CIUDAD DE MÉXICO, Méx.- A 323 años de su fallecimiento, Sor Juana Inés de la Cruz, una de las figuras más representativas de las letras hispanas, sigue siendo motivo de inspiración para otorgar reconocimientos sociales y literarios.
Uno de ellos es la presea que lleva su nombre, máximo reconocimiento que otorga la Universidad del Claustro de Sor Juana, que este año ha sido concedida al escritor Fernando del Paso.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació en San Miguel Nepantla, Estado de México, el 12 de noviembre de 1651; en 1654, cuando apenas tenía tres años de edad, pasó sus primeros años de vida en la hacienda de su abuelo; a esa misma edad aprendió a leer y escribir.
A los ocho años quiso ingresar a la Universidad de México y compuso el prólogo para una festividad; en 1659, su madre la llevó a la capital, donde gracias al sacerdote Martín de Olivas recibió sus primeras lecciones de latín, idioma que llegó a dominar con maestría.
Empeñosa en el estudio y muy obstinada, recurrió al cruel medio de cortarse el cabello hasta no conseguir aprender lo que deseaba; en 1665 ingresó como cortesana de la virreina de la Nueva España, Leonor Carreto.
El 14 de agosto de 1667, para evitar seguir como cortesana, ingresó al convento de las Carmelitas Descalzas, pero desertó tres meses después; un año más tarde ingresó a la orden de las Jerónimas, en el convento de Santa Paula y profesó al año siguiente.
Su obra comprende poesías líricas, dramáticas, alegóricas, sacras, festivas y populares. Escribía de continuo en verso y en prosa; a beneficio de los pobres, se deshizo de libros y múltiples instrumentos, hizo confesión general y redactó dos protestas que firmó con su sangre.
Consagrada al estudio, llegó a reunir cuatro mil libros, numerosos mapas e instrumentos musicales, pero sobre todo no dejó de suscitar y crearse envidias y problemas debido a su forma de pensar, escribir y actuar.
De natural belleza y talento, pronto cobró fama e ingresó en la corte, como dama de honor de la virreina Leonor Carreto, a quien dedicó algunos sonetos con el nombre de Laura.
De acuerdo a un artículo de “El País”, la poetisa escribió: “Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazarse la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.
Leía mucho y es de suponer que sus autores favoritos fueron los clásicos latinos y españoles como Virgilio, Horacio, Ovidio, Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora y Argote.
En 1669 tomó los hábitos en el convento de San Jerónimo, donde pasó el resto de su vida.
En la “Carta atenagórica” (1690) criticó un sermón del jesuita Antonio de Vieyra; tiempo después fue acusada de desacato y sentenciada a no publicar más.
El 17 de abril de 1695 falleció de una fiebre maligna, contagiada al cuidar a sus hermanas enfermas durante una epidemia