Las sirenas de las patrullas resonaron en el vecindario, ya era común el ruido y sobretodo en los fines de semana cuando lo vatos locos se ponían a oler solventes, chupar por las esquinas o las fiestas que congregaban al barrio, cerrando las calles, valiéndoles madres el volumen de “las rolas viejitas pero bonitas” que desde hacía una media hora sonaba por el barrio y pues ya te chingaste o gozaste , pensaba Juanito Barrancas por aquello de “en este mundo hay un cosa muy mala que mala es que mala es la lengua, que cosa la lengua/ se están perdiendo el concepto de las cosas/ entre la injuria la calumnia y la difamación/ ya no se puede vivir en el ambiente social/ tenemos que luchar por levantar/ la virtud y la moral de los hombres/ alalalalaas/ sujetatete la lengua sujete la lengua / oye bongo/ la Sonora Matancera, / oye monina/ y luego se escuchaba un piano que capturaba lo cachondo, lo tribal de la isla de Cuba y ya el Barrancas empezaba a bailar las de caminar y en su imaginario personal cogía de la mano a la suertuda bailarina en turno para zangolotear el esqueleto. Siempre sucedía cuando se empezaba a desdoblar su espíritu, que no era nada raro, la música lo trastocaba en mente cuerpo y corazón para cambiar su aspereza y resentimiento con el mundo para transformarse en un pachuco bailarín, “sujétate la lengua sujétate, oye bonita sujeta la lengua…” y la pista de baile improvisada a un lado del puesto de tacos de cabeza ya se había convertido en una minipista de baile, que al terminar la rola de “la mamá de los pollitos” como se conocía a la agrupación musical que cualquier barrio negro que se considere como tal en la ciudad y en cualquier parte del mundo.
El Barrancas se iluminó con los aplausos que le profirieron los guerreros ¿neochichimecas? que comandaba, que guiaba, el príncipe Nopalzint. ¡No manches tu taparrabos! dijo Tizoc, ya aclimatado al barrio de San Lucas Matoni, este guerrero baila como los demonios y los ángeles, a ver Barrancas otros pasitos para piratearlos, le decía, en lo que las patrullas que los habían puesto en alerta, pasaban de largo y que hicieron respirar al Johnny, mientras por el espacio aéreo de la colonia ya se filtraba a los oídos a la Wilson, los acordes de otra rola que salía de la tocada del Salón Colombia “oye muchacho la madre/ es lo más grande del mundo/ por eso el negro Facundo no tiene que trabajar/ porque tiene a su mamá que todito se lo da …” y las trompetas y los tambores africanos de la Matancera, trasladaban de inmediato al Barrancas a los ocasos rojos anaranjados de la isla caribeña donde el rojo del sol quemaba las olas del mar, las mulatas entre las palmeras borrachas del sol por el ron y los cocos, los mojitos y como José Candelario Trespatines le daba vuelo a la hilacha ante los ojos azorados de los semidesnudos acompañantes que en una suerte de ensayo, ya se animaban a copiar sus coreografías, dando giros y muestras de gran elasticidad habituados a la danza de los dioses para todo.
Orales si también la tallas mi Tizoc y también el Cacama, y el Moctezuma ay güey y el Tenoch también se la saca con la Sonora de Matanzas, Cuba, quien los viera tan malotes y loquillos, entraba ya en confianza con sus cuates de ocasión, como si ya los conociera de tiempo, como si ya hubieran andado unas parrandas, unas buenas pedotas, ¡qué tranza mi Nopalzint! ¿Dejamos para otro día lo de acabar con la oscuridad y los envenenadores o que finanza? refirió al guía espiritual el Gran Nopalzit, quien ya daba unas vueltas y alzaba por los aires a una reina que se había hecho la aparecida por ahí y se le colgaba de sus ajorcas y brincaba con el son montuno de los músicos de la isla caribeña, que por cierto “Desde Cuba para Tenayucan” están tocando por primera vez y a todo color en el Salón Colombia para celebrar la vida y el amor como era su insana costumbre cada mes. Nopalzint, el príncipe guerrero que hace unas horas venia dispuesto a limpiar las calles de malandros que habían manchado el honor del reinado del Gran Tlatoani Xólotl, difuminando la ansiedad, la violencia, el robo y la muerte, se daba un espacio para mitigar su soledad y conocer el caos caótico, lo que ocurría hoy por la Ciudad amurallada, ahora atiborrada de algunos seres humanos, zombis y mutantes que ya poblaban ya más de medio cerro con cemento, donde en algún tiempo era espacio sagrado consagrado para venerar a viento, al sol, a la lluvia y la tierra, recordaba sus andurriales cuando se subía hasta la punta del cerro para celebrar las estaciones del año, la primavera, verano, otoño invierno, que ahora solo eran historia, cruzaba por su claridosa mente, cuando en lugar de escuchar el rumor del río de la Tierra de en medio, ahora se escuchaban los ruidos de los escapes de camiones de carga, de pasajeros, foráneos, y hasta el convoy del tren que se le figuraba una bestia humeante, que había pasado por los paradisiacos espacios, donde antes el cenzontle dialogaba con los pobladores, las águilas, anunciaban presagios y hacían llamados desde el más allá, las mariposas y las flores prodigaban una paz, una dulzura al corazón más duro, recordaba el príncipe Nopalzint.
