La puerta a Babel era estrecha y oscura, como un largo pasaje oscuro, nunca duraba un lámpara que iluminara aquel portal a lo impredecible, esa era quizás, para algunos, la atracción era una fuerza inaudita que te arrastraba y cuando menos ya te dabas cuenta estabas ahí recargado en una pared mirando tus zapatos, tirado como un bulto después de meterte lo que no, en un momento era golosina y después se transformaba en excremento que te llevaba al abismo. El Barrancas sintió un escalofrío, un sudor recorrió su humanidad, en las oscuridad dio un traspiés que para variar le propino un changazo que abollo la pared, tranquilo se dijo para sí mismo, pero ahí estaban de nueva cuenta las imágenes malditas de su pasado letal, las sombras de la entrada lo escupieron y como un zombi regreso a las unas cuadras donde la nomenclatura era calle 33- b o 32 a o cualquiera, para el caso era lo mismo, donde reviraba estaba un auto destartalado ahí siempre doblaba y a mitad de la calle el olor a muerte apestaba, una puerta desvencijada y una ventana, iluminada tenuemente, el mercado negro. Mientras a unos cuantos metros en la avenida circulaban los automotores desbalagados y a lo lejos la sirena de algunos matutes que anunciaban el “torzón” para los infractores de la ley, para los desubicados que en la sombras de la noche, preferían vagar a diferencia de la normalidad que roncaba, veía la televisión o en el mejor de los caso fornicaba, o se ponía hasta la madre, para celebrar que el mundo era un mierda y que lo más sensato era aliviar esa ansiedad, la frustración de llenar un vacío que se llenaba momentáneamente metiéndose un “pase de perico”, “un nevado”, o envenenado las sangre para flotar un “aluminio anodizado de alto impacto” y flotar y sentirse por un momento ligero, humo, que se elevaba a un éxtasis, aunque el aterrizaje era sin combustible y motores averiados.
Todos esos rascuaches pensamientos atravesaban a la velocidad de la adrenalina, cuando al doblar la esquina apareció un auto que venía echando lumbre y detrás una patrulla a todo lo que daba, de nueva cuenta los escalofríos cubrieron al Juan Barranacas, por un momento lo pensó tirar “la bronca”, pero aguanto la respiración y se mimetizo con la oscuridad, era una sombra más, era imperceptible y de cualquier manera si lo atoraban pues bien atorado, quien lo mandaba andar quebrando la prohibición de no mantener inmaculada su afiebrada mente. Los bólidos se alejaron, unas cuadras adelante, donde ya el borchincho a la distancia había valido cobra, para el Madmax al volante que chocó con las fuerzas del orden público, el Barrancas se desdoblo como habitualmente lo lograba y apuro el paso no fuera que llegaran otros por la retaguardia y la suerte no siempre se portaba a la altura.
El ascenso fue fulminante como gato alcanzo las escaleras laberínticas de los depas, toco al último del tercer piso sigilosamente, y al puerta se abrió, la habitación era iluminada por una lámpara ambarina que iluminaba un óleo monumental en lo que era la sala, el lienzo era una postal de un desierto, quizás por Real de 14, ahí lo poblaban zorros, búhos, víboras, cactus y el venadito, el mezcalito, un peyote cósmico era el centro de la obra maestra y la inmensidad que tenía una profundidad que cualquiera que entrara sentía poder entrar en un trance, en un viaje.
¿Qué pedo Barrancas ya te estabas tardando? No manches “Eze”, por poco me “atoran” está “caliente” el barrio, paso una patrol a toda máquina iba sobre un Tsuru que le dieron alcance al final de la colonia se vio. Vale Barrancas a lo que te truje, ponte una charanda especial pal susto, ¡salud! chocaron los vasos y los “farolazos” calmaron la ansiedad, para luego poner unas rolas del Bob Marley y de manera religiosa ponerse a forjar un porro en su honor por crear rolas que reconfortaban el alma y el espíritu. Ahí estaban de nueva cuenta fumando, celbrando la amistad alguna vez terrenal, cuando el lobo de la pintura empezó a gruñir y el cuervo a revolotear.
El Barranacas y Ezequiel como el arcángel así se llamaba el guerrero ocelote que habitaba la cueva, salieron al escuchar unas sirenas, desde la azotea las torretas de las patrulla ululaban , otro hurto a las tres de madrugada, ya los habían agarrado de clientes, “coyotearon el truco” un rato mientras a lo lejos observaban las antenas del cerro del Chiquihuite que centellaban el rojo en medio de la nubosidad como si fueran bases espaciales, cuando sintieron una presencia, voltearon y ahí estaba el Tenoch, el “guitarrista fantasma” quien hacia tiempos había desaparecido desde una madriza que ser armó por algún malentiendo no se sabía unas rolas de Julio Jaramillo y lo habían apuñalado por no tener aquellas rolas del “Cancionero Picot” y ahí junto a él estaba el coyote que le brillaban los ojos rojos en la oscuridad mirándolos acechante, pero esa es otra historia….