Si, así se conoce. Todos los que llegamos a recorrer hace años esos lugares sabemos que la referencia para entrar a Cuautitlán México era la Iglesia del Cerrito, sitio donde tuvo lugar la Quinta Aparición de la Virgen de Guadalupe, pero que los pobladores y lugareños identificaban más como la Casa de Juan Diego. Por ahí pasaban los camiones que venían del metro Politécnico y del metro Toreo. También pasaban las “combis” o “peseros”, antes de que existieran los “micros”.
Es la ruta para llegar a la Catedral y al jardín de la cruz atrial. Por el mismo camino, se llega al mercado y al jardín municipal, mejor conocido como el jardín del mercado. Ahí mismo se hacía el “tianguis del martes” que era un verdadero espacio del comercio al menudeo, lleno de tradición, colorido y herencia histórica: la magia que tenía era única. Había de todo, para los paseantes era sorprendente conocer ese espacio público dedicado a la venta de productos perecederos, artesanales, de animales en pie y de remedios caseros, para curar desde una gripa, dolor de garganta, tos hasta las reumas y la caída del pelo.
Sólo Juan Rulfo podría estar a la altura de describir aquél lugar tradicional, expresión tangible de nuestra fusión cultural, donde se difundían los poderes curativos del gordolobo y el té de boldo, pasando por las cápsulas de víbora de cascabel y la carne seca de zorrillo. Con rigurosa puntualidad, en el mismo lugar y a la misma hora estaba el merolico pregonando, a todo pulmón, lo que sabía decir, que nunca comprobó, pero que vendía semana a semana.
Siguen ahí los negocios de las familias viejas o tradicionales de Cuautitlán: Fantini, Baldor, la casa de pinturas sobre la avenida principal, el restaurante “La Pagoda”, mariscos “Los Jarochos”, la paleteria, las taquerías, los elotes asados y el puesto de los sopes, que no tiene otra cosa que un poco de salsa y de repollo, pero son únicos en el centro municipal. A decir de los viejos, ese fue el ambiente que se vivía en aquél Cuautitlán de Romero Rubio, el de la prepa del Ingeniero Palma y que ahora ha cambiado a Cuautitlán México: intransitable, poco aseado y desordenado.
Era y es una tradición en la región acudir a escuchar misa los días de fiesta y celebridad a la Iglesia del Cerrito; entre ellos, el 12 de diciembre, día nacional, pero sobre todo espiritual, de fervor y devoción a la Santísima Virgen María de Guadalupe. Son miles los peregrinos que se congregan para rendir homenaje a la Virgen y para pedir o cumplir alguna promesa. La celebración coloca a la Iglesia en el segundo lugar del fervor Guadalupano. Año con año marchan en procesión los del mercado y los trabajadores de las grandes empresas cercanas al lugar.
Todavía, las familias de Cuautitlán México se preparan para recibir a los peregrinos que vienen a la Iglesia del Cerrito, para luego encaminarse a la Villa, lugar donde está la Basílica de Guadalupe. Todos buscan refugio y un espacio donde dormir, asearse, ir al baño o reunirse a conversar vivencias, los pormenores de su travesía. Por eso, las familias del pueblo se organizan y apoyan a los peregrinos, a los migrantes movidos por la Fe.
La autoridad, que debe ser la organizadora de la atención a los visitantes, desde hace mucho se esfuerza poco para dar impulso a esta tradición. Los peregrinos padecen más las inclemencias del tiempo y sufren las escasas facilidades. El reconocimiento a una tradición única poco a poco se está perdiendo, aún cuando nace de una creencia inculcada desde los abuelos, los padres y que espera ser trasmitida a los hijos. Es el culto de la esperanza, de los valores y los principios de la religión católica, que es la mayoritaria en la región, sin negar la existencia de las otras creencias.
