Una verdad, señalada oportunamente durante la pasada campaña, ha venido develándose de manera precipitada, con los ejemplos desafortunados de la toma de decisiones de López Obrador y, con él o por él, el gobierno federal: Andrés Manuel representa al México del pasado y recurre a las viejas recetas y prácticas de un gobierno autoritario, centralista y populista, que no son aplicables a la realidad del siglo XXI y que sólo nos desviarán del camino hacia la innovación, la modernidad y la sustentabilidad.
Y es así, lo venimos observando, el titular del gobierno federal está conduciendo los destinos del país, viendo con insistencia el espejo retrovisor del pasado y perdiendo de vista el rumbo hacia un mejor futuro.
El presidente ha demostrado ser un personaje resentido y obsesionado por traer constantemente al presente, todos los agravios y las recetas del pasado; más que, demostrar alguna pizca de visión estratégica de futuro y de largo plazo.
Ejemplo más claro han sido sus desafortunadas y más recientes declaraciones, dónde solicita al Rey de España pedir disculpas por los agravios de hace 500 años, cometidos por nuestros abuelos españoles hacia nuestros abuelos indígenas.
Es la narrativa de todos los días de López Obrador, desde hace 18 años; diariamente, a primera hora, el ahora presidente no pierde oportunidad para estar recriminando, acusando y criticando el pasado, alimentando la memoria agraviada y el resentimiento de los mexicanos, por hechos acontecidos hace 6, 12, 18, 30, 100 o ¡hasta 500 años!
Si no es Calderón o Fox, pues extrañamente evade mencionar a Peña Nieto, es la “Mafia del Poder” (ente sin rostros o nombres definidos que sirven de petate del muerto o villano favorito, producto de su imaginación), si no, los neoliberales o los porfiristas o los conservadores, así como los conquistadores españoles.
En el mismo sentido, AMLO recurre al pasado para reciclar las arcaicas recetas populistas de los años 70’s, difícilmente aplicables y operables a la realidad actual: cuando el cambio climático impone una cuenta regresiva, para que los gobiernos diseñen políticas públicas que accionen una gama estrategias y programas en favor del medio ambiente, la innovación, las tecnologías sustentables y las energías renovables; el gobierno federal voltea al pasado, para definir que el petróleo y el carbón serán las industrias estratégicas en sus proyectos energéticos, recaudatorios y de desarrollo económico.
Así, lo ha manifestado el Jefe de la Oficina de Presidencia, Alfonso Romo, la obsesión de apostarle el todo por el todo a Pemex, para incrementar la inyección de recursos públicos a la extracción y refinación de petróleo, está llevando al gobierno federal a la inoperancia, al exigirle recortes adicionales de presupuesto y de personal, a todas las dependencias del gobierno federal. “Se pasará de la austeridad republicana a la pobreza franciscana”, en las secretarías y órganos federales.
Al actual presidente, no le interesa innovar o apostarle a un proyecto sustentable, porque le aterra correr riesgos para un futuro que le es indescifrable o el cual no atestiguará en vida. López Obrador prefiere la simulación, porque esta le acomoda ante un futuro que no entiende o no puede imaginar.
La imposibilidad de visualizar o imaginar un futuro sustentable, limita al presidente de la posibilidad de pensar estratégicamente, por lo que sólo orienta las políticas públicas de su gobierno a actuar en lo inmediato, al corto plazo, a lo urgente, al aplauso y la popularidad fácil.
EL nuevo régimen se ha conformado en atender sólo lo urgente y desatender lo verdaderamente importante, olvidando su responsabilidad histórica de largo plazo, con las siguientes generaciones.
De tanto mirar el espejo retrovisor, obsesionado por los agravios y las recetas rancias del pasado, López Obrador está perdiendo de vista el camino y la ruta que nos dirija a un futuro sostenible y sustentable.
La realidad es que el gobierno actual no está pensando en la próxima generación, sino en la próxima elección.