Una mujer egipcia publicó, en su portal personal, una fotografía suya donde aparece desnuda como forma de reivindicar la igualdad de las mujeres y denunciar la violencia de género. De inmediato, un grupo de hombres organizados en algo que se llama Coalición Egipcia de Graduados en Derecho Islámico, presentaron una denuncia en su contra por “violar la moralidad, incitar a la indecencia e insultar al Islam”, además de intentar difundir su ideología obscena por medio de fotografías de desnudo. La mujer podría ser llevada a juicio y recibir un castigo público, incluso ser condenada a la pena de muerte, de acuerdo con la Ley Islámica. Ni más ni menos.
Eso en aquella parte del mundo; pero acá, en México, en el histórico, multicultural, tan visitado e internacionalmente conocido estado de Oaxaca, a una mujer no la dejaron tomar posesión del cargo de Presidenta Municipal de su pueblo por ser mujer y tener una profesión. Así de absurdo e increíble. Eso pasó en el municipio de Santa María Quiegolani, Oaxaca, lugar donde el gobierno ha estado exclusivamente en manos de los hombres por la absurda tradición de usos y costumbres. Eufrosina Cruz Mendoza, indígena zapoteca, ahora es diputada local y Coordinadora de Asuntos Indígenas. Los dos casos son una muestra extrema de las desigualdades históricas entre mujeres y hombres.
Afortunadamente, en los últimos años, la violencia contra las mujeres ha despertado una mayor atención. En principio, por el activismo de mujeres que desde su labor individual o colectiva han presionado para ser escuchadas, pero indudablemente por la labor de los profesionales de la salud que atienden de manera directa casos de violencia y maltrato a las mujeres, en su mayoría víctimas de la cultura del “macho”. El tema, también ha sido abordado por organismos internacionales, entre ellos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y diversas agrupaciones de derechos humanos que se convierten en opciones de ayuda ante la omisión de las autoridades locales, que minimizan el valor social de la mujeres, donde fácilmente pasan de víctimas a ser señaladas como responsables o provocadoras del maltrato denunciado.
Los daños provocados a las mujeres van desde efectos psicológicos, médicos, económicos hasta la violación a sus derechos políticos. Se sabe que las mujeres maltratadas sufren en mayor medida de gripe, dolores de cabeza o de articulaciones, cambios de ánimo, ansiedad o angustia, inapetencia sexual, irritabilidad, insomnio, fatiga permanente, autodevaluación y depresión.
En la formación del “macho” es recurrente la utilización de usos y costumbres que motivan la permanencia de roles y reglas que son trasmitidos como valores en las relaciones familiares. De este modo, el machismo se interpreta como un conjunto de creencias, actitudes y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: por un lado, la polarización de los sexos, es decir, una contraposición de lo masculino y lo femenino, que los hace diferentes y mutuamente excluyentes; por el otro, la superioridad de lo masculino en áreas consideradas exclusivas para los hombres.
Esta relación crea roles de género sumamente rígidos que imponen barreras a la comunicación, provocando que los hombres se atribuyan una serie de derechos sobre las mujeres, entre los cuales está la prerrogativa de vigilar, juzgar y, en su caso, castigar las conductas que les parezcan inapropiadas; es decir, las que no concuerdan con el modelo de mujer con el que se identifican o bajo el que fueron educados.
Esta deformación provoca diversas manifestaciones de violencia. La mayoría de las agresiones contra las mujeres son cometidas por hombres, cercanos como novios, cónyuges o ex cónyuges. De hecho, la presencia del consumo de alcohol y la farmacodependencia incrementa la proclividad a la violencia. En general, el machismo sirve de trasfondo ideológico porque justifica tal violencia como un castigo merecido y promueve la complicidad del entorno familiar y social; inclusive la impunidad por parte de las autoridades.
Está demostrado que el maltrato tiende a ser más frecuente y con mayor dureza en épocas de transición de una sociedad dominada por la tradición, las costumbres o formación de creencia religiosa a otra de mayor igualdad entre sexos. En la medida que las mujeres estudian, trabajan, ganan dinero, controlan su fertilidad y ejercen sus derechos civiles plenos, la situación cambia más rápido, superando las formas de sometimiento impuestos por tradición.
En México, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), el Instituto Nacional de la Mujeres (Inmujeres) y el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo de la Mujer (Unifem), levantaron una “Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en el Hogar” en donde se encontró que casi el 47 por ciento de las mujeres había sufrido algún tipo de violencia en los doce meses anteriores: el 38 por ciento había sido víctima de al menos un incidente de violencia emocional, más del 9 por ciento de alguna forma de violencia física, el 7.84 por ciento de al menos un incidente de violencia sexual y el 29 por ciento de violencia económica ( es decir, su pareja le quitó o usó sus pertenencias en contra de su voluntad o bien la controló al no darle dinero).
Son datos reveladores de lo mucho que falta por superar en cuanto a la condición social de la mujer. Es fundamental contar con un tipo de autoridad capacitada, actualizada y entrenada para atender los casos de maltrato a la mujer. No basta con el conocimiento de los procedimientos jurídicos y la aplicación de la sanción; es prioritario contar con capacitación en el manejo de otras fuentes de información que auxilien y amplíen el criterio del juzgador ante el fenómeno social de la violencia de género. Se requiere de una mayor especialización por parte del personal responsable y de unidades particulares, donde se atienda el fenómeno social que está rompiendo los equilibrios de nuestro entorno social. Ahí están los casos del maltrato a las mujeres migrantes a los Estados Unidos y las 57 jóvenes desaparecidas en lo que va del 2011 en México.
Para conocer un poco más sobre el tema, es interesante leer el libro: “El Machismo Invisible Regresa” de Marina Castañeda. Vale la pena.