuevas generaciones están por experimentar esa vieja forma autoritaria de gobierno, caracterizada por el poder absoluto de un solo líder, llamada: Dictadura.