CIUDAD DE MÉXICO, Méx.. Saturnino Herrán es considerado uno de los exponentes modernos de la pintura costumbrista mexicana. Sus más de 200 obras dejaron registro del talento y sensibilidad que lo caracterizaron para retratar las tradiciones y la vida cotidiana nacionales de forma paralela al desarrollo de la Revolución Mexicana.
En el marco de la campaña “Contigo en la distancia”, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través del Museo Nacional de Arte (Munal), recuerdan este 9 de julio al artista en cuyas creaciones conviven alegorías prehispánicas, piezas de inspiración simbolista y motivos de la idiosincrasia de nuestro país.
Saturnino Herrán nació el 9 de julio de 1887 en la ciudad de Aguascalientes y falleció el 8 de octubre de 1918 en la Ciudad de México a los 31 años de edad. Tras la muerte de su padre, en 1903, se trasladó a la capital con su madre y fue admitido en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde conoció a José Clemente Orozco y Diego Rivera.
A pesar de vivir una época convulsa durante el inicio de la Revolución, Herrán reflejó en sus piezas una atmósfera idealista, mítica y personal. Como discípulo del pintor catalán Antonio Fabrés aprendió técnicas propias del realismo. Posteriormente, el maestro colorista Germán Gedovius lo vinculó con el simbolismo francés. Asimismo, dentro de la obra de Herrán es posible distinguir elementos alegóricos de la pintura de Julio Ruelas, cuando el arte mexicano adoptó un estilo modernista europeo, sensual y decadentista.
Herrán también es considerado precursor del muralismo mexicano y del arte de los cromos para calendarios. En piezas como La dama del mantón o Guerrero –pertenecientes al acervo del Munal– se aprecia una constante referencia a la diversidad social y étnica de México.
Una de sus obras más representativas es La ofrenda, óleo sobre tela en el cual los personajes indígenas, cargados de gestualidad melancólica, recorren los canales de Xochimilco durante la celebración del Día de Muertos. De igual forma, se vislumbra el binomio vida-muerte a través de la flor de cempasúchil.
“La persuasión de lo indivisible de nuestra persona afianzó a Herrán en el culto de la línea moral y física, interpretando a sus niños, a sus viejos y a sus mujeres con tan elegante energía, que debe considerársele como un poeta de la figura humana”, escribió Ramón López Velarde en Oración fúnebre, elegía al pintor cargada de admiración y reconocimiento hacia su obra.