El calor era de los mil infiernos y Margarita se quitó el chal que llevaba y había quedado en su vestido, que por la humedad era ya transparente y le entallaba cual doncella del trópico, su figura exudaba una pasión costeña que ¡ay mamita! y que distraía la mente del Juan Barrancas, no se podía sustraer al igual que la chiquilla que le mandaba un cambio de luces, unas miradas que matan de pasión, que estaban por desbordarse cuando de manera intempestiva la prima de la diosa Rarotonga se desvaneció del calorón, se desmayó, quedando suelta, lacia, lacia, apenas se percibía su aliento por lo que el Juan siempre a las vivas se espantó canijo y ya disponía de darle respiración de boca a boca cuando se escucharon unos gritos y luego unos pasos a donde estaba con la perlita durmiente.
Era su imaginación no había nadie, pero en el movimiento para auxiliar a la guajira una caja de libros de consulta, unas enciclopedias de las más pesadas le cayó en la mera cabezota al Johnny, quien quedó inconsciente, profundamente adormecido y su mente con la abolladura de las joyas del conocimiento empezó a volar, estaba en la cantina favorita, en el Bar El Sol, los vodkas tonics, eran su bálsamo del amor perdido, de sus tardes de escritura inmediata, se creía el Jack Kerouac, su desahogo para recordar a la que se fue.
Con la humedad del grano ruso mitigaba su pena, escuchando la inspiración del gran compositor Pedro Flores en la voz de La Leyenda, el Javier Solís: “Amor perdido si como dicen/es cierto que vives dichosa sin mí/vive dichosa quizá otros besos/te den la fortuna que yo no te di./Hoy me convenzo que por tu parte/nunca fuiste mía, ni yo para ti/ni tu para mí, ni yo para ti/Todo fue un juego nomas que en la apuesta/yo puse y perdí/Fue un juego y yo perdí/esa es mi suerte/ y pago porque soy buen jugador/ Tu vives más feliz/esa es mi suerte/ ¿Qué más puede decirte un trovador?/Vive tranquila, no es necesario/que cuando tu pases me digas adiós/No estoy herido y por mi madre/no te aborrezco, ni guardo rencor/Por el contrario junto contigo/le doy un aplauso al placer y al amor/que viva el placer, que viva el amor,/ahora soy libre quiero a quien me quiera/¡Que viva el amor!”
Qué bien le salía el sentimiento de la fractura amorosa de su aguardentosa voz y ya luego se le querían agregar otros adoloridos, pero él los bateaba, les decía cantando con un sentimiento que infligía respeto recordando a la romántica voz del fresota Germain de Los Ángeles Negros: “Déjenme si estoy llorando/Si un consuelo estoy buscando/Quiero estar solo con mi dolor/ Si me ves que a solas voy llorando/Es que estoy de pronto recordando/A un amor que aún no consigo Olvidar/Déjame si estoy llorando/Es que sigo procurando/En cada lágrima darme paz/Desechándola se llena el alma/Si ha sufrido perdiendo la calma/Y yo quiero olvidar que tu amor/Ya se fue/Si me ven que estoy llorando/Es que solo voy sacando/La nostalgia que ahora vive en mi/No me pidan ni una explicación/Si es que va a dañar mi corazón/La felicidad que ya perdí/ y anegado en este mar de llanto/Sentiré que no te quise tanto/Y quizás me olvidare de ti/Déjenme/Déjenme/Déjenme si estoy llorando/Déjenme, si estoy llorando/Que no puedo soportar/Vivir sin ella ni un minuto más/Déjenme solo..”
Y el Barrancas terminando la canción ya estaba solo y su sombra traviesa empujándose otros tragos hasta que se le acababan los peniques y ahuéqueba el ala, se iba a su chemovil, el datsun color Resistol amarillo 5000 que le traía aquellos recuerdos cuando en el periférico la pérfida lo emocionaba con los cambios de velocidad, y ya en el mirador galáctico las machincuepas del Márquez de Sade ejercitaban el músculo, de Sade un autor que lo llevo a la quintaesencia y lo sublimó hasta la levedad del ser en la compañía de quien ahora era ausencia.
Estaba en esas el Barrancas, recordando, cuando le hablo el Kasi, quien sabe que quisieran decir con lo de Kasi, era cuando se empezaron a usar los teléfonos celulares, sonó y sonó, no quería que lo molestaran pero vio que era el Kasi, era su amigo, que digo su hermano más que colega, andaba chupando a unas cuadras y lo invitaba a la Perla del Caribe, otro bar de lujo y además los tragos donde quieran lo humedecen a uno decía el sabio de Chupicuaro, hasta el mismo chocolate le pone.
Caminó relax y antes de entrar al bar le echo ojo a las tortas de pierna, pero la llamada de auxilio no podía esperar, cruzo el umbral ahí con la mesa llena de vasos estaba solo el Kasi, sí que se veía mal, ¿qué paso mi Kasi? Estaba inconsolable la Pantera lo había bateado, la morena de fuego que traía de piel, y que tantas envidias le causaba le había dicho adiós, hasta la vista beibi, sabes contar no cuentes y el cabezotas, no lo asimilaba, ya le relataba el momento del rompimiento. Me dejo la negra Barrancas, lloriqueaba, cuando un rayo también fulmino al corazón del Johnny Barrancas, recordó que también a él le habían soltado que “los zapatos ni a fuerza” y así había valido calabaza.
Así son las canijas viejas mi Kasi, pero ya se te pasara veme a mí ya llevo como año y medio y todavía me acuerdo, pero no me duele como ayer, consolaba el Juan, quizo ser gracioso, para animar a su amigo, compañero en desgracias amorosas, cuando alguien en la rocola echaba unas monedas para que con una voz diáfana y blusera escucharan a la Betsy Penanins con aquella rola dedicada contra los que atraviesan el puñal por el pecho: “Por un amor/Me desvelo y vivo/apasionada/Tengo un amor/Que en mi vida dejó/Para siempre amargo dolor/Pobre de mí/Esta vida mejor que se acabe/No es para mí/Pobre de mí/!Ay corazón!/Pobre de mí/No sufras más/Cuánto sufre mi pecho/Que late tan solo por ti/Por un amor/He llorado gotitas de sangre del corazón/Me has dejado con el alma herida/Sin compasión…” Al término de la rola chocaron los vasos los pinches chillones. ¡Por ellas aunque mal paguen! lanzaban al viento, cuando llego el mesero con la cuenta, ¡ah uta pues que rompimos! págueme por favor y le sirvo otra vez. Sin chistar el Kasi saco unos billetes toscos pago y pido otra botella, ya mejor vámonos mi Kasi, propuso el Barrancas, cuando cruzando el umbral del programa de Los adoloridos de la Sinfonola la mera-mera, mejor dicho del Bar La Perla, venía la Negra, la Pantera, bien salerosa moviendo el bote con su sonrisa de te amare toda la vida, con sus feromonas mareapendejos, caderas de selva tropical y defensas que subyugaba al más brioso, pero que enfermaban de pasión jarocha a los hombres hasta desquiciarlos, hacerlo llorar como niños, pero no venía sola, los adoloridos de la temporada la vieron y les quedo el ojo cuadrado al ver a su acompañante, pero esa es otra historia…