Basta es la literatura referida a la práctica de los sacrificios humanos durante la etapa prehispánica de México, aunque es sabido que se llevaban a cabo en toda Mesoamérica. Eran muertes ligadas irremediablemente a fines o propósitos religiosos para satisfacer solicitudes que requerían de la intervención divina. En un principio, mientras la demanda no era tan recurrente, las guerras fueron el medio adecuado para capturar a las víctimas destinadas a la ofrenda a los dioses. En el caso del imperio mexica, la adopción de Huitzilopochtli como dios principal, fue determinante para que las batallas fueran insuficientes para cubrir el número creciente de prisioneros requeridos para las celebraciones religiosas.
En el cenit del poderío mexica, es decir después de la derrota del señorío de Azcapotzalco a manos de la Triple Alianza integrada por Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, su dios Huitzilopochtli requirió de miles de vidas a cambio de orientar el destino de los tlatoanis como Itzcóatl, Moctezuma Ilhuicamina y Moctezuma Xocoyotzin. La guerra dejó de ser exclusivamente de conquista, de dominio y sometimiento para el pago de tributos y pasó a ser un factor determinante para la captura de prisioneros cuyo destino era morir en sacrificio. A ese tipo de guerras se denominó “floridas” y los pueblos donde tenían lugar fueron los del Valle de Puebla: Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula.
Con la victoria española, la costumbre de realizar sacrificios en honor de las diversas deidades indígenas fue suspendida, aunque en algunos lugares, los grupos locales la siguieron practicando. Sin embargo, la tendencia fue hacia su desaparición, dando paso a la labor de los frailes venidos desde España, para la conversión de los indios al cristianismo, bajo la enseñanza de la doctrina católica.
La inmolación era una escena realmente fuerte para los pueblos sometidos y un irrenunciable frenesí para los mexicas. En ocasiones, “el prisionero era atado a una especie de marco, puesto en alto, y se le fechaba hasta que moría… Una más consistía en desollar a un prisionero y vestir al sacerdote con la piel de la víctima…” . En otras, la ceremonia cumplía un ritual para cubrir el templo de sangre.
“Cuatro sacerdotes ataviados como el dios de la muerte agarran las cuatro extremidades de la víctima y la acuestan sobre una piedra de sacrificios de forma cónica. Jalan hacia abajo brazos y piernas, para que se abra bien el torso. Entonces surge el sacrificador, armado con un gran cuchillo de pedernal. Hunde el arma en el pecho, entre las costillas, introduce la mano en la hendidura y arranca el corazón palpitante, que ofrece al sol elevándolo hacia él. Inmediatamente después, pero ahora como ofrenda a la tierra, corta la cabeza con un cuchillo de obsidiana negra, provocando un nuevo aflujo de sangre para alimentar y fertilizar a la diosa” .
Luego de este proceso, la víctima era aventada de lo alto de la pirámide. Ya en el suelo lo destazaban, dando a su captor las extremidades para que las comiera con su familia, en un guiso de chile y maíz hervido. Se supone que el mejor muslo se reservaba para el emperador. “Esta carne de todos los sacrificados… la consideraban realmente como consagrada y bendita y la comían con reverencia y ceremonias y zalamerías como si se tratara de cosa celeste” .
El sacrificio de los mexicas horrorizaba a los españoles y, por decisión personal y religiosa, estaban resueltos a combatirla, evitarla como una de sus primeras victorias para el sometimiento de los conquistados. Para los mexicas, el sacrificio era un acto de comunicación con lo divino, con sus dioses, constituía el cumplimiento de un sentimiento religioso. Siendo un acto ligado a su religiosidad, el sacrificio entre los mexicas tenía ciertas formas de consumarse.
Había un sacrifico llamado gladiatorio donde peleaba un capitán prisionero con guerreros aztecas, pero amarrado y con armas diferentes a sus oponentes, al final estaba condenado a la muerte. Comer carne de las víctimas de sacrificio era visto como parte de un ritual. “No hay que olvidar que para los aztecas las víctimas humanas eran la encarnación de los dioses a los que representaban y cuyos atavíos llevaban, y al comer su carne practicaban una especie de comunión con la divinidad…” . Ahora puede horrorizarnos conocer los detalles de los sacrificios y no podemos imaginar el dolor y sufrimiento de los prisioneros marcados por un destino mortal.
