La ciudad de México es un bastión de la izquierda, electoralmente bien estructurado por Andrés Manuel y sus operadores; el gobierno hizo cuanto estuvo de su lado para consolidar una base de apoyo social suficientemente fuerte para ganar la elecciones que, en este caso, eran ejercicios coyunturales. El resultado no estaba a discusión ni a debate; incluso el PRI y el PAN ni siquiera se preocupan por designar o elegir un candidato para bien competir, sabían que sería una campaña testimonial. Los más acertados estrategas se preocupaban por no perder tan feo, tan distante del ungido por el PRD.
La legitimidad ganada por el cardenismo, la consolidación del movimiento social de López Obrador y, aunque no tan contundente como sus antecesores, la continuidad de un gobierno de libertades ciudadanas, incluidas la minorías, de Marcelo Ebrard hicieron de la ciudad de México una entidad definida electoralmente para la oposición de izquierda, con o sin elecciones. De hecho, es la ciudad o entidad federativa que en automático coloca a su gobernante como un serio aspirante a la presidencia de la República.
Tanto el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como Andrés Manuel López Obrador fueron jefes de gobierno y candidatos a la presidencia de la República y ambos con altas posibilidades de haber ganado la elección federal; incluso, existe una percepción popular acerca de que los dos ganaron los comicios, pero el fraude se interpuso para dar la victoria a sus oponentes. Marcelo Ebrard quiso, pero no pudo o se echó para atrás. Sin embargo, para la que viene ya se está moviendo, con todo lo que esto pudiera significar para el nuevo gobernante de la ciudad.
Digamos que esta condición es extraordinaria para el PRD, su clase política, su militancia y estructuras territoriales; sin embargo, eso abre la ruta de una debilidad de fondo: cualquiera puede ser el candidato y ganar. En un escenario consolidado de esta manera, la elección interna anima a muchos a pelear por la candidatura, el que sea, todos tienen derecho —legítima y legalmente a hacerlo— porque basta con ser el candidato, esperar la jornada electoral y ganar; es decir, ser el nuevo jefe de gobierno de la ciudad más importante del país y, con la ayuda de los medios que son buenos para alimentar las vanidades de los políticos, ser considerado aspirante a la presidencia de la República.
Sea aceptado o no, es el modelo diseñado por el PRI, donde el hecho de ser candidato ya te daba el derecho para ser considerado el próximo mandatario, gobernador o presidente municipal. Los policías, militares o marinos se empezaban a cuadrar con el saludo a la altura de la ceja; mientras para el que se iba, el saludo era notablemente más abajo.
Lamentablemente para la izquierda organizada política y electoralmente de esa forma, el desgaste del modelo ya está entre sus filas. Los que fueron aspirantes a la candidatura, en el proceso del 2012, se empeñaron en ganar los afectos de la clase política, incluso recurrieron a los medios como el gobernador mexiquense, sin lograr los resultados de este. Fueron imitadores poco efectivos, pero hubo por ahí uno que se les coló y, como los caballos que alcanzan, ganó. Experiencia, formación política, hombre de ideas progresistas, formado en la doctrina y principios de la izquierda, parece que no. Su éxito fue que retrataba bien, simpático, amable y hasta bonachón. Su ruta fue fácil: aspirante, candidato de unidad y jefe de gobierno. Buen candidato, sí; ¿buen gobernante?, está por verse, pero lo visto hace suponer que no.
Todo iba bien, hasta que alguien le dijo que en el cargo se trata de gobernar, de tomar decisiones, de ser político y buen administrador, pero sobre todo, saber moverse en la escena política nacional. No es un gobernador común, es el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, donde están los Poderes de la Unión, la UNAM, el IPN, la CNDH, la PGR, las sedes nacionales de los partidos, los centros de operación de las televisoras con cobertura en todo el país, los periódicos y periodistas de mayor relevancia nacional, etc.
