La mayoría de gobernadores, presidentes municipales, senadores, diputados locales y federales han dejado solo al presidente de México. Reiteradamente, forman parte de la lista de invitados a los eventos oficiales, están atentos al saludo presidencial, buscan el mejor lugar para estar a su lado, lo acompañan a sus reuniones, acuden a su llamado, por lo regular hablan bien de él cuando les preguntan sobre alguna decisión tomada; incluso, detienen cualquier cosa de sus administraciones locales o agendas municipales para cumplir con la cita al llamado presidencial. Desafortunadamente, son mera forma y nada de fondo o, lo que es lo mismo, mucha actuación con cero resultados. A pesar de su protagonismo, a veces extremo, sus acciones están lejos de ayudar al Jefe del Ejecutivo. Alojados en la comodidad del cargo, esperan los acontecimientos para encontrar salida a la casi nula existencia de resultados positivos en las tareas a su cargo.
En el caso de los gobernantes de oposición, dirán algunos que su papel es estar en contra de lo que diga o haga el presidente, incluso mostrarse valientes en declaraciones contrarias es sinónimo de congruencia opositora. Por lo tanto, no tienen por qué apoyar acciones provenientes del Ejecutivo y menos discutir con seriedad alguna iniciativa de su adversario. Triste formación, pero es la tendencia que define a ese corte de gobernantes cuyo destino manifiesto es la oposición por sistema. El daño que provocan no lo padecen los miembros de sus partidos o clase política, mucho menos los que ocupan algún cargo. Lo que consideran una posición justa y hasta democrática, la sufren los sectores más pobres, los más vulnerables, precisamente aquellos por los que dicen luchar, por los que dicen que México debe cambiar.
La pobreza, consecuencia del modelo económico, se hace más dolorosa por la pobreza de las ideas, por las posiciones que únicamente buscan llegar y mantener el control del poder político. Los ejemplos están a la vista y la derrota de la alternancia como fuente de cambio también: Oaxaca, Guerrero, Sinaloa, Michoacán, Sonora, Tlaxcala, Puebla, forman parte del monumento al fracaso de la oposición en funciones de gobierno, precisamente porque se deben a una competencia meramente electoral, sin fondo, sin proyectos, sin ideas o modelos de desarrollo. Penosamente en nuestra incipiente democracia únicamente se confrontan intereses de los grupos que compiten. Ya no quieren gobernar porque eso implica trabajar, su idea es administrar los fondos públicos y cómo hacer negocios que salpiquen a sus seguidores o patrocinadores.
En la otra esquina, donde se alberga el dolor humano, están los pobres pidiendo lo mismo que hace décadas y las zonas marginadas siguen su inexorable crecimiento. De esta tendencia no escapa el Distrito Federal que tiene geográfica e históricamente una posición envidiable, misma que le permite mayores márgenes de negociación política, sin que hasta ahora se destaque una forma diferente de hacer o ejercer el gobierno. Regalar dinero público a cambio de una estructura electoral, que produzca votos, no es diferente a lo que criticaban de sus competidores.
Penosamente, ser de otro partido es tomado, en automático, como ser de oposición. La definición es absurda y simplifica la inmadurez política que padece el país. Ser de oposición no necesariamente debe ser porque los gobiernos se originaron de procesos electorales con siglas de partidos diferentes. Ni tampoco debe ser un estado permanente de actitud o una posición contraria a todo lo que proponga del adversario. La oposición tiene que estar ligada, o debería, al contenido de una propuesta. Hasta ahora, la mayoría de expresiones opositoras se derivan de un acto de revanchismo o a la implementación de una estrategia de desgaste al adversario. No se requieren mayores estudios para saber los resultados de esa forma de ejercer la política, están a la vista y se pueden corroborar caminando por las calles de cualquier centro urbano, colonia, barrio, pueblo o ranchería: marginación y abandono social en todas sus magnitudes y expresiones.
Del lado de los que apoyan al gobierno están los aduladores de todo, los políticos que traen el aplauso integrado y listo para detonarlo en cada discurso al que asisten. A la menor provocación o crítica salen como toros de lidia a envestir al ingrato que no sabe apreciar las buenas decisiones del jefe. Algunos hasta spots hacen o buscan a los medios de comunicación para difundir su posición de apoyo ante una iniciativa o decisión tomada. Su actuar es tan penoso como ridículo. No escatiman recursos para “salir en la foto” y se meten a la dinámica de una defensa apasionada, colorida y hasta folclórica. Se esmeran en organizar eventos y giras para adular, salir sonriendo y saludando a otros que también son aduladores o acarreados que quieren que ya termine el encuentro, al que fueron convocados, para ir a disfrutar de su despensa, vale de gasolina, del fertilizante prometido o entrar a la lista de algún programa social.
