Ligada a la suerte de Cortés, Malinali —o Doña Marina— se mantuvo fiel a la causa de los conquistadores y sus aliados indígenas; lo que en el fondo se puede interpretar como una actitud en contra de la opresión de la que eran víctimas los pueblos que tributaban al imperio de México-Tenochtitlán. No fue una alianza con los europeos ni obediencia ciega a unos extranjeros que venían a conquistar nuevas tierras y tesoros para España y su rey. En el contexto que da la distancia y los trabajos realizados sobre la conquista, la actitud de la traductora está vinculada a una lucha por la libertad y la justicia de todos los señoríos obligados a tributar y a entregar a sus hombres y mujeres para el sacrificio a los dioses, en particular a Huitzilopochtli, el favorito del pueblo mexica.
Si bien no fue la primera traductora de los soldados españoles, a ella corresponde encabezar la primera y decisiva marcha de un conquistador hacia México-Tenochtitlán, la tierra donde los españoles creían que se daba el oro. En 1517, Francisco Hernández de Córdoba, en su expedición hacia la península de Yucatán, llegó a un punto que bautizaron como “El Gran Cairo”; ahí libró una batalla donde tomó prisioneros a “dos indios, ambos bizcos, a quienes llamarán Melchorejo y Julianillo y serán utilizados como los primeros traductores de los españoles en México” .
Los dos pasaron mucho tiempo al lado de los europeos, pero Melchorejo, aprovechó la oportunidad de escapar, durante en una incursión de Pedro de Alvarado en la batalla de Tabasco. Malinali tampoco fue la primera mujer en viajar en una expedición con los españoles.
El segundo grupo de exploración hacia nuevos territorios lo encabezó Juan de Grijalva. Salió de Cuba el ocho de abril de 1518 para llegar, días después, a la isla de Cozumel. Ahí se les unió una mujer jamaiquina que había naufragado, junto con su marido y diez pescadores más. El mal tiempo los arrastro a la isla y ahí fueron capturados y sacrificados por los mayas. Al salir de Cozumel, hacia Champotón, se llevaron a la viuda que hablaba el maya, para que sirviera como mensajera. En este viaje, la expedición llegaría a Tabasco por un río al que bautizarían como Grijalva.
Un año más tarde, cuando Cortés llegó a Cozumel encontró a un español que los mayas tenían como esclavo. La lamentable imagen física del náufrago fue tal que sus mismos compañeros no lo alcanzaron a reconocer. Identificado como Jerónimo de Aguilar cuenta que, al enterarse de la presencia de los españoles, buscó a otro compañero que vivía en una condición similar a la de él, de nombre Gonzalo Guerrero que prefirió seguir entre los mayas que volver con sus paisanos.
Con Jerónimo de Aguilar y Dona Marina, los conquistadores reúnen a dos de sus principales armas. Los dos son intérpretes fundamentales en su expedición. Ella traduce del náhuatl al maya y Aguilar del maya al castellano. “Marina, en efecto, habla el náhuatl, por ser su lengua natal, y el maya, por haberlo aprendido en Tabasco. De esa manera se organiza un sistema de traducciones que habría de funcionar con éxito a lo largo de la conquista” . Principalmente, Cortés y Marina van a ser una sola persona; “Doña Marina, es la sombra de Cortés, su eterna compañera. Los códices aztecas la pintan, de manera invariable, cerca de la silla de tijera de conquistador ataviada con su túnica flotante y brotándole de la boca un manojo de coruscantes jeroglíficos” .
Desde marzo de 1519, esta insustituible mujer lo acompañó en las grandes batallas de la conquista, entre otras tareas, fue traductora para el entendimiento entre señores, tlatoanis y españoles. La niña que nació en Painala, un pueblo cercano al río Coatzacoalcos, que tuvo un padre cacique que la vestía de oro, mantas y plumas de colores de pronto se quedó sola, vendida y esclava, pero tuvo la fortuna y el valor para destacar del grupo de mujeres que sus dueños tabasqueños habían regalado a los españoles. Ya con el poder que le otorgaba estar siempre al lado de Cortés, el teule mayor, volvió a ver su madre y medio hermano, pero no reprochó nada, simplemente los perdonó. Su presencia es indiscutible, su influencia está fuera de dudas.