Sin embargo, para los mexicas el sacrificio era para que lloviera, tener abundantes cosechas y milpas, que el comercio fuera prospero, que los guerreros regresaran con victoria y con bien de la guerra, que el recién nacido fuera fuerte y sano. Para eso necesitaban de los dioses y del sacrificio.
La tendencia a sacrificar a un mayor número de prisioneros se fortaleció durante el largo reinado de Moctezuma I o Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469), quinto emperador de México Tenochtitlán. Una fuerte nevada afectó los cultivos y la salud de la población detonando una hambruna que se prolongó durante cuatro años. El tlatoani recurrió a sus consejeros religiosos y los sacerdotes la interpretaron como un castigo de los dioses y “para tratar de apaciguarlos, había que ofrecerles sacrificios (humanos, por supuesto) en grandes cantidades. Y, sobre todo, las inmolaciones tenían que realizarse con más regularidad. Las víctimas eran en su mayoría prisioneros de guerra” .
Cinco décadas más tarde, al inicio del reinado de Moctezuma Xocoyotzin reapareció una nueva hambruna obligando la apertura de los almacenes del imperio para repartir víveres entre los afectados. “Muchos habitantes del valle emigraron en busca de cielos más clementes, y muchos murieron en el camino. Otros se vieron forzados a vender a sus hijos para sobrevivir o para que ellos sobrevivieran. Moctezuma hizo lo posible por comprar a los niños de familias nobles, ya que no podía comprarlos a todos” . En esta ocasión la hambruna llegó a su nivel más alto en 1505. En honor a su implacable dios el propio emperador llevó a cabo un sacrificio por flechamiento.
Ambos acontecimientos incrementaron el número de ceremonias en honor a los dioses, en consecuencia llegó el momento que los guerreros capturados durante las guerras para el sacrificio ya no fueron suficientes. Por tanto, se organizaron las llamadas guerras floridas, cuya autoría se atribuye a Tlacaélel, hermano del emperador Moctezuma Ilhuicamina. “La primera hambruna había sido el origen de la guerra florida; la segunda fue la ocasión de retomar esa guerra” . Estas batallas eran periódicas; organizadas o solicitadas para obtener prisioneros que luego morirían sacrificados. Combatían los señoríos agrupados en la triple alianza; es decir, Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, contra Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula, las tres ciudades del valle de Puebla. Algunas versiones señalan que tenían lugar cada veinte días y otras que eran acordadas según las necesidades señaladas por el emperador o los sacerdotes.
Para desgracia de Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula ellos fueron tomados como el mercado de prisioneros para alimentar al insaciable Huitzilopochtli. De esta manera, los mexicas desarrollaron dos tipos de guerras. Una de ellas era el dominio con fines de conquista, el botín y el tributo; aunque también se tomaban presos para esclavizar o sacrificar. La otra, la florida, sólo se propone la captura de víctimas sacrificables… En esa medida, “sólo garantizaba regularidad y “frescura” en el flujo de víctimas” . No es casual que el pueblo tlaxcalteca alimentara tanto rencor y odio hacia los mexicas, al grado de ser el más firme aliado de Cortés.
Los excesos cometidos en contra de los pueblos sometidos fue la causa fundamental que los ligó a la derrota del imperio de México Tenochtitlán. Los odios se fueron acumulando al grado de ser la motivación única para aliarse con los europeos en contra de sus opresores mexicas. Pueblos que combatían al lado de los guerreros del imperio también se alinearon a Cortés; entre ellos Texcoco y Chalco. Ambas declinaciones marcaron el final del poderío que encabezaba el gran tlatoani, Moctezuma Xocoyotzin, que si bien encabezó un gobierno de grandes conquistas y de expansión del dominio mexica es recordado por haber entregado las lleves del imperio a un grupo de poco más de quinientos soldados españoles, a los que no supo combatir y derrotar a tiempo.
Luego de su victoria Hernán Cortés dio aviso al rey de España, solicitando el envío de religiosos para la conversión de los naturales. Así empezarían a llegar a la Nueva España los primeros misioneros envestidos de autoridad papal, para cumplir su tarea evangelizadora con plena libertad y autoridad suficiente.
Los sacrificios se fueron con la caída del poderío mexica. Los templos fueron destruidos, la piedra donde se practicaban dejó de teñirse con la sangre de los prisioneros. Sin embargo, surgió otra modalidad de sacrificios como la esclavitud y el exterminio de los indios, el maltrato de seres humanos a quienes se consideraba personas carentes de juicio y razón, por tanto recibían un trato igual al de las bestias.
