Han transcurrido cien días.
Andrés Manuel López Obrador comenzó su sexenio con una velocidad impresionante, vertiginosa.
Se han sacudido los símbolos del autoritarismo y se ha cambiado la forma de gobernar.
Se vaciaron Los Pinos.
Se abrió Palacio Nacional.
López Obrador le ha dado a México una Presidencia austera, distinta, extraña, con la legitimidad que le dieron 31 millones de votos de electores hartos de los abusos y del cinismo del PRI, del PAN y hasta del PRD.
Se levanta diariamente a las 5:20 de la mañana para leer los periódicos, checar información de internet y caminar.
Se reúne con su gabinete de seguridad a las 6 de la mañana y da su conferencia matutina, mejor llamada mañanera, desde donde gobierna, dicta agenda, manda.
Aunque su arranque fue lento, hoy domina el rating.
Está hasta en spotify.
Y su popularidad, lejos de disminuir, ha aumentado.
De 66 por ciento que tenía cuando llegó, hoy ronda el 86 por ciento.
Su relación con todos los grupos de poder cambió.
Con los medios de comunicación se lleva bien, pese a ejercer su derecho, dice, de responder, de reaccionar, de replicar.
Con los empresarios, abrepuertas de La Mafia del Poder, ha tenido diferencias y una relación tirante, pero estable.
Ha sido un presidente que, afanoso por cumplir sus promesas de campaña, ha tomado decisiones polémicas y poco populares.
El objetivo es ahorrar, no malgastar, ha dicho.
Su estrategia de entregar los recursos directamente ha sido calificada como una forma de armar un respaldo político rumbo a las elecciones intermedias de 2021 que le harían prácticamente invencible en 2024.
Canceló el Nuevo Aeropuerto en Texcoco; abrogó la reforma educativa; desapareció el Estado Mayor Presidencial (EMP); envió el avión que no tiene ni Obama a un deshuesadero en California; viaja en vuelos comerciales; no utiliza autos blindados; sólo trae una escolta –ayudantía– de veinte jóvenes, mujeres y hombres, y ya subastó 218 vehículos machuchones, blindados, de lujo.
Recortó el salario de los funcionarios de su gobierno y les puso tope salarial de 108 mil 556 pesos –el suyo–; despidió a más de 400 mil trabajadores del gobierno federal, prácticamente de todas las dependencias, y ha ordenado una austeridá republicana en su administración.
Y si no alcanza, amenaza, se pasará a la pobreza franciscana.
En la lucha anticorrupción inició un combate a la ordeña de los ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex), porque se robaban 80 mil barriles diarios –en noviembre reportaron 134 mil en un solo día–, que derivó en una escasez de gasolina en enero que se prolongó, al menos, quince días y que tuvo su clímax con la explosión de Tlahuelilpan, Hidalgo, el viernes 18 de enero donde, hasta ahora, suman 135 muertos.
Adquirió 671 pipas sin licitación –por la emergencia, dijo– para transportar el combustible, cerrar los ductos y dejar secos a los cárteles de chupaductos, llamados huachicoleros y se contrató a dos mil choferes que ganan 29 mil pesos mensuales.
La primera decisión importante fue el gasto 2019; la segunda, la estrategia energética del sexenio; y la tercera la aprobación de la Guardia Nacional.
Hasta ahí pareciera, aunque escandaloso y doloroso, todo bien.
Con mayoría absoluta en las Cámaras de Diputados y Senadores –en la primera es calificada–, ha hecho las reformas que ha querido.
Ha utilizado las consultas públicas para avalar la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la construcción de la termoeléctrica en Huexca, Morelos, y más.
Aprobó su fiscal carnal, donde colocó a Alejandro Gertz Manero, su incondicional desde el GDF (Gobierno del Distrito Federal), se hizo del control del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (vulgo Trife), al tirar a Janine Otálora Malassis y colocar a Alfredo Fuentes Barrera.
Y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) también tiene un ministro a modo con Arturo Zaldívar Lelo de Larrea en lugar de Luis María Aguilar Morales.
Poco a poco se ha asentado.
Las crisis
No todo ha sido bien recibido.
No ha sido un día de campo, pese a que la oposición no existe, no gravita.
No hay un personaje que sea el López Obrador de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña.
Ni se ve en el horizonte.
Por conveniencia, por miedo escénico o por mediocridad.
Andrés Manuel no tiene un contrapeso.
Su estrategia para rescatar a Pemex y construir una refinería en Tabasco no fue bien vista por las calificadoras – conservadoras y fifís- y vino la tormenta.
Standard&Poor’s, Fitch Ratings, Moody’s y la que se le ocurra emitieron un alerta: poco viable inversión en la petrolera, gasto social aumentado como jamás en la época reciente y sin incremento sustancial en los ingresos.
El proyecto de crecimiento fue ajustado hasta 1.5 y 1.7 por ciento.
El promete más e insiste en que están equivocadas.
Y mientras se desarrollaba esa polémica, el recorte a las estancias infantiles –de 4 mil 200 millones de pesos a 2 mil 300– con la entrega de recursos directamente a las madres que trabajen y a los padres solos, así como el anunciado ajuste en los refugios a mujeres maltratadas dominaron el panorama.
Han estallado huelgas, atribuidas a Napoleón Gómez Urrutia y su nueva CTM; la criminalidad se ha intensificado, con ejecuciones en Quintana Roo, Chihuahua y la CDMX.
Satisfecho
Andrés Manuel es un político experimentado.
Sabe lo que hace, aunque a veces no es preciso.
–En comunicación estamos logrando el propósito: que se comunique lo que se está haciendo.
Y nos sale sin costo, porque no tenemos contratos con empresas.
Anteriormente se contrataban. Hasta de twitter, de feis, hay contratos.
Nuestra cuenta es orgánica, o sea no pagamos publicidad.
Es importante el alcance.
Todo esto se debe a un buen trabajo de la coordinación de comunicación Esta es la segunda ocasión que Andrés Manuel respalda en público a su vocero y coordinador de comunicación, Jesús Ramírez Cuevas.
Tenemos el informe y no lo doy a conocer, porque involucra a medios y a periodistas, porque es una forma de dar un servicio y cobrar.
Sencillamente nosotros ya no compramos esos servicios.
Vámonos: ‘¡Va a vencer, va a vencer, el feminismo va a vencer!’
Día Internacional de la Mujer.
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