Durante la conquista, cada triunfo de Cortés era en parte triunfo suyo. Sin duda, la mayoría de las negociaciones diplomáticas hubieran fracasado, y muchas de las maniobras políticas de Cortés, falto de hábiles intérpretes, no habrían resultado eficaces… su conocimiento del alma indígena, su tacto y su inteligencia constituyeron para Cortés una colaboración insustituible. En otro aspecto, Marina fue un soldado más en la conquista. No abandonó su puesto al lado del extremeño en las horas de mayor peligro; entró con él a México; sufrió el desastre de la Noche Triste y, aunque con frecuencia no se la mencione sino como la “lengua”, puede sentírsela tremendamente activa en toda la campaña .
Antes de su llegada triunfal a Tenochtitlán, Cortés llegó a la isla de San Juan de Ulúa, el 21 de abril de 1519, lugar donde fundó la primera ciudad y primer ayuntamiento del país: la Villa Rica de la Vera Cruz. Luego avanzaría a Cempoala y de ahí partieron “el 16 de agosto de 1519, acompañados de mil seiscientos indígenas totonacas aliados” . Con ellos inicia su camino hacia Tenochtitlán.
En su marcha al centro del imperio, combatieron duramente con los valientes guerreros tlaxcaltecas, con quienes al final logran sellar un pacto político y militar que será decisivo para la conquista y caída del imperio mexica. De esta manera, Cortés sigue su ruta hacia Cholula donde condicionan su entrada a que no lo hiciera acompañado de sus aliados tlaxcaltecas. Así lo hizo y tuvo un recibimiento amable, pero breve. Al poco tiempo dejaron de recibir víveres para la tropa. El motivo fue que los cholultecas y mexicas preparaban una traición para ejecutar a los visitantes extranjeros y sus aliados, principalmente a sus odiados enemigos los tlaxcaltecas.
Doña Marina se entera de la trampa en contra del ejército aliado y evita que esto suceda. Cortés reacciona violentamente y cita a los nobles, tamemes y demás hombres de guerra en un recinto amurallado. Con la ayuda de los intérpretes Aguilar y Marina les dice que él vino en son de paz y ellos han querido asesinarlo. La orden es brutal; acorralados mueren tres mil indios, más los muertos tirados en las calles el número llegaría a seis mil. Incluso, muere el Tlatoani de la ciudad y Cortés nombra al sustituto, en franco desafío al emperador Moctezuma.
“Suena un tiro de arcabuz y los españoles entran en los patios espada en mano… Para los tlaxcaltecas ha sonado la hora de una venganza largamente aplazada… y son los mismos españoles los que al final, cansados de tanta ferocidad, protegen de sus aliados a sus enemigos los cholultecas…” .
En los últimos días de octubre, el capitán y sus hombres deciden salir de Cholula y toman rumbo hacia nuevas rutas sugeridas por sus aliados y en ellas continua su política de alianzas en contra de los mexicas y su gobernante Moctezuma. En cada lugar que aparece confirma la debilidad del imperio por el odio generalizado de los pueblos sometidos. Su marcha militar siguió por “los poblados de Tlalmanalco, Amecameca, Chalco, Mixquic, Tláhuac, Xochimilco, Iztapalapa, Culhuacán y Mexicatlcingo” . En todos, Cortés se reunió con la élite indígena y escuchó lo que ya había conocido desde su llegada a San Juan de Ulúa, Cempoala y Tlaxcala: la dureza con que eran tratados por los mexicas.
Resignado al augurio, al mito, Moctezuma, el tlatoani mexica, no combatió la llegada de Cortés a San Juan de Ulúa, tampoco hizo mucho por detener su marcha hacia México Tenochtitlán, en vez de ello envió regalos con oro, para pedirle que no llegara a sus dominios. Desde entonces pensó que se trataba del regreso del dios blanco y barbado Quetzalcóatl.
Poco antes de llegar a Tenochtitlán, el ejército aliado de españoles e indígenas se dirigió hacia Coyoacán, donde los esperaban los señores de Texcoco, Iztapalapa, Tacuba y Coyoacán. Luego de este recorrido, el encuentro anhelado por Cortés y el confundido y resignado Moctezuma se efectúo el 8 de noviembre de 1519, acompañado de doscientos nobles.
El encuentro entre los dos fue traducido por Doña Marina. Imaginemos a una mujer indígena en medio de dos hombres y figuras de poder. Uno que llegaba a conquistar un imperio y obtener riquezas; y, el otro, que con su derrota daba paso a la conformación de una nueva raza, la mestiza y, con ella, el nacimiento de un nuevo país multicultural. Bien vale recordar y reconocer la tarea principalísima de Doña Marina, mujer plena y sensible que superó los retos del anonimato para ser protagonista de un hecho extraordinario: la conquista de México.