Justo, el 27 de febrero de 2014 se celebra el 117 aniversario del natalicio de Don Manuel Gómez Morín, fundador del Partido Acción Nacional (PAN) y promotor incansable de una forma diferente de entender y ejercer la política desde la oposición al régimen y al sistema político mexicano. Justo, también, en este aniversario, el partido vive su peor crisis interna, su Waterloo. Una organización política que tiene en su interior a su más fuerte adversario político. Se disputan el poder, el control del PAN, a costa de la destrucción del partido mismo y del fin de su tradición democrática.
Desde siempre, Gómez Morín confió en tener un partido como instancia pacífica para combatir el autoritarismo instaurado durante y después de la revolución mexicana. Con plena convicción de sus principios, supo librar una batalla desigual, pero insistió en ella hasta sentar las bases del proceso de liberalización política en el país que décadas después habrían de fortalecer la transición democrática de México.
Siempre habló de la urgencia de reconciliar al país y de superar el dolor de la revolución armada a la instauración de una revolución constructiva. Es importante recordar aquél principio de Manuel Gómez Morín porque sigue vigente, pero esta vez el destinatario es su propio partido. Los panistas de ahora, los que llegaron al poder, están urgidos de reconciliación y de ser parte de una revolución constructiva que lleve a la dirigencia nacional a refundar al PAN. El gobierno —y su lucha por conquistarlo— corrompió el espíritu panista, administrar los recursos públicos motivó a los gobernantes azules a formar una estructura militante corporativa, dominada por el utilitarismo, usada únicamente con fines de rentabilidad electoral. Ya no son los valores, los principios de doctrina ni la mística panista lo que predomina al interior de sus procesos electorales, ahora son de uso corriente y cotidiano la manipulación y cooptación del voto, prácticas que tanto combatió desde su fundación como partido. La profecía se cumplió: el PAN ganó el gobierno, el poder; pero perdió al partido.
Hace unos días, la comisión de elecciones del PAN emitió la convocatoria que normará el proceso para elegir a su dirigente nacional, de inmediato las declaraciones enfrentadas salieron a relucir demostrando que el resultado, cualquiera que este sea, será negativo para el futuro político del PAN. Sin duda, existirá una rentabilidad para el grupo, clan o cártel que gane la silla del poder que representa el ser presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), pero perderá la propuesta política que representa o ha enarbolado el PAN y el país verá cómo se termina de hundir una alternativa, un proyecto de nación libre y democrática que, precisamente, se encargó de promover Gómez Morín.
En la lógica de los competidores lo que está en juego en la elección interna es la continuidad de un grupo en el poder a cambio de exterminar al otro, es ganar la dirigencia para adjudicarse patrimonialmente las carteras partidistas y las posiciones plurinominales; incluidas la representación ante el IFE-INE, el liderazgo de las bancadas en las cámaras legislativas y la administración de los recursos de origen público asignado al partido. No se trata de ganar una dirigencia, la pelea es por ocupar la plaza.
De la política y los valores civiles se pasó a la formación del mercantilismo, al uso de la prebenda como medio de convencimiento para ser delegado numerario, consejero estatal, miembro del comité, titular de alguna secretaría o consejero nacional por cuota de lista. Pareciera que se compite por un negocio y no por la reconstrucción del partido, la reconciliación de su militancia o por la recuperación de la confianza ciudadana. Quienes están en la línea de salida para cumplir los tiempos de la convocatoria negarán que algo así suceda; sin embargo, es un sentir extendido entre la militancia, en esa mayoría silenciosa que salía a pintar bardas, volantear, entregar trípticos, a convencer porque tenía la mejor propuesta política.
La dirigencia de hoy es una dirigencia burocrática, de escritorio, que ha perdido la calle, el barrio, la colonia, el fraccionamiento. Le han quitado la alegría a la militancia, su orgullo de ser un ciudadano convencido y promotor de una cultura cívica. En los órganos del partido no se debate, se pacta o, más popularmente dicho, se tranza; en los órganos deliberativos del Estado Mexicano los representantes del partido votan automáticamente sin que la militancia o los ciudadanos a quienes representan tengan algún argumento de su accionar ante una iniciativa o reforma constitucional.
