La urgencia llegó, las instalaciones serían inauguradas por el señor gobernador y había que estar listos para la recepción. No teníamos nada, lo único que sobraban eran las ideas de cómo organizar la recepción. Entre las peticiones que registré estuvo la de preparar los dos salones de usos múltiples para que funcionaran como auditorios. La idea era que los invitados estuvieran participando en una conferencia y en un taller, de forma simultánea.
Miss Bety opinó que de un lado estuviera el sonido con un micrófono inalámbrico y que se pusiera un templete con un presídium para la conferencia. Mientras eso pasaba, el Doctor Mario la miraba con atención, sus ojos no perdían detalle del rostro impenetrable de Miss Bety; guardaba silencio ante las recomendaciones, casi instrucciones, que la maestra daba para el evento. “tú pones esto aquí, el café, el sonido, las botellas con agua y las galletas, mientras Mario y yo damos un taller y una conferencia; o le decimos a Oliver que se aviente un rollo del tema que trae o al Horacio que se prepare una conferencia sobre “Educación y Pobreza” y ya está. La verdad que yo no le veo problema para que esto se haga”. “Díganle a Humberto que ya está, o tú como ves Mario”. El Doctor se limitó a decir que estaba bien. Tampoco había como mucho que agregar.
Digamos que en palabras todo estaba resuelto, en la práctica no teníamos nada, ni templete, ni sonido, así como tampoco presídium y sonido. Luego de ver que se podían tener los recursos para adquirir lo necesario, surgió el problema de quién lo podría hacer y en el tiempo requerido. En eso me quedé pensando y salí de las instalaciones del inmueble. Al día siguiente me preocupaba no tener a la persona indicada para fabricar los muebles. Subimos al vehículo y echamos a andar calles abajo. Justo en una esquina vi abierta una carpintería donde estaban unos hombres trabajando. Lo hacían con la tranquilidad de quien sabe lo que hace o con la prisa de quien ya necesita entregar el pedido.
Con mi amigo José decidimos entrar al negocio y preguntar por el maestro. El güero, que estaba lijando una ventana, nos señaló con la cabeza que era el encuerado, el que no tenía camisa. Le dijimos si era el patrón y respondió: “a sus órdenes, en qué podemos servirles”. Le expliqué que tenía la urgencia de que me construyera un templete, un presídium y un pódium: “mi jefe todo se puede, con la ayuda de Dios Nuestro Señor, pero tiene usted que dar el anticipo, porque para esto se necesita dinero; si usted le urge tengo que contratar más gente y ponerlos a trabajar horas extras, si no le quedo mal. Así que si usted deja algo para la madera se lo vamos a agradecer. Si no trae, pues lo que pide no es posible”.
Cómo se llama usted; yo me llamo Julio. Muy bien maestro Julio aquí le dejo cinco mil pesos, pero ya póngase a trabajar. Le dije cómo los iba a diseñar o si tenía una revista para tomar el modelo. Seguro de saber lo que hacía, se limitó a expresar que ya había hecho de esos muebles y que le habían quedado bien, de pura calidad. “Los de aquí del Palacio de Comitán ya me hablaron para pedirme otros y los de cultura también me vinieron a buscar, porque también quieren unos”. En todo el diálogo no dejaba de mover sus manos, como si quisiera hablar con ellas; tampoco de reír y de mover la cabeza.
Al día siguiente lo visitamos, era viernes y ya tenía la madera lista para cumplir el pedido. Lo saludé con agrado y señalando el material se concretó a decir que ya estaba listo, pero que necesitaba otro poco de dinero para el barniz. “Si mi jefe, si no da usted dinero, cómo quiere que salga del compromiso; además usted va a quedar también que hasta un ascenso le van a dar, de menos un bono por este trabajo que está usted haciendo”. Me dio risa por lo espontáneo de su comentario, le di otra cantidad, me despedí y fue la primera vez que le dije Pepe “el Toro”.
