La sociedad, medios, periodistas, analistas e investigadores monotemáticos enterraron al gobierno del Presidente Felipe Calderón Hinojosa. Sin estrategia ni colaboradores capaces de entender y reorientar la toma de decisiones, la ola de errores gubernamentales terminó en un tsunami que dejó todo fuera de control. Antes de perder las elecciones, el presidente en turno vio cómo se le iba el manejo de la política nacional y, peor aún, la política de Estado que nunca entendió, no quiso o no pudo.
La coyuntura, las notas bomba, la frivolidad e inmadurez de su equipo colocaron a la administración calderonista en una pendiente que por más que intentó subir, siempre regresó al punto donde empezó, nunca pudo despegar ni marcar la diferencia con respecto a los sexenios anteriores. Siempre quiso hablar de las cosas buenas de su gobierno, pero nunca tuvo el acierto de hacerlo correctamente. Apenas se asomaba y un hecho espontáneo lo regresaba su encierro, a sus cuatro paredes, donde es fácil componer y recomponer a México. Ahí se encerraba junto a su gabinete y éstos gustosos aceptaban el ostracismo del anonimato.
El escenario negativo lo construyó voluntaria, o involuntariamente, el Presidente Calderón y el resultado fue que terminó siendo el máximo y mejor promotor de la campaña del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su candidato, Enrique Peña Nieto. El Gobierno Federal nunca supo cómo superar los impactos coyunturales de la vida nacional. Sus desaciertos fueron la mejor plataforma política del PRI, abriéndole el camino directo a la titularidad del Poder Ejecutivo Federal.
Las señales del colapso panista se prendieron y, a pesar de los acuerdos, no hubo medio ni el PANAL de Elba Esther Gordillo, que se quedara a ver el hundimiento del barco calderonista. Precisamente, los medios y los ex aliados fugitivos de la nómina del gobierno panista fueron los que montaron los acontecimientos de coyuntura en las pantallas de millones de televidentes, las primeras planas de los diarios nacionales y en las revistas especializadas para fijar una sola idea: la desgracia nacional permanente gestada desde la presidencia de la República por su incapacidad para gobernar. Puede sonar injusto y, desde mi opinión lo es, el gobierno de Calderón puso el dedo en la llaga, pero nunca se esperó que esa herida fuera un cáncer cobijado desde dentro del propio Estado. Julio Scherer García lo define con acierto: Calderón, en su lucha contra el crimen organizado, se lanzó en un mar sin orillas.
Resignado a la derrota, sin un candidato fuerte y un partido dividido, apoyó la campaña de Josefina Vázquez Mota misma que pasó con más pena que con gloria todo el proceso. Quedó en el tercer lugar a pesar de ser la candidata del partido en el gobierno. Más claridad en el fracaso no se puede contar y todo tiene su origen en el desatinado manejo de los hechos coyunturales, presentes en todo el periodo de gobierno del Presidente Calderón. No se levantaba de una cuando ya tenía la otra encima, para colmo dos de sus secretarios de gobernación murieron trágicamente. De bote pronto podemos relacionar los siguientes hechos que marcaron su administración: el lanzamiento de su guerra contra el narcotráfico al inicio de su gobierno en Michoacán; el “granadazo” del 15 de septiembre en esa misma entidad, los 16 jóvenes acribillados en Villas de Salvalcar, municipio de Ciudad Juárez, Chihuahua; los 24 cuerpos encontrados en la marquesa, estado de México; los 72 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas; la muerte de 49 niños quemados al interior de la guardería ABC en Sonora; la muerte por asfixia de 52 personas al interior del “Casino Royale” en Monterrey, al ser incendiado por miembros del crimen organizado; y así sigue la lista.
No se puede ignorar que tuvo acciones de buen gobierno, que avanzó en ciertas áreas de la administración federal y que fue un gobierno que consolidó la apertura política y respetó la libertad de expresión, a pesar de las duras y algunas injustas críticas a su gobierno y más a su persona. Como dicen los jóvenes “aguantó vara”, pero no pudo levantar la imagen de su deteriorado gobierno. Nunca supo como revertir la presencia de lo inmediato, de la coyuntura. Siendo justos, la mayoría de las desgracias ocurridas escapan a su control y eran más del ámbito de los gobiernos estatales y locales. Por citar uno, los jóvenes asesinados en Villas de Salvalcar, vivían en un municipio administrado por el PRI, bajo un gobierno estatal del PRI y una Cámara Local con mayoría del PRI y, sin embargo, todo el peso de aquél lamentable acontecimiento lo cargó la administración federal.