Al final de su teatral participación, en nada ayudan al presidente de la República. Los resultados de sus gobiernos locales o administraciones municipales están ligadas a una profunda corrupción actuante, a la manipulación de los programas sociales, al dispendio de los recursos públicos, al libre albedrio que provoca el estado de ánimo del presidente municipal o del gobernador. No hay avances ni un mínimo de saldo positivo. Su estrategia es simple, básica y efectiva: trasladar toda responsabilidad al otro, aunque este sea el presidente de México. Si llueve o hace calor hay que solicitar ser declarado zona de desastre; ante el incremento de la inseguridad hay que decir que se debe a la presencia del crimen organizado y eso no es su competencia; si faltan escuelas, infraestructura urbana hay que decir que están listos para coadyuvar con el gobierno federal. Y así se la llevan. Casi todos, están endeudados, en tal circunstancias buscan reestructurar sus compromisos para tener más recursos que puedan aplicar en su beneficio, no de la ciudad o pueblo que gobiernan.
Dicen apoyar las labores del presidente, pero sus gobiernos no tienen idea ni rumbo y mucho menos resultados que realmente pudieran contribuir o ser un apoyo a los esfuerzos del Jefe del Ejecutivo. Ahí está Chihuahua, Coahuila, Jalisco, Quintana Roo, Durango o Veracruz que reiteradamente están en los medios nacionales por actos contrarios al desempeño de un buen gobierno o, al menos, de uno que se aplique con mayor compromiso. Un día son masacres, al otro secuestros de indocumentados, narco bloqueos, al siguientes son sequias, actos de corrupción extrema, fugas de centros penitenciarios, asesinatos de miembros de la clase política, empresarios o periodistas; en suma, son gobiernos que no tienen un solo programa digno de destacar o acción de gobierno que merezca algún reconocimiento. Resulta cínico, pero cómodo, venir a la ciudad de México para hacer fila en los Pinos o en la Secretaría de Gobernación y pedir apoyo de la Federación. Entre ellos, más recursos, más policía federal, más presencia del Ejército o de la Marina y el colmo, pedir más ayuda a los ciudadanos para resolver problemas provocados por su ineficiencia y deshonestidad.
En el ámbito de algunos legisladores: senadores, diputados locales y federales las cosas son más penosas, son fuertes candidatos para ser miembros de la más reconocida compañía del teatro guiñol. Dicen representar al pueblo y constitucionalmente esa es su responsabilidad jurídica e histórica; sin embargo, han sacado de las cámaras legislativas el debate de los problemas que integran la agenda nacional o de los estados miembros del Pacto Federal. Se debate en las calles; se tira línea en los medios: la televisión, la radio y la prensa escrita, dejando como espectadores a los legisladores. Es un Poder Legislativo enmudecido, que se aplicó la mordaza por decisión propia. Culpan al Pacto por México, que es una iniciativa del Poder Ejecutivo Federal, de su lamentable desempeño, pero en el fondo es su mayor línea de confort, aprobar sin debatir, sin desgaste y a esa aberración llaman civilidad política. Si hoy les dicen que voten una iniciativa en sentido afirmativo y mañana la misma en contrario, lo harán sin ningún remordimiento. Dicen, suponen o piensan que ayudan al presidente cuando en realidad lo debilitan y, lo que es más desafortunado, suponen que están contribuyendo al progreso del país, cuando en realidad lo están violentando.
La suma del todo tiene a México en grave riesgo. La inestabilidad social es resultado de la simulación política. Desde cosas pequeñas, acciones de rutina, hasta las más fuertes, como pueden ser las iniciativas hacendaria y energética, deben ser atendidas con responsabilidad social y política. Levantar el dedo y ordenar, porque se tiene el poder para ello, puede resultar lo más cómodo y fácil, pero constituye una señal equivocada con el riesgo de terminar con la tolerancia social.
Ayudar al presidente es más que declarar en su favor, es más que protestar por costumbre: ayudar al presidente es una ocasión histórica para cambiar a México y eso sólo puede darse en libertad y bajo las reglas de una democracia, es decir, debatiendo lo mejor para el país.