Mal empieza la semana para el que se muere en domingo. Ese parece ser el destino del país para los próximos años. Otros dichos populares expresan lo mismo ante momentos difíciles: “mal y de malas” o “no le pegues al perro que está amarrado”. Lo cierto es que para México se vienen más dificultades de las que ya carga consigo y que no ha tenido el acierto de resolver o dar señales de que va por buen camino. El resultado de las elecciones de los Estados Unidos son una mala noticia y, a partir de enero de 2017, una pesada realidad. Ganó Donald Trump, el loco, el incendiario, el racista, el xenófobo, el enemigo de México, el tirano como lo definió Enrique Krauze. Así lo decidieron los electores norteamericanos y ese será su presidente por los próximos cuatro años de los cuales, casi la mitad, correrán en paralelo al gobierno mexicano que encabeza el presidente Enrique Peña Nieto. Peor cierre de gobierno no podía tocarle, para empezar el dólar llegó a los veintiún pesos y en una deuda externa cotizada en la divisa norteamericana nuestra realidad es un paso al abismo.
La mayoría no estaba preparada para que esto sucediera; o tal vez, como en México, no querían que sucediera. En la mente de millones de observadores y ciudadanos del mundo estaba la idea que iba a perder Donald Trump por su excéntrica personalidad, discurso del odio y sus tendencias misóginas de las que públicamente había sido denunciado. La realidad supero al anhelo que ganara Hillary Clinton. El martes 8 fue un martes negro para la humanidad mayoritariamente pacífica, abierta y tolerante. Los buenos deseos terminaron en una equivocación histórica.
El candidato Trump despertó y canalizó el voto del descontento, de la clase trabajadora norteamericana, de los latinos que ya tienen su calidad de residentes, de la raza blanca que se ha visto desplazada por las minorías de migrantes de sus puestos de trabajo; en suma, de los electores norteamericanos que no se han visto favorecidos por las políticas económicas de los últimos años. Efectivamente, Barack Obama recibió una economía en condiciones difíciles de los republicanos y superó esos momentos de crisis, pero las acciones exitosas únicamente favorecieron al diez por ciento más rico de la población norteamericana. Al final, el ciudadano común se manifestó con la única y última vía que le dejaron: votar por un loco antes que por un político que decía lo mismo, para los mismos.
El presidente Donald Trump ganó todo, será un presidente todopoderoso con el único contrapeso de la razón y las buenas maneras y esas no las conoce y si las conoce no ha dado muestras que las respeta. El candidato Trump no será diferente del presidente Trump, pensar distinto sería un grave error para México, que en los últimos años se ha equivocado reiteradamente. En el mundo se disparó un activismo político ante el resultado de la elección norteamericana, hubo reuniones urgentes para entender que había pasado y cuáles serán las acciones a seguir ante tal escenario sorpresivo. En China, Alemania, Francia, Japón y, desde luego, en Rusia con Vladimir Putin se están preparando medidas que van a recomponer las relaciones internacionales; es decir, se prepara un realineamiento político global. En México eso francamente no sucedió. Para sorpresa de todos, nuestra clase política es bastante limitada y poco parece entender el significado de la llegada de un presidente cuyo blanco de campaña fue descalificar a los mexicanos; un personaje que hizo de México su instrumento favorito para su campaña de descalificación, racismo y odio.
Sus promesas de campaña son totalmente radicales y contrarias al país: construir un muro en la frontera norte a cargo de los mexicanos, renegociar o suspender el tratado de libre comercio suscrito por México, Canadá y los Estados Unidos y deportar a millones de migrantes mexicanos. Trump tendrá mayoría en la cámara de representantes, en la cámara de senadores, más gobernadores republicanos, fuerte influencia en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el dinero y el poder para llevar a cabo, al menos, parte de lo que prometió a su base electoral. Podrá construir seiscientos kilómetros más de muro con facilidad y los fondos pueden salir de un impuesto o cargo fiscal a las remesas de los migrantes mexicanos, abordar el tratado de libre comercio puede llevarle más tiempo, pero deportar a mexicanos ilegales lo puede hacer casi de inmediato.