El partido integrado por ciudadanos, entregó su libertad, su derecho a disentir y lo más lamentable: ha dado pasos hacia la pérdida de su identidad, precisamente a las virtudes que lo hacían diferente. Por ahí andan algunos legisladores que en vez de explicar el razonamiento de su voto regalan pelotitas, cobijitas y despensas, borrando la tradición histórica de un partido que nació libre y democrático. En su lógica mercantil, quieren ganar la voluntad del beneficiado para volver a ser candidato, es decir, no perder el negocio. Nadie sabe de sus iniciativas, del contenido de sus intervenciones, ni las veces que se han subido a la tribuna a defender una posición de sus representados, mucho menos para resolver alguna necesidad básica de la población a la que están obligados a servir. Por si no lo saben estos legisladores despenseros, están ante la tribuna más grande de la Nación, esa misma donde alguna vez Don Manuel se subió a defender una elección que le habían robado.
Casi es intrascendente que abunden evidencias de malas prácticas, que la corrupción política sea sinónimo de identidad partidaria. Algún cínico diría que no son todos, pero los pocos son los que dominan el proceso interno. Se sigue al líder porque corrompe, porque es “buen operador”, porque gana carro completo en las elecciones de consejeros que manipula. Las listas de candidatos a consejeros afines (o a modo) circulan como boletas en la bolsa de valores, sus voceros no son militantes convencidos sino corredores de una marca, la del jefe del cártel, el mismo que, como un sicario, asesina la vocación democrática de un partido que, a pesar de sus malos dirigentes, todavía goza de simpatía entre los electores.
La convocatoria acaba de salir, pero los grupos ya tienen en movimiento sus estrategias de acarreo de miembros activos. Ya está listo el ratón loco, las urnas zapato, los padrones manipulados, los celulares con tarjetas para que, a la entrega de la foto, se le den sus cien pesos por voto. Las casas de las despensas también están preparadas, la cosa es amarrar el voto. Este es el prototipo del ADN de los criminales electorales que mueven al partido. Ya no hay un cuarto de guerra, una casa de campaña, su lugar lo ocupa una reunión cumbre, un cónclave para escuchar algo así como al “Jefe de Jefes” para que tire línea y reparta el hueso que toca a cada quien a cambio de no soltarse del proyecto.
Resulta increíble, pero es lo que va a definir al ganador de la próxima contienda electoral. Insistir en este método es perder el tiempo o instaurar a un grupo que se hará del poder a cambio de la derrota del partido. A pesar de que se diga que habrá un dirigente, en el fondo lo que se elegirá es un padrino como el creado por Mario Puzo. Nada parecido a lo que formaron la generación de Manuel Gómez Morín.
Alguna vez, el maestro Carlos Castillo Peraza comentó que si un barco se hundía, sobrevivirían los periodistas; le preguntaron por qué y contestó: porque la mierda flota. Un número significativo de los que van a estar cerca del proceso interno seguramente están a bordo del barco descrito por Castillo Peraza, sólo que esta vez, además de flotar, también van a ganar espacios en la estructura partidaria, algunas posiciones legislativas o candidaturas plurinominales; incluso laptops, para seguir manipulando procesos internos.
La única manera de parar la destrucción del PAN es que los grupos en contienda reflexionen, declinen sus intereses personales y den paso a la conformación de una candidatura de unidad, neutral, que conozca al partido y que goce de estima entre la militancia, simpatizantes y adherentes. No es mucho lo que se tiene que hacer y si es mucho lo que pueden contribuir a la transición o consolidación democrática del país. La existencia de un dirigente así depende de la buena voluntad entre las partes para que sea posible construir una dirigencia que sería panista, pero también histórica, a la altura del reto y lo que se quiere: refundar y reconciliar al Partido Acción Nacional.
Al sistema político mexicano tampoco le conviene una oposición convulsionada, erosionada y enfrentada. No contribuye al desarrollo nacional porque no es capaz de ponerse de acuerdo hacia su interior. Es necesaria una oposición actuante, propositiva y enérgica para construir un país fuerte, plural y democrático. Esa fue la oposición que propuso y defendió Manuel Gómez Morín. Reconstruirla sería un buen homenaje para el fundador del PAN.