Haciendo un recuento de lo que veía en su corta estancia después de cruzar el umbral del inframundo para subir a la superficie donde habría de encontrar al Juan Barrancas, quien en alguna de su vidas había tomado del mismo guaje claridosa agua, de la misma jícara “el néctar de los dioses”, todo cruzaba por su mente en aquel barrio donde ahora una morena lo estaba abrazando hipnotizada por su atavío, su vestuario de piel, capa, anillos, colguijes, y el plumaje de su penacho. –Así conque te llamas Nopalzint, conozco al Barrancas es mi vecino, ¿qué es de ti es tu primo qué onda? Es buena onda es bien bailarín, pero tu bailas mejor mi Nopalito. El ego del príncipe inmediatamente se elevó a la infinita potencia, ya no recordaba que era unos de los mejores danzantes de la Ciudad amurallada, pero por las responsabilidades como heredero de Xólotl lo había olvidado, cuando el Barrancas se desgañitó para que lo escuchara “Tierra sagrada de la ciudad amurallada llamando al Nopalzint, ¿sí estas vivo todavía respiras Nopalzint qué tranza? vámonos mejor a la tocada va estar la Matanzas. El príncipe guerrero no lo pensó dos veces, —Bamba, vámonos riki, no se diga más, bien caliche se aclimataba aceleradamente. La lucha contra la oscuridad podría esperar otra jornada, además la visita de una de las orquestas consagradas en el mundo de música afroantillana no era cualquier cosa, es más, era un espectáculo único por estos rincones de Tescaltipocla, y nadie que se preciara un melómano serio podía dejarla pasar, el dios Quetzalcóatl no lo perdonaría. El Barrancas al frente como guía de turistas no se agüitaba y caminaba bien chico malo, detrás las fuerzas guerreras milenarias chichimecas, pero la emoción al igual que sus compadres ya les había dado sed, por lo que determinaron pasar antes al centro de salud y suministro de “baba de oso”, al “tlachicotón” del “néctar de los dioses” del barrio en el “Rinconcito”, apuraban el paso para alcanzar todavía y estuviera abierto, en un dos por tres, alcanzaron el “crucero de la muerte”, porque las combis, camiones y coches se peleaban pasar para su destino sin tener un gesto amable al podrido peatón, ya llevaban intentando pasarlo una media hora bien encabronados, pero nadie tenía la cortesía, la educación ja, de ceder el paso a los caminantes cuando el Nopalzint lanzó su lanza a mitad del camino iluminando el sendero con una luz centellante y deslumbrante que paralizó a los cafres, aprovecharon el desconcierto y ya estaban acomodándose en la barra, cuando el despachador, un sujeto de facciones umbrosas ojeroso de grandes ojos y por cierto rojos, rojos y bigote tupido y con sonrisa maliciosa los recibió –Ya se estaban tardando Nopalzint, es hora que pagues la cuenta que tenemos pendiente, ¿Dónde he escuchado eso? Se preguntó Barrancas, entretanto Nopalzint, extrañado trataba de recordar enjuagándose los labios con un curado de jitomate y el Barrancas un néctar blanco, escudriñando que deudas tendría el heredero de Xólotl, que se encontraba enfrente de la gran pirámides de la ciudad amurallada, rascándose la quebrar testas, pero esa es otra historia…