Viven en la sierra del estado de Oaxaca. Su comunidad se llama Río Venado, ubicada en el municipio de Constancia del Rosario. Antes de ellos, este era un pueblo perdido en el paisaje del anonimato de México. Ahora se sabe que ahí viven, que de ahí son originarios la mayoría de los niños que integran un equipo de basquetbol que fueron a jugar a Estados Unidos por derecho propio y que son los indiscutibles ganadores de una competencia deportiva celebrada en Argentina, justo cuando la selección nacional de futbol sufría una de sus peores actuaciones en las eliminatorias, para ir al mundial a celebrarse en Brasil.
Las condiciones de vida familiar de cada uno de los jugadores triquis son duras; medio comen y medio visten. La pobreza y el hambre forman parte de su cotidianidad. Pero toda esa adversidad ha sido superada por el empeño de un entrenador dedicado a trasmitir a su equipo de niños descalzos cuatro palabras: carácter, firmeza y fortaleza interna. La labor de este hombre con los niños de la comunidad triqui es un ejemplo de vida y el resultado de saber trabajar en equipo. Juntos han cambiado el rostro de todo un pueblo y han escrito una historia que en breve será una leyenda en Oaxaca. Es un grupo de niños indígenas que han dado a México un ejemplo de coraje y espíritu de lucha. Con su sonrisa honesta y con palabras que apenas se atreven a expresar han llamado la atención de millones de sufridos mexicanos para, verdaderamente, gritarnos que “si se puede”. Que no todo es futbol y fracaso; que hay otros equipos, como el de ellos, que se entregan para dejar el nombre de México en alto.
A diferencia del seleccionado nacional, este equipo de niños indígenas entrena con lo mínimo indispensable, tienen que cumplir con buenas calificaciones para poder pertenecer al equipo y poder jugar; ninguno cuenta con los medios ni los recursos que tiene el que menos gana en la selección. A diferencia de aquellos, estos son humildes, tímidos; todo lo contrario a esos jugadores que hacen de la arrogancia y la soberbia su mayor adversario, pierden ante ellos mismo no ante el equipo rival. El carácter y el arrojo demostrado por el equipo triqui, es de lo que carece el equipo nacional.
No llenan el zócalo cuando ganan, ni los bares o cantinas en sus juegos. Tampoco están en los comentarios de los expertos deportivos; no son mencionados en las apasionadas discusiones de los programas especializados de la televisión y la radio. Mucho menos salen en las ocho columnas de la prensa escrita. ¿Será porque son un equipo de basquetbol integrado por niños indígenas triquis que saben ganar, que son triunfadores y que entonces no son materia de análisis ni dignos de mención, porque en los medios únicamente se habla del fracaso, de la mediocridad, de la derrota de un equipo que llaman selección nacional de futbol? Si es así esperemos que no los mencionen, que no los entrevisten para que sigan triunfando, para que sigan poniendo el nombre de sus familias, de sus padres, de sus compañeros de escuela, de su pueblo y de su entrenador en alto, justo donde debe estar todo equipo que represente a México.
No queremos que los medios los echen a perder, que los busquen para quedar bien y decir que son de su interés. Lo que sí es importante es que las autoridades educativas, del deporte y de los Pinos los llamen, al menos, para felicitarlos, para decirles lo importantes que son para la sociedad mexicana y para los pueblos indígenas; para decirles que su ejemplo es sinónimo de lucha del México verdadero, que su entrega es algo que hay que imitar, que su victoria es un logro que nos hace sentir orgullosos. Son lo que todo padre de familia quiere: que sean buenos hijos, buenos estudiantes, buenos deportistas y personas de bien.
El equipo de veinte niños se preparó durante tres años para poder ir a jugar a los Estados Unidos en lo que sería su primera participación internacional representando a México. Nunca habían pisado un aeropuerto y menos viajado en un avión; al final superaron ese reto escuchando a su entrenador:”si no hay disciplina, si no hay disposición y entrega es muy difícil sobresalir”. No, no es un mensaje para los jugadores de futbol de la selección, es una lección que todos debemos aprender.
