Se quedó observando quizás le mandarían una señal, para saber si soñaba o era un alucine barato de sus desordenes alcanforados, pero nada, y como siempre sin hacer caso a su nublada mente de descansar del trote, inicio el ascenso a la punta de la pirámide, era una escalinata de menos de cien peldaños, quizás más pero que ya en la cima ofrecía un espectáculo increíble, las luminarias y focos de las construcciones de cemento, las luces de neón refulgían, pero lo más impresionante era el cintilar de las estrellas y de una de brillantes colores que se dirigía al punto del solitario Juan Barrancas, que no sabía qué hacer, si moverse o hacer contacto con ese milagro que iba directo a su mutante humanidad.
Una lluvia de flores multicolores expandieron sobre la cúspide del monolítico, claveles, rosas, mastuerzos, floripondios, nube, nardos o al menos eso era lo que traslucía en su mente el Juan Barrancas en su imaginación fantástica, el olor a flores era poderoso, y en el manto de la noche refulgieron las luciérnagas y un colibrí que revoloteaba, feliz en el néctar de aquella naturaleza viva que iluminaba su corazón, era un rayo de luz violeta que brillaba y resplandecía en aquel vecindario donde uno que otro desbalagado se quitaba las lagañas para ver mejor, y seguía su camino.
El Barrancas empezo a sumirse en un sopor, una dormidera que lo mecía placenteramente, como una hamaca en medio de unas palmeras y sintiendo la brisa, el aire húmedo playero, se acordó de Puerto escondido, cuando había llegado después de cruzar por unos poblados de negros cimarrones y de pájaros humanos, el calor ahí era seco, el camino de terracería, iba a bordo de un “mueble”, nombraban así a una destartalada pick up, que rodaba lentamente en aquellos caminos de terracería olvidados de Dios, sentado como Horacio con una nalga en el espacio, porque apenas alcanzó lugar en el transporte que trasladaba a la raza a lo poblados recónditos y desconocidos que un mutante urbano tuviera idea.
La plaza era árida, abandonada, fantasmal y el calor era abrazador a la una de la tarde, y ahí estaba un negrito pinguín tirado de panza sobre una campo de sandias verdes y rojas que se antojaron nomás de verlas, el Barrancas tenía que ver a la autoridad del pueblo, su misión era armar una biblioteca, pronto dio con el mal encarado sombreduro que lo recibió como a cualquier hijo de vecina, se notaba que no le interesaba en lo más mínimo que instalara aquel mini templo del saber que el Supremo mandaba al pueblo no me olvides Dios mío, pero guardando las formas le dio comida y hospedaje en su cantón , un casona vieja, que olía a viejo y a tierra de campo y donde los recuerdos de una historia, alguna vez alegre la sostenían a jirones o terrones sería más correcto .
La cena fue lo mejor, el café de olla y frijoles y arroz, estuvieron de lujo después de ensamblar el mobiliario y comenzar a ordenar los libros de acuerdo a los indicadores bibliotecarios de sus patrones, era pápalo pal taco, nada del otro mundo pero la fatiga mental llegaba tarde que temprano, la conversación fue muy reducida con los uraños residentes, hablaron del clima y quien iba a atender la biblioteca después de estar lista para los lectores y las arañas.
El Barrancas ya quería irse a dormir, lo condujeron a la habitación que le correspondería y le dijeron dónde podía encontrar la letrina por si las ganas le daban, los grillos resonaban en medio de la oscuridad, y las buenas noches se dijeron para penetrar a los terrenos de los sueños.
El colchón estaba duro como el cemento, pero la hora de dormir era ya un alivio, cuando se percató que la habitación tenía como unas decenas de muñecas, que seguramente había pertenecido a la hija del anfitrión, de porcelana , de felpa, de ojos saltones, pestañas hermosas, de rubias cabelleras, pero una sobresalía de la colección una de porcelana de tamaño natural de una niña de dos quizás tres años, en su peregrinar no le había tocado una suite cinco estrellas con ese tipo de compañía al Barrancas, quien empezo a sentir una mirada profunda y el aliento cercano, el respirar de una persona.
¡No, no, no, puede ser qué está pasando! Soltó para no gritar, se paró con paso veloz a donde le indicaron que podía ir poner un telegrama, pero ahí la negra noche, el vientecillo de la noche que movía el follaje del jardín y los grillos que se escuchaban estereofónicamente en sus oídos, hicieron que se apuraba a mojar la tierra y regresara al lecho con las muñecas, a donde se tiró cerró lo ojos con todo y se quedó profundamente dormido.
Al día siguiente desayunó el frugal alimento mañanero y a todo vapor comenzó a trabajar en lo que sería la biblioteca municipal donde ya lo esperaba una linda perlita negra, una muchachita de quince años, que parecía una diosa de la África, quien se quedaría a cargo para darle vida a las lecturas, trenzado su rizado cabello y con una sonrisa llena promesas, de inocencia y picardía, se presentó, me llamo Margarita y estoy para servir a Dios y para ayudarle en lo que me diga y pa lo que guste y mande, el Barrancas tomo con calma sus comentarios, pensó aléjate Satanás en cuerpo de chiquilla, aléjate púber canéfora, y se enfocó en la tarea a la que había llegado a aquel pueblo cimarrón.
El calor era de los mil infierno y Margarita se quitó el chal que llevaba y había quedado en su vestido, que por la humedad era ya transparente y que le entallaba cual doncella del trópico, su figura exudaba una pasión costeña que ¡ay mamita! y que distraía la la mente del Barrancas, no se podía sustraer al igual que la chiquilla que le mandaba un cambio de luces, unas miradas que matan de pasión, que estaban por desbordarse cuando se manera intempestiva la prima de la diosa Rarotonga se desvaneció del calorón, se desmayó, quedando suelta, lacia, lacia, apenas se percibía su aliento por lo que el Juan se espantó canijo y ya disponía de darle respiración de boca a boca cuando se escucharon unos gritos y luego unos pasos a donde estaba con la perlita durmiente, pero esa es otra historia…