Basta es la literatura referida a la práctica de los sacrificios humanos durante la etapa prehispánica de México, aunque es sabido que se llevaban a cabo en toda Mesoamérica. Eran muertes ligadas irremediablemente a fines o propósitos religiosos para satisfacer solicitudes que requerían de la intervención divina. En un principio, mientras la demanda no era tan recurrente, las guerras fueron el medio adecuado para capturar a las víctimas destinadas a la ofrenda a los dioses. En el caso del imperio mexica, la adopción de Huitzilopochtli como dios principal, fue determinante para que las batallas fueran insuficientes para cubrir el número creciente de prisioneros requeridos para las celebraciones religiosas.
En el cenit del poderío mexica, es decir después de la derrota del señorío de Azcapotzalco a manos de la Triple Alianza integrada por Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, su dios Huitzilopochtli requirió de miles de vidas a cambio de orientar el destino de los tlatoanis como Itzcóatl, Moctezuma Ilhuicamina y Moctezuma Xocoyotzin. La guerra dejó de ser exclusivamente de conquista, de dominio y sometimiento para el pago de tributos y pasó a ser un factor determinante para la captura de prisioneros cuyo destino era morir en sacrificio. A ese tipo de guerras se denominó “floridas” y los pueblos donde tenían lugar fueron los del Valle de Puebla: Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula.
Con la victoria española, la costumbre de realizar sacrificios en honor de las diversas deidades indígenas fue suspendida, aunque en algunos lugares, los grupos locales la siguieron practicando. Sin embargo, la tendencia fue hacia su desaparición, dando paso a la labor de los frailes venidos desde España, para la conversión de los indios al cristianismo, bajo la enseñanza de la doctrina católica.
La inmolación era una escena realmente fuerte para los pueblos sometidos y un irrenunciable frenesí para los mexicas. En ocasiones, “el prisionero era atado a una especie de marco, puesto en alto, y se le fechaba hasta que moría… Una más consistía en desollar a un prisionero y vestir al sacerdote con la piel de la víctima…” . En otras, la ceremonia cumplía un ritual para cubrir el templo de sangre.
“Cuatro sacerdotes ataviados como el dios de la muerte agarran las cuatro extremidades de la víctima y la acuestan sobre una piedra de sacrificios de forma cónica. Jalan hacia abajo brazos y piernas, para que se abra bien el torso. Entonces surge el sacrificador, armado con un gran cuchillo de pedernal. Hunde el arma en el pecho, entre las costillas, introduce la mano en la hendidura y arranca el corazón palpitante, que ofrece al sol elevándolo hacia él. Inmediatamente después, pero ahora como ofrenda a la tierra, corta la cabeza con un cuchillo de obsidiana negra, provocando un nuevo aflujo de sangre para alimentar y fertilizar a la diosa” .
Luego de este proceso, la víctima era aventada de lo alto de la pirámide. Ya en el suelo lo destazaban, dando a su captor las extremidades para que las comiera con su familia, en un guiso de chile y maíz hervido. Se supone que el mejor muslo se reservaba para el emperador. “Esta carne de todos los sacrificados… la consideraban realmente como consagrada y bendita y la comían con reverencia y ceremonias y zalamerías como si se tratara de cosa celeste” .
El sacrificio de los mexicas horrorizaba a los españoles y, por decisión personal y religiosa, estaban resueltos a combatirla, evitarla como una de sus primeras victorias para el sometimiento de los conquistados. Para los mexicas, el sacrificio era un acto de comunicación con lo divino, con sus dioses, constituía el cumplimiento de un sentimiento religioso. Siendo un acto ligado a su religiosidad, el sacrificio entre los mexicas tenía ciertas formas de consumarse.
Había un sacrifico llamado gladiatorio donde peleaba un capitán prisionero con guerreros aztecas, pero amarrado y con armas diferentes a sus oponentes, al final estaba condenado a la muerte. Comer carne de las víctimas de sacrificio era visto como parte de un ritual. “No hay que olvidar que para los aztecas las víctimas humanas eran la encarnación de los dioses a los que representaban y cuyos atavíos llevaban, y al comer su carne practicaban una especie de comunión con la divinidad…” . Ahora puede horrorizarnos conocer los detalles de los sacrificios y no podemos imaginar el dolor y sufrimiento de los prisioneros marcados por un destino mortal.
