“Ya llegue de donde andaba se me concedió volver/ a mí se me figuraba que no te volvería ver/ ya llego el que andaba ausente y ese no consiente nada…” cantaba el Moctezuma Byron Tlacuilo, mejor conocido como el “Huarache Veloz”, un flaco barbón melenudo con su paliacate que usaba como diadema en la coronilla, cuatro ojos, que le hacían ver de una manera profunda y una sonrisa a flor de piel, como si los alucinógenos y de tocho morocho que circulaban por sus venas le permitieran levitar con las correas cruzadas en las plantillas de hule de llanta que le daban el sobrenombre. Leyendo la “Gaseosa Electrica”, caminando y cantando, escribiendo en un cuadernillo, sobre las lúgubres calles de aquel poblado, donde intempestivamente se escuchaban los truenos en el cielo retumbar.
“Ya me reconocieron y hasta cohetones echan para darme la bienvenida”, se leía en la mente de Moctezuma. Hace tanto tiempo que no regresaba a aquel bendito lugar de donde no debía haber salido, pensaba. “Todo por no hacerle caso a mis mayores”, en eso apareció el delicado sonido de un violín, con aquella dulce melodía que lo hizo detenerse en la sombra de aquel pirul. Yo a ti te conozco bacalao aunque vengas disfrazado, le espeto el neonómada que apuró el guaje que traía como cantimplora, tu tocabas en ese grupo de pocas tuercas, ¿Cómo se llamaba? Ahh sí Deliriums Tremens, un rock progresista que te elevaba a la máxima potencia, recuerdo aquellos alucinantes y fractales conciertos en el teatro de la Ciudadela. Como si le hubieran pinchado el trasero, el músico salió escabulléndose, había tocado una fibra profunda de su corazón y sus recuerdos. El Huarache vio como desapareció esfumándose su sombra por las callejuelas, voltio a mirar hacia el infinito y atisbó las lucecillas de las estrellas y sus recuerdos escaparon a la Montaña roja de Tlapa por Puebla, había llegado en misión de trabajo como bibliotecario, para ordenar una biblioteca, valga la “rebusnancia”, patrocinado por el Ministerio de Educación Pública, iba viajando por aquellos caminos olvidados de Dios en una “troca” toda desvencijada que de milagro avanzaba por las veredas borrachas-mezcaleras y salitrosas de aquellos lugares donde el paisaje eran huizaches y polvo y más polvo solo lo reconfortaba aquel azulado cielo que se trocaba a rojo, iluminado por un candente astro rey, sentado como Horacio con una nalga en el espacio, en la orilla de la cheyen apá. Ya iba con el “bajón” después de cinco horas de camino de haberse dado un “churro” de cannabis en aquel hotel del México Profundo, apenas para aguantar la cruda realidad. Los viajeros de las alturas empezaron a bajar a su destino, pero él siguió hasta el último pueblo, hasta la cima, donde ya por fin el chofer le grito ¡ya llegamos joven! presto Moctezuma salto, después de dar algunos pasos y empezar a reconocer terreno, un viejo bigotón y sombrerudo con su ropa raída y polvosa se le abalanzo para cuestionarlo a la brava ¿tu quien jijos de la tiznada eres y que andas haciendo por acá fuereño? Mostrando un filetero, que le pareció más un machete, Moctezuma Veloz se quedo congelado, lo más que atinó a balbucear fue “yo solo vengo a trabajar, soy persona de bien” una risotada demoniaca se escucho en la plomiza calle, “ya me descubrieron” pensó el Moctechuper, las estridencias llamaron la atención de otro paisano que acudió al auxilio del forastero. ¡Ya Melquiades no molestes a los visitantes, que bienvenida le das al maestro! ¿Maestro? sí yo soy el maestro que viene a montar la biblioteca por el Supremo Gobierno, se compuso el Moctezuma, agradeció el paro al otro sombrerudo, quien le dijo como llegar con el presidente municipal, su mala suerte no termino ahí, el jefe político montañés, otro bigotón se encabritó porque lo materiales de la capital no habían llegado y ¿cómo iba a instalar el mobiliario, los libros, la colección infantil, las obras de consulta? tendría que esperar al día siguiente.
Recelosos los pueblerinos lo miraban con ojos de ¡este jijo de su chincueta ya nos chingo nuestra biblioteca! Pues aquí no hay hotel donde pueda hospedarse le dijeron, aquí a los visitantes como usted los alojamos en la cárcel municipal, tiene suerte porque está solita, así es que usted sabe si se queda o regresa por donde vino, tanta amabilidad abochornó al Moctezuma y apechugó, su desgraciada humanidad fue a parar a una fría celda donde su único pensamiento era que amaneciera para irse a la grandísima Ching Gada donde no lo amaran como en aquella cima del cielo. El cansancio del viaje lo venció y soñó que aquello era una pesadilla, en sus horridos sueños escuchó los programas históricos de Radio Programas de México, la imagen se filtraban de la casa de su abuela Emilia, aquel era su favorito y el de la voz en off salía “gentil y caballeroso con las mujeres, defensor de los niños y los ancianos, azote de los malhechores, ¡Kaaaalllliiimmaaaaann el hombre increíble! serenidad y paciencia mi pequeño Solín, el que domina todo domina la mente, medita mi pequeño amigo… estaba en esas sabias palabras, cuando cantaron los gallos a las cinco de la madrugada y se despertó con el amanecer ranchero, pero se volvió a los brazos de Morfeo hasta que lo fueron a levantar y le dijeron que ya se habían comunicado con las autoridades virreinales de la santa mocha ciudad poblana y que no llegarían los materiales porque lo más conveniente era que fuera ahuecando la suite presidencial, pero para su mala entraña el camión de redilas que lo transportaría a la cabecera regional saldría hasta las doce pero de la noche. El día resulto de los más soporífero, el calor era atosigante hasta el culo y lo único que lo consoló fueron el mezcal y las cervezas que almorzó y ceno con unos frijoles y unas tortillas tiesas, se entabló, le dio la despedida aquel pueblo olvidado del Todopoderoso, el camión iba cargado de mercancías y arriba apenas alcanzo lugar en los Traslados de Horacio “viaje siempre con la otra en el espacio” el “mueble” emprendió la marcha, la máquina rodante rumiaba cual animal enfermo, por el escape como anticipando una aventura y lo fue así, la llanta trasera salió disparada al vacío de la barranca, a la de sin susto, los campiranos se bajaron e hicieron camino al andar con los ruidos de la noche, los aullidos de los coyotes, los cincuates. Moctezuma se encomendó a Quetzalcóatl y corría casi tirando el bofe, tratando de seguir el paso de aquellas sombras acostumbradas a aquella oscuridad iluminada por una luna brillante y cientos, miles de estrellas cintilantes que se desparramaban del universo. Pasaron las horas y como todo un bordeliner dio lustre a su apodo ¡Huarache Veloz! que al escucharlo lo sacó de su ensoñación, ¡qué paso hijo de mi corazón cuantos kilos sin verte! Dame un abrazo, no sabes cuánto te han extrañado las almas en pena de este pueblo, desgobernado ahora si vas a saber a amar a Dios en tierra ajena, ¡Ah chinga que no estoy en mi pueblo querido San Lucas Matoni! Bienvenido al Mictlán, pero esa es otra historia…