La visión de corto plazo de la autoridad, cambió el colorido de pueblo, de provincia y de sabor a Metepec, Malinalco, Amecameca, Valle de Bravo, Tepotzotlán y de Toluca. Es probable que, con un poco de mayor visión, Cuautitlán sería apreciado, porque realmente lo es, como un espacio para la reflexión, para la espiritualidad porque ahí existe un lugar santo, sagrado como Santiago de Compostela, el Cristo del Corcovado en Brasil, la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la Basílica de San Marcos en Venecia, la Basílica de Guadalupe, la Sagrada Familia de Barcelona, San Juan de los Lagos, Chalmita y muchos otros lugares que son venerados, protegidos y proyectados en otras partes del mundo. ¿Acaso no lo merecemos? Ni pensarlo, lo inmediato es hacer conciencia de que lo tenemos, de querer hacerlo grande, para rescatarlo del atraso, el abandono en que se encuentra y entregarlo a nuestros hijos, como una herencia de vida.
Qué no harían los estadounidenses, los japoneses, los chinos o los franceses si tuvieran entre su patrimonio cultural e histórico un lugar como la Iglesia del Cerrito? Sin duda, no habría cantinuchas, “lonchatas”, Table Dance ni barrio rojo en ese suelo sagrado. Tampoco estaría sucio como luce cotidianamente el perímetro de la Iglesia. Al menos existiría respeto para los fieles que quieren cruzar la calle para asistir a la ceremonia litúrgica. Es evidente el descuido en que se encuentra y, sin la autoridad, no se puede avanzar. La temporalidad y levedad del gobernante poco han contribuido a dar impulso a la Iglesia del Cerrito, ahora Santuario de la Siempre Virgen María de Guadalupe y Casa de San Juan Diego, gracias a lo que el Papa Amigo, Juan Pablo Segundo, le regaló a México.
Los esfuerzos del Señor Obispo, Don Guillermo Ortiz Mondragón y del Rector y Párroco del Santuario, Alejandro Torres López son invaluables, aunque poco apoyados y atendidos. Tal vez, la autoridad sienta apremio por otros medios para cambiar de actitud. Afortunadamente, no son los actos a los que quieran recurrir los fieles a San Juan Diego para mover la voluntad del gobierno. La mejor presión es la que nace de las ideas y de escuchar los puntos de vista del otro; y esto será posible si el gobernante atiende y entiende el reclamo social.
Un Plan de Desarrollo Urbano no es únicamente para construir vialidades para los coches, el transporte público o de carga; es fundamentalmente un instrumento técnico para el desarrollo integral de un municipio que tiene tradición y vocación para el comercio y la prestación de servicios. Cualquier arquitecto, urbanista, ingeniero responsable hubiera puesto en valor la importancia del corredor turístico, cultural e histórico que nace del Santuario de la Siempre Virgen María y Casa de San Juan Diego, pasa por la Catedral y llega al mercado y jardín municipales, lugares que son el corazón del Centro del Municipio. En pocos años, en el municipio han crecido los centros comerciales; mientras los locatarios del micro y pequeño comercio están desapareciendo. A falta de un Plan Integral de Desarrollo Urbano, es evidente el incrementado del comercio informal en la vía pública y giros regulares que denotan desconocimiento de la vocación económica del municipio y la región.
Buscando las coincidencias, estamos a tiempo de evitar más daños y en el momento para actuar con mayor sensibilidad por el bien de Cuautitlán. Es impostergable la protección y desarrollo del corredor del Santuario como lugar sagrado, pero también como un núcleo duro para la recuperación comercial y turística del municipio. Del lado de la Diócesis de Cuautitlán están trabajando responsablemente, el Obispo Don Guillermo Ortiz Mondragón y el Presbítero Alejandro Torres López, solo falta que la autoridad asuma la parte que le corresponde. No es exclusividad o favoritismo hacia una creencia religiosa, es por el bien del municipio que ha visto como pierde su papel protagónico en el desarrollo del Estado de México.
Gobernar es la posibilidad del acierto y el error. Es el momento de situarse del lado del acierto -o si se prefiere- es la oportunidad de correr juntos el riesgo y de abandonar el aislado protagonismo del gobierno.