Cuauhtémoc tuvo su distancia con el presidente Salinas y eso fortaleció a la izquierda en su conjunto, la hizo más fuerte y con altos niveles de legitimidad; Andrés Manuel López Obrador marcó la tendencia política y de los programas sociales al presidente Vicente Fox y Marcelo Ebrard Casaubón se sostuvo en su relación distante con el presidente Calderón. A pesar de esa lejanía política, el Distrito Federal logró mejoras presupuestales, realizó obras trascendentes y consolidó programas asistenciales que se reproducen en el orden nacional.
La diferencia es que aquellos eran políticos y lo siguen siendo; pero el Jefe de Gobierno en funciones parece que no lo es tanto. Eso ya lo sabían en la filas del PRD, pero no podían o no pueden hablar mal del camello. Lo grave es que ahora lo saben en el gobierno federal y en el PRI, en caso del PAN da lo mismo. Es decir, poner al más popular, al más carismático, incluso al menos fuerte, en competencias político-electorales ya definidas puede no resultar una buena decisión, porque se pone en riesgo la continuidad en el ejercicio del poder. Este parece ser el escenario del gobierno del Distrito Federal.
Sin experiencia política, sin equipo para gobernar, con el desgaste natural de sucesivos gobiernos de izquierda, resulta una amenaza seria el regreso del PRI a la conducción del gobierno nacional. Si la tendencia de las decisiones de gobierno no cambia, el viento sopla el arribo de la alternancia en la conducción política de la ciudad. Si los que pusieron al actual Jefe de Gobierno no lo ayudan, lo dejan caer, lo están acorralando y cabe la posibilidad que su mejor salida sea entregar el gobierno y no precisamente al PAN. Con ello, la combativa y rebuscada izquierda perredista perdería su único y poderoso bastión de lucha política, su fuente de recursos y su generador de estructuras.
El PRI está haciendo lo que sabe hacer y lo está haciendo bien, al final son políticos con experiencia, formados en la acción del gobierno, en la oposición y saben operar lo que sea necesario para ganar. Esto ya lo vio venir Andrés Manuel López Obrador y por eso se llevó a los suyos a consolidar una nueva alternativa política, con la que pueda ganar el propio gobierno de la ciudad. También está buscando su fuente de abastecimiento fuera del D.F. y lo construye en Tabasco. Es decir, el ya puso sus barbas a remojar.
Los levantados en la Zona Rosa y los acribillados en la colonia Morelos, cerca de populoso barrio de Tepito, mostraron la vulnerabilidad del Jefe de Gobierno y su equipo. Queriendo salir al paso, se subió a la tribuna de los medios a cargar a todos los responsables de la seguridad y la política de la ciudad. El resultado fue que se metió en un trabalenguas, en un callejón sin salida, y a decir lo que nadie esperaba: expresar enfáticamente que en la ciudad de México no hay crimen organizado, que no existen los cárteles ni la delincuencia organizada. ¿Y, los establecimientos obligados a vender droga, a pagar derecho de piso y las colonias de varias delegaciones en donde la delincuencia impone su toque de queda?. O de plano no sabe qué ciudad gobierna o piensa que la ciudadanía es ingenua. Los encapuchados son otros que lo traen de cabeza y no sabe cómo actuar. Ambos casos lo ponen como un gobernante atrapado, como rehén; ya le tomaron la medida y saben que no tiene capacidad de reacción.
Los dos problemas fueron bien manejados por los medios, bien estructurados para el desgaste, al grado que lo obligaron a modificar su agenda de gobierno. Le impusieron el orden del día y lo aceptó. Si a estas vamos, en poco tiempo será un gobernante más, de los que esperan que termine su sexenio, para luego retirarse con más pena que gloria. Quienes manejan la estrategia de desgaste en su contra saben que el líder nacional de su partido le quitó la escena nacional, que el Pacto por México lo colocó en la segunda fila de la política, que el PRD no está con él ni en la cámara de diputados ni en la Asamblea Legislativa y que los múltiples grupos de izquierda no lo respetan como líder político. Si a esto sumamos que no tiene un equipo para gobernar, entonces el desgaste apenas empieza. En el PRI ya se escucha cantar a los gallos y pronto se necesitará fila.