Como olvidarlo: “Mi gober precioso… mi héroe chinga… tú eres el héroe de esta película papá… ya ayer le acabé de dar un pinche coscorrón a esta vieja cabrona… te hablé para darte las gracias de lo que hiciste… para darte un abrazo… te tengo un botella bellísima de un coñac que no sé dónde te la mando… tengo una botella que te traje… te la quería dar personalmente…”. Era el trofeo, el premio, la medalla de oro por la detención de Lydia Cacho que era acusada de “difamar” a unos pederastas, a violadores de infantes.
Una vez detenida y recluida en un penal de Puebla, la consigna fue intimidarla, agredirla por atreverse a publicar un libro que denunciaba una red de pornografía infantil. Hombres poderosos señalados en la investigación periodística celebraron la detención: “Págale a una mujer en la cárcel para que la viole a la hija de la chingada… no, no, no ya está recomendada con las locas y las tortilleras”.
Estas fueron las declaraciones que México conoció por la detención de la periodista Lydia Cacho. El hecho se hizo público, la cobertura de los medios, de la prensa nacional e internacional, evitaron una mayor impunidad en contra de una luchadora social que quitó el velo de la ignominia en contra de niñas y niños abusados sexualmente; sometidos a la pornografía infantil en un hotel de Cancún, Quintana Roo.
El libro “Los demonios del Edén”, es un trabajo que hace pública la complicidad entre autoridades, hombres de dinero y personajes del medio político. Hombres considerados ejemplares en la vida pública, resultaron ser los protectores de un crimen fuera de toda medida: filmar niños teniendo actos sexuales.
Los demonios salieron a la luz pública y ahora están en todos lugares, haciendo de la pornografía infantil un negocio altamente rentable, soportado en los ejes de la impunidad, la corrupción, el lavado de dinero, que se unen por redes que incluyen la complicidad de políticos y empresarios de fuerte capacidad económica.
El tejido que une al abuso sexual de menores con la explotación comercial del sexo, la prostitución de personas adultas, el lavado de dinero y, por último, el narcotráfico, es más fuerte de lo que pensamos los ciudadanos comunes. Este gran negocio, centrado en el deseo de millones de seres humanos, de poseer a cambio de dinero a personas compradas, forzadas y/o extorsionadas, se sustenta en la corrupción que lejos de debilitarse esta cada vez más fortalecida por el dinero que produce y las voluntades que compra.
Miguel Lorente Acosta médico forense y profesor de la Universidad de Granada menciona que “de esos millones de hombres de negocios, padres de familia, políticos, policías, curas, maestros, rabinos, empresarios y estudiantes, que a diario buscan comprar sexo, activan así uno de los negocios más rentables del mundo después del narcotráfico”.
Julia Monarres, feminista y académica investigadora del Colegio de la Frontera Norte, en Chihuahua asegura: La sociedad mantiene en las bases de la prostitución un argumento sólido: “Las mujeres pueden ser compradas” y por tanto, “siempre habrá un hombre para adquirir su cuerpo y usarlo”
En su gran mayoría, los estudios que abordan el tema del comercio sexual en el mundo sostienen una visión parcial del fenómeno. Su complejidad se pierde casi siempre cuando las y los autores enfrentan la necesidad de explorar el fondo del debate políticamente correcto sobre “el derecho de las mujeres adultas a ejercer la prostitución” o “la necesidad biológica de los hombres a tener sexo sin necesidad de relacionarse afectivamente”.
A pesar de la información que nos comparte Lydia Cacho sobre la pederastia, la pornografía infantil y las redes de complicidad que protegen a estos criminales que lucran con la explotación sexual de niños, es preocupante que se llegue a tejer una historia distorsionada, con la cual se pierda el centro del verdadero problema. En nuestra sociedad se atenúa con facilidad la culpabilidad de un violador o pederasta transfiriendo una corresponsabilidad imaginaria y totalmente falsa a sus víctimas.
Si bien el sexismo y la misoginia son aspectos culturales que lleva mucho tiempo desarraigar, algunas especialistas aseveran que se puede y debe establecer criterios objetivos de atención a víctimas de delitos de abuso y explotación sexual y todos los relacionados con el uso y abuso general del poder que contaminan los procesos.
La explotación sexual, la violencia en contra de las mujeres y la pornografía infantil no deben ser ubicadas como un problema únicamente de las víctimas; es un asunto de fuerte contenido social, del rescate de valores, brindar mayor acceso a la educación y de tener respeto a los derechos humanos de los afectados, que no escogieron estar ahí sino que fueron obligadas por múltiples circunstancias entre ellas el abuso y sometimiento.
Seamos parte de una sociedad actuante que denuncia y participa desde los lugares que sea posible. Un buen principio es en el hogar, la familia y los amigos con los que podemos intercambiar puntos de vista sobre la violencia intrafamiliar, la explotación sexual y la pornografía infantil. Abordar el tema es un punto de partida para evitar que estos factores nos rebasen y se conviertan en cosas normales entre las relaciones humanas.
La cárcel no apagó la voz de la periodista que publicó la maldad de hombres dedicados a la explotación sexual de niños; más bien fue el detonante que puso los ojos de México en este vergonzante asunto. Hubo más amenazas, algunas de muerte e intimidaciones, pero no lograron minar el valor y la decisión de una mujer: Lydia Cacho. Esta vez “el gober precioso” “el héroe de la película” no pudo consumar su arbitrariedad. Él ya no es gobernador y tiene un enorme desprestigio moral, un rechazo social donde quiera que se pare. Ella sigue con su labor de informar e investigar casos tan lamentables como el publicado en “Los demonios del Edén”.