No existe, por el momento, ningún texto serio que estudie, con rigor académico y análisis objetivo, el significado ni la trascendencia del movimiento conocido nacional e internacionalmente como el Lopezobradorismo. Para la mayoría de los mexicanos, el movimiento que inició y consolidó Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es más una consecuencia del activismo practicado por el carismático líder tabasqueño. Tal vez, se tenga más información sobre sus resultados como gobernante y se desconozca la dimensión del movimiento social que motivo el despertar de las conciencias, fortaleciendo un movimiento cívico que rompió todos los moldes de las elecciones en el país.
Hace algunos años, más o menos cincuenta, en las aulas universitarias se recomendaba estudiar el libro: “Para leer al Pato Donald” de los autores Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Fue un clásico que analizaba la comunicación de masas y el colonialismo como consecuencia del control ideológico sobre los países latinoamericanos, ejercido desde los Estados Unidos (EU). Su publicación no fue casualidad, se hizo en Chile durante el gobierno de Salvador Allende, derrocado por una cúpula militar impulsada por la CIA. Antes, en 1945, se había dado a conocer la obra de George Orwell: “La rebelión de la granja”, que cumplía también el objetivo de ser un instrumento ideológico, contrario al ascenso del socialismo y el comunismo.
Más o menos, las críticas al movimiento Lopezobradorista siguen la misma tendencia a partir de una estrategia de desgaste, odio y tratando de derrocar al o los gobiernos surgidos de la lucha de la izquierda. Las mentes brillantes y los intelectuales orgánicos del viejo régimen perdieron su tiempo en diseñar campañas negras con acciones para negar y ocultar la realidad, no querían hacer evidente ni abordar la incapacidad de la derecha para reponerse de la derrota electoral de 2018. A partir de asaltos instrumentados con noticias falsas, se aplicaron, con pulcro esmero, en querer revertir el apoyo social que tenía AMLO; llegaron al extremo de llevar a cabo una guerra de bots para confrontar la información que compartía el presidente, desde su foro de las mañaneras. Simplemente fue un error grave porque, mientras ellos diseñaban una realidad inventada, al presidente los seguían ciudadanos de carne y hueso.
La televisión, la radio y la prensa escrita controlada y utilizada para difundir lo que suponían iba a derrotar al presidente y a su partido terminaron por contribuir a consolidar la imagen de AMLO, que nunca dejó de crecer ni de perder la sanción positiva en el ánimo de la población. Por más ofensas, descalificaciones, agresiones y hasta mentadas de madre que propinaron a “cabecita de algodón” nunca pudieron ni estuvieron cerca de dañar ni bajar su nivel de percepción positiva. Con fake news y voceros formados en el pasado, no podían tener otro resultado.
Con todos los medios a su alcance: dinero, medios de comunicación, foros de todo tipo, periodistas, académicos e intelectuales, no fueron capaces de entender en su exacta dimensión al movimiento de la 4T. Sin esa condición sine qua non difícilmente tenían oportunidad de conducir a la oposición hacia mejores niveles de competitividad. Lo grave para la oposición de derecha, particularmente la oligarquía, es que no perdieron las elecciones encabezadas por el PRI-PAN-PRD, perdieron el poder cuando el movimiento Lopezobradorista únicamente les había ganado las elecciones en 2018.
En 2021, se midieron con la imagen de AMLO, su gobierno y su partido Morena para ganarle o romperle la mayoría en la cámara de diputados, no lo lograron. Siguieron sin entender a qué se enfrentaban. En 2024, vivieron su Waterloo, una debacle. Ni modo: chango viejo no aprende maromas nuevas.