Trump es una dura realidad, pero no podemos aceptar como legítimas sus promesas de campaña sin dar la batalla diplomática para evitar mayores daños al país. El asunto de la deportación es grave y México no está preparado para enfrentar el reto de recibir a miles o millones de mexicanos que se fueron a los Estados Unidos a trabajar y que, al ser expulsados, exigirán condiciones laborales mínimas en su tierra. No hay para los de acá, menos para los que lleguen. La deportación masiva o en la dimensión que sea, afecta el envío de dinero de migrantes al país; esto se traduce en un duro golpe a la economía nacional que tiene en las remesas uno de sus ingresos más valiosos para la economía nacional. Quebrada la empresa Petróleos Mexicanos (PEMEX) que era el principal contribuyente al gasto nacional y la caída de ingresos por remesas provenientes de Estados Unidos, la única fuente de ingresos real que queda, no reconocida oficialmente, son los ingresos provenientes del narcotráfico que ascienden a 36 mil millones de dólares anuales, lo implicaría más violencia en México.
Sería grave que nuestra clase política se refugiara en la idea, la esperanza, que el presidente Trump va a cambiar sus ideas porque ya no está en campaña, porque ya ganó. Su arribo a la presidencia del país más poderoso, se dice que del mundo, es un hecho consumado; en consecuencia, México debe prepararse para asumir el reto y establecer acuerdos y pactos políticos al nivel que se requiere y no con declaraciones de funcionarios cuyo mayor mérito para ocupar el cargo es haber ganado la elección y estar con el equipo ganador. Tampoco se puede diseñar una estrategia soberana si prevalece el aislado protagonismo de los líderes de las dirigencias de los partidos políticos y del protagonismo estéril de las cámaras legislativas del país.
Para que un acuerdo tenga éxito, su origen debe ser político y este solo es posible si incluye las propuestas, ideas y aceptación de los participantes de la clase política nacional. Vale acotar que no se trata de vender a PEMEX, de aprobar una reforma educativa al “vote pronto”, tampoco de un acuerdo para repartirse a los magistrados del tribunal electoral o ponerse playeritas ridículas para asumir que defienden la nación; estamos hablando de un acuerdo de Estado, del país y su futuro, de su soberanía y política exterior y de asumir el rol y los riesgos de ser vecino de los Estados Unidos de Norteamérica, un socio comercial del que dependemos en más de un ochenta por ciento, a pesar de que en 20 años el gobierno mexicano ha suscrito 49 tratados y acuerdos comerciales con distintos países.
Es urgente definir el contenido de un acuerdo y poner en práctica las acciones necesarias para encontrar soluciones. Sin el apoyo de los partidos políticos como actores de primera línea de la agenda nacional no será posible enfrentar los retos que vienen derivados de nuestra relación con los Estados Unidos. Ya sufrimos el primer embate que llevó al dólar a un máximo histórico de 21 pesos por unidad de cambio. Eso qué se preguntarán algunos políticos cuyo origen es la estrategia de la despensa, la entrega de láminas de cartón, tarjetas soriana y botes de pintura. Es decir, para aquellos que han llegado al cargo lucrando con la pobreza de las personas. Para su conocimiento, el dólar a 21 o más pesos afecta la economía del país, desde las ventas en el tianguis, el bazar, en el mercado, el centro comercial, la fonda de la esquina, el transporte público, la comida corrida, las importaciones de los insumos para todo tipo de industrias y deprime la creación de empleos. Si ya era difícil comer con 150 pesos diarios para una familia de cuatro personas, con el dólar a ese tipo de cambio es imposible.
Por un momento dejen de pensar en su próximo cargo, en su próxima elección y asuman el rol decisivo que corresponde para bien del país. Un día después de la victoria de Trump, la preocupación de varios era que si la candidatura de Margarita Zavala se había caído, o que el “Bronco” sería candidato presidencial, lo más absurdo fue decir que el “Peje” heredaba la anti política de la campaña de Trump. Frivolidades de ese tipo se dejaron escuchar cuando lo que esperaba la sociedad mexicana era un llamado a la unidad del país, a la reconciliación nacional para asumir los retos que implica el arribo de un presidente norteamericano cuya plataforma político-electoral se soportó en hablar mal de México y ganó.