Sin embargo, para los mexicas el sacrificio era para que lloviera, tener abundantes cosechas y milpas, que el comercio fuera prospero, que los guerreros regresaran con victoria y con bien de la guerra, que el recién nacido fuera fuerte y sano. Para eso necesitaban de los dioses y del sacrificio.
La tendencia a sacrificar a un mayor número de prisioneros se fortaleció durante el largo reinado de Moctezuma I o Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469), quinto emperador de México Tenochtitlán. Una fuerte nevada afectó los cultivos y la salud de la población detonando una hambruna que se prolongó durante cuatro años. El tlatoani recurrió a sus consejeros religiosos y los sacerdotes la interpretaron como un castigo de los dioses y “para tratar de apaciguarlos, había que ofrecerles sacrificios (humanos, por supuesto) en grandes cantidades. Y, sobre todo, las inmolaciones tenían que realizarse con más regularidad. Las víctimas eran en su mayoría prisioneros de guerra” .
Cinco décadas más tarde, al inicio del reinado de Moctezuma Xocoyotzin reapareció una nueva hambruna obligando la apertura de los almacenes del imperio para repartir víveres entre los afectados. “Muchos habitantes del valle emigraron en busca de cielos más clementes, y muchos murieron en el camino. Otros se vieron forzados a vender a sus hijos para sobrevivir o para que ellos sobrevivieran. Moctezuma hizo lo posible por comprar a los niños de familias nobles, ya que no podía comprarlos a todos” . En esta ocasión la hambruna llegó a su nivel más alto en 1505. En honor a su implacable dios el propio emperador llevó a cabo un sacrificio por flechamiento.
Ambos acontecimientos incrementaron el número de ceremonias en honor a los dioses, en consecuencia llegó el momento que los guerreros capturados durante las guerras para el sacrificio ya no fueron suficientes. Por tanto, se organizaron las llamadas guerras floridas, cuya autoría se atribuye a Tlacaélel, hermano del emperador Moctezuma Ilhuicamina. “La primera hambruna había sido el origen de la guerra florida; la segunda fue la ocasión de retomar esa guerra” . Estas batallas eran periódicas; organizadas o solicitadas para obtener prisioneros que luego morirían sacrificados. Combatían los señoríos agrupados en la triple alianza; es decir, Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, contra Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula, las tres ciudades del valle de Puebla. Algunas versiones señalan que tenían lugar cada veinte días y otras que eran acordadas según las necesidades señaladas por el emperador o los sacerdotes.
Para desgracia de Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula ellos fueron tomados como el mercado de prisioneros para alimentar al insaciable Huitzilopochtli. De esta manera, los mexicas desarrollaron dos tipos de guerras. Una de ellas era el dominio con fines de conquista, el botín y el tributo; aunque también se tomaban presos para esclavizar o sacrificar. La otra, la florida, sólo se propone la captura de víctimas sacrificables… En esa medida, “sólo garantizaba regularidad y “frescura” en el flujo de víctimas” . No es casual que el pueblo tlaxcalteca alimentara tanto rencor y odio hacia los mexicas, al grado de ser el más firme aliado de Cortés.
Los excesos cometidos en contra de los pueblos sometidos fue la causa fundamental que los ligó a la derrota del imperio de México Tenochtitlán. Los odios se fueron acumulando al grado de ser la motivación única para aliarse con los europeos en contra de sus opresores mexicas. Pueblos que combatían al lado de los guerreros del imperio también se alinearon a Cortés; entre ellos Texcoco y Chalco. Ambas declinaciones marcaron el final del poderío que encabezaba el gran tlatoani, Moctezuma Xocoyotzin, que si bien encabezó un gobierno de grandes conquistas y de expansión del dominio mexica es recordado por haber entregado las lleves del imperio a un grupo de poco más de quinientos soldados españoles, a los que no supo combatir y derrotar a tiempo.
Luego de su victoria Hernán Cortés dio aviso al rey de España, solicitando el envío de religiosos para la conversión de los naturales. Así empezarían a llegar a la Nueva España los primeros misioneros envestidos de autoridad papal, para cumplir su tarea evangelizadora con plena libertad y autoridad suficiente.
Los sacrificios se fueron con la caída del poderío mexica. Los templos fueron destruidos, la piedra donde se practicaban dejó de teñirse con la sangre de los prisioneros. Sin embargo, surgió otra modalidad de sacrificios como la esclavitud y el exterminio de los indios, el maltrato de seres humanos a quienes se consideraba personas carentes de juicio y razón, por tanto recibían un trato igual al de las bestias.