Para no dejarlo reposar, lo visité al siguiente día; al verme, sonriendo me dijo: “a poco ya quiere su trabajo, no hombre, las cosas para que salgan bien, como usted las quiere, se necesita tiempo y más dinero, yo ya dejé de hacer lo que estaba haciendo para sacar su chamba, pero no es tan rápido. Venga usted mañana y se lleva los primeros muebles, pero ahorita si necesito que me deje algo para la raya de mis trabajadores”. Intentó invitarme un cervecita, pero le dije que no tomaba y exclamó: “Bendito sea el señor que usted no toma”. De ahí me contó cuánto dinero dejó de ganar, cuántas barbaridades hizo, cuántas penas pasó e hizo pasar a su familia por culpa de la droga y el alcohol. “De niño me la pasé muy jodido, mi padre aunque me quiso ayudar no sabía cómo, no tenía dinero pues. Mi jefecita hacía tamales y yo los vendía con mis carnalas, lo que no se vendía, pues al otro día nos los comíamos y así sobrevivimos”.
Yo fui a la escuela y entré a la prepa, pero ya me daba pena ir todos los días con un mismo pantalón y sin dinero para comprar un dulce o una torta. No era burro, más o menos me defendía, pero me daba harta pena tantas carencias que tenía y mejor me salí para comenzar a ganar billetes. Pero tan pronto cayó la feria, me llegó la vida loca: droga, coca, mariguana; la piedra me gustaba más porque me ponía bien loco y me sentía bien chingón. Así empecé hasta que toque fondo, fui a plazas de mala muerte, conocí gente y muchas mujeres que ya drogadas hacían de todo, hasta guapo me veían; imagínate cuando estas hasta la madre ni quien se fije. Fue tanta mi dependencia que me tuve que ir del pueblo; tenía muchos problemas y deudas que no sabía cómo salir del hoyo, mejor me fui de Comitán.
Me invitaron a las pláticas de alcohólicos, pero regresaba y la banda pasaba por mí y me salía con ellos. Al otro día me sentía de la chingada, pero pasaban otros chavos igual de borrachos y drogadictos que yo y nos íbamos a Uninajab, a sus casas con albercas y vino del más caro y otra vez me ponía pedo y hasta el güevo de droga. Al otro día limpiábamos y todo seguía como si nada. Los jefes de mis cuates ni se enteraban. “Bendito sea el Señor que eso ya pasó”.
Ahora me arrepiento, pero eso ya pasó. Corro el riesgo de volver a caer, porque todos somos débiles, pero le pido a Dios, el verdadero jefe, que no me abandone y me ayude para no regresar. Afortunadamente todavía tengo a mi Jefa a la que quiero un chingo y espero no darle más problemas sino más felicidad. En una ocasión que nos fue a entregar un mueble escuchó una canción de Emmanuel, la “Séptima Luna”, empezó a cantar y a mover sus manos tomando el ritmo y entre risas de todos los que lo vimos bailando, nos digo que con un pantalón de marca y una fragancia con eso tenía para hacerla chingón: “en mis tiempos toda esa música la escuché y la baile. No sabía, pero me aventaba y me sentía a todo dar”.
Me amigo Pepe “el Toro” me comparte todas las carencias que padeció de niño: éramos bien pobres, pobres entre los pobres, yo andaba de guarache, me gustaba el futbol y era bueno, pero mi papá no me dejaba: que futbol ni que futbol usted póngase a chingarle cabrón. Y así pasé mis años de niño hasta que empecé a trabajar y ganar dinero, pero me fui al extremo y casi me muero. Sólo estoy vivo por mi jefa y Dios que me ayudó, que me despertó de esas chingaderas.
Dice Pepe “el Toro” que él no es carpintero sino un artista de la madera. Y en verdad lo es, hace con sus manos unos muebles dignos de admiración. La primera parte de las cosas que le pedí las entregó en tiempo y forma, otros más dice que se tardó porque la calidad se lleva tiempo y él prefiere mi enojo por un día a que me dure más tiempo por un trabajo mal hecho. La verdad es que la pasábamos bien cada vez que nos veíamos. La risa y el buen humor siempre estuvieron presentes.
Cuánto le agradezco la vez que me invitó a comer tamales, con salsas especiales para degustar la tradición comiteca. Las tostadas son algo único y admito que nunca las había comido con tamales. Busqué un carpintero que me sacara del apuro y encontré a un amigo del que me quedan gratos recuerdos.