Este ha sido el mayor logro en la historia del pueblo triqui y de una comunidad marginada de Oaxaca. Comiendo apuradamente quelites, frijoles y tortillas se ganaron el pase para ir a Estados Unidos, perdieron todos sus juegos, pero conquistaron el corazón de las personas que los vieron jugar sin complejos, sin las ataduras del sentimiento de inferioridad que no deja crecer a muchos mexicanos. Tal vez, el hambre y la pobreza sean su mayor motivación, no porque la disfruten sino porque al tenerla en mente quieran superarla, vencerla como a sus adversarios en la duela. Ojalá también venzan la indiferencia de la autoridad, para que sean distinguidos con el premio nacional del deporte en alguna de sus categorías. No son solo un equipo victorioso, son un grupo de jugadores que han levantado el ánimo de todo su pueblo, los han hecho sentir bien, motivados y con una visión diferente a la que tenían hasta hace algunos años. Parece poco, sin embargo, nada ni nadie lo había logrado antes.
Mientras unos eran abucheados en el estadio Azteca, el equipo triqui era aclamado en Argentina por su gallardía y decisión de ganar. Sus marcadores no dejan la menor duda: 86-3, 22-6, 72-16, 82-18, 44-12 y 40-16. Participaron 54 equipos procedentes de Argentina, México, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay y Venezuela. No estuvo Costa Rica ni Honduras, porque seguro también les ganan. Los llamaron gigantes de la montaña y si, efectivamente lo son: gigantes de un país distinto al que pareciera estar condenado a discutir sus derrotas, a buscar justificación a sus descalabros. Estos niños no son de este México sumido en sus complejos; ellos son de un México distinto que ellos mismos están construyendo.
A decir de su entrenador, empezaron a integrarse desde el 2003, pero con mayor fuerza hasta el 2009. En el inicio apenas sumaban quinientos chamacos y ahora son dos mil quinientos que practican el basquetbol, pero también reciben clases de psicología, liderazgo y risoterapia. Esto les ha merecido salir de su marginado entorno, viajar a otros lugares, conocer México y otros países. Deporte y educación es el binomio que los ha llevado por el camino del triunfo; no son casualidad, representan la parte positiva que se construye en un proyecto de largo plazo. Su entrenador, comunidad y ellos son parte de un equipo que merece nuestro aplauso de pie y un reconocimiento público, como el que en otros lugares les han dado.
Su propósito era jugar basquetbol, brincar para encestar la canasta y el brinco los ha llevado a un sitio donde jamás imaginaron estar. Sobre todo, saltaron para llegar a la mente y corazones de muchos mexicanos que no los conocíamos, que no sabíamos de ellos, de su pueblo, de su tierra y que son un equipo formado para ganar en lo deportivo y en lo sensiblemente humano. No creo que haya en los mexicanos de bien algún impedimento para que sean distinguidos con el premio nacional del deporte. Tienen suficientes méritos para que así sea.
No son una individualidad, no ganaron la medalla de oro en los olímpicos, no son sub diecisiete ni conocen al “Piojo” Herrera; tampoco son hijos de un boxeador famoso ni esperan estar en el ánimo de los gritones del deporte, llamados comentaristas. Con todo derecho son un verdadero ejemplo de trabajo en equipo, de esfuerzo colectivo, son niños indígenas que nos han dado un motivo para volver a creer en nosotros mismos.
Seamos justos con ellos, se han ganado el premio nacional del deporte. Sólo nuestro egoísmo podría impedir que no se los entreguen; eso sería atentar contra su dignidad, romper el entusiasmo de su entrega y cerrar el camino a niños que han demostrado ser extraordinarios y disciplinados competidores. No apoyarlos es dar un mal pago a las satisfacciones que nos han compartido. Ojalá las organizaciones no gubernamentales, las asociaciones civiles, las organizaciones pro defensa de los derechos de los niños, las organizaciones indígenas y la autoridad misma se unan en una voz, para que sean reconocidos formal y oficialmente los niños campeones de la montaña de Oaxaca que juegan descalzos.