En otras palabras, el Presidente Felipe Calderón no supo reforma el poder, sus formas y fondos no los supo manejar y, lo más lamentable, es que todo parece indicar que el gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto y sus colaboradores tampoco saben cómo hacerlo. Existe una opinión que está tomando fuerza sobre el mal desempeño de la Administración Federal a causa de la misma coyuntura que no dejó en paz a Calderón. Su equipo no ha sabido cómo sacarlo del fuego mediático. Villas de Salvalcar se repite en Iguala, Guerrero. Este municipio es gobernado por el PRD, el gobernador que renunció era del PRD y el sustituto sigue siendo de ese partido y más aún, las dos cámaras federales son dirigidas por legisladores del PRD. Y, pesar de ser así, el costo político lo está pagando el Jefe del Ejecutivo y su gobierno. Con una desventaja frente a Calderón; el Presidente Peña no tiene el mismo respaldo del Presidente de los Estados Unidos como lo tuvo su antecesor. Calderón pudo equivocarse en sus acciones militares contra la delincuencia organizada, pero contaba con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. En consecuencia, la preocupación más fuerte del gabinete del Gobierno Federal es cómo restar los efectos negativos a la imagen del Presidente Peña en el exterior.
De seguir anteponiendo el manejo de la coyuntura al real ejercicio de las decisiones de Estado, la imagen gubernamental se irá deteriorando y los niveles de ingobernabilidad y de protesta social pueden crecer, ampliarse o hacerse permanentes. Si a este equivocado manejo de la coyuntura le sumamos la falta de sensibilidad de los medios afines, el gobierno eleva sus niveles de rechazo. Decir que marcharon 30 mil jóvenes como una manera de deslegitimar o minimizar la acción social en favor de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa es una abierta provocación.
Pero se está presentando otro riesgo visto en la administración pasada. Calderón no tuvo vocero ni Secretario de Gobernación que pudiera suplir al presidente en momentos clave de la política nacional. Y en este momento, quien aparece en la pantalla asumiendo toda la responsabilidad de los acontecimientos es el propio Presidente Enrique Peña. Es decir, al igual que con Calderón, se está quedando sólo y su gobierno. No se ve, por ningún lado, menos a su partido, a nadie que puede dar la cara y que evite un mayor desgaste a su administración. Se repiten errores ya vistos apenas tres años atrás. Todavía no se supera la crisis de los estudiantes desaparecidos y asesinados en Guerrero y sale el Secretario de Comunicaciones y Transportes con la noticia de que ya hay ganador de la licitación para la construcción del tren rápido a Querétaro, desatando todo tipo de críticas por las empresas ganadoras. Si ya el aeropuerto y la tarjeta IAVE marcaron una tendencia de las licitaciones nacionales, era evidente que en la del tren a Querétaro se incrementarían las reacciones negativas. Es evidente que tampoco tienen una estrategia para superar el gobierno por coyuntura.
Para lograr un cambio en la conducción de la política nacional, es fundamental reformar el uso del poder, sus formas de operación y redefinir su lógica federal. En caso contrario, los efectos negativos son inevitables. Basta con mencionar que el éxito logrado por las reformas estructurales se vino abajo por el asesinato y desaparición de los estudiantes normalistas de guerrero, un hecho deleznable que ha movido la conciencia y solidaridad internacional en favor de la aparición de los estudiantes con vida. La noticia dio vuelta al mundo y ha marcado profundamente la imagen de la actual administración, sobre todo se han manifestado dudas sobre la existencia del Estado de derecho en México y el respeto a los derechos humanos. Y esto viene a polarizarse más con la noticia de los ejecutados de Tlatlaya a cargo de militares, cuando los presuntos criminales ya se habían rendido. Nuevamente la coyuntura supera las acciones de gobierno. Cuando se anuncia que México enviará cascos azules, medios extranjeros dan a conocer la verdad del enfrentamiento entre militares con personadas armadas en la comunidad de San Pedro Limón, del Municipio de Tlatlaya.
Sin ninguna duda, seguirán surgiendo eventos que impliquen una vinculación o acción del gobierno federal, pero de insistir en el mismo método, en el mismo cuadro básico de operación política los costos pueden ser igual o mayores a los del Presidente Calderón. Esperemos que exista voluntad política para cambiar.