NAUCALPAN, Méx.- Aunque nunca abastecieron de agua a la ermita de la Virgen de Los Remedios, para lo cual fueron edificados en la época colonial, los “Caracoles” y Los Arcos que se encuentran en lo que se llamó cerro de Otoncalpulco, no fueron del todo inútiles, ya que con el paso de los siglos se han convertido en un símbolo, representativo no sólo de la zona, sino de todo Naucalpan.
La historia de la construcción del acueducto y los sifones, conocidos como los caracoles, está estrechamente ligada al proceso de evangelización de los indígenas de la región, en su mayoría otomíes que habitaban pueblos como Tlatilco, Totolinga, Totoltepec, Nopalla, Ocipaco y Chimalpa.
Cuenta la leyenda que motivó la construcción del templo en la cima del cerro de Otoncalpulco, que en su huida de los mexicas, durante la Noche Triste, un soldado español escondió, en ese lugar, debajo de un maguey, una imagen de la virgen, misma que fue encontrada años después por un cacique indígena.
Una primera ermita fue construida en el pueblo de San Juan Totoltepec, pero en 1574 el Cabildo de la Ciudad de México ordenó que se construyera una nueva en la parte más alta de Otoncalpulco. Ahí empezaron los problemas de abasto de agua, porque si bien, la fe mueve montañas y separa los mares, no llevaba el vital líquido hasta la cima del cerro.
En 1616, el virrey, Diego Fernández de Córdoba, ordenó que se le otorgara una “naranja de agua” (1.1 litros por segundo) a la ermita, para su limpieza y el sustento de la gente que asistía al lugar. Según referencias históricas documentales, el líquido sería traído del ojo de agua de San Francisco Chimalpa, que se encontraba a legua y media de distancia, 8.3 kilómetros.
En 1620 se inició la construcción del acueducto, el cual contemplaba la edificación de dos sifones, cuyo propósito era evitar el aire entrara al caño cerrado que conducía el agua, lo que ocasionaría que el líquido no llegara a su destino.
Todo el trabajo fue en vano, el agua nunca pudo alcanzar la cúspide del cerro, a pesar de que en la segunda mitad del Siglo XVIII se intentó nuevamente hacer funcionar el acueducto, del que sólo quedan los arcos y los sifones.
Los 50 arcos fueron construidos con piedras obtenidas de las canteras de San Lorenzo Totolinga, que se unieron con mortero de cal y arena; abarcan una longitud de medio kilómetro, y en su parte más alta alcanzan los 16 metros, en tanto que los sifones tienen un diámetro de 8 metros en la base y una altura de 23.
Aunque en algunas partes se encuentra grafiteado, el destino del Acueducto de Los Remedios, no fue llevar agua a la ermita de la virgen, sino convertirse en parte del patrimonio cultural de nuestro municipio, el cual debemos preservar.
* Las fotografías antiguas, del Archivo Histórico Municipal y del Archivo Histórico del Agua.