Mal y de malas van las cosas para el país. En el fondo sus limitaciones se derivan de la escasa capacidad que han demostrado quienes dirigen el destino nacional. No es una generalización
atrevida porque en esta afirmación estamos colocando a los tres órdenes de gobierno: Federal, estatal y municipal. Cada uno tiene su parte de responsabilidad en la inestabilidad política y social
que impera en cada rincón del suelo patrio.
En una parte son los maestros inconformes y en cada una de sus protestas se incrementan las descalificaciones tanto para ellos como para los responsables de atender los temas relativos a la
educación, entendida como proyecto de Nación. Lo que es peor es la incapacidad para sostener las medidas adoptadas en el orden federal para superar los retos que la calidad educativa enfrenta.
La movilización es latente en estados como Michoacán, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, incluso con el magisterio del Distrito Federal.
Seguido de ese contexto de conflicto con el gremio magisterial está la presencia controladora del crimen organizado. La desaparición de los estudiantes de la rural de Ayotzinapa en Guerrero y el descubrimiento de fosas con restos humanos, que al parecer son resultado de ejecuciones a manos de narcotraficantes, han puesto en evidencia la ausencia de la autoridad en su conjunto. En ese estado hay militares, marinos, policía federal y municipales y las cosas no se ve que mejoren para los habitantes de la entidad ni para el sector privado. La inseguridad es lo que pesa y es el rostro que identifica a esa entidad, que alguna vez fue reconocida como un paraíso que visitaban estrellas de Hollywood.
Por el mismo tenor tenemos al estado de Michoacán. Esta tierra orgullosa y de valerosa tradición prehispánica es un campo de batalla constante. De igual manera, existen maestros inconformes y
dispuestos a movilizarse en el momento que sus líderes lo onsideren conveniente. Están organizados y cuentan con la capacidad para marchar sin ningún problema logístico. Sin embargo, no es el único ni el más fuerte de los problemas que padecen los michoacanos. El narcotráfico es el cáncer que lo corroe, que lo mina poco a poco y todo parece indicar que la autoridad ha sido derrotada por omisión, complicidad o temor. El crimen organizado ha impuesto las reglas y la autoridad las ha aceptado a cambio de prebendas que van desde dinero mal habido, ganar las elecciones con determinado partido y candidato o, a cambio de complicidad, aparentar la existencia de paz pública que se sostiene por acuerdos con el cártel del momento.
Michoacán es el claro ejemplo del fracaso institucional, fiel reflejo de la crisis política que tiene sometido al país. Los líderes de las guardias comunitarias están en la cárcel, pero el líder más visible, plenamente identificado y hombre fuerte del crimen organizado sigue libre. Y cada que se siente presionado echa mano de sus videos para evidenciar a funcionarios o políticos que han recibido favores de su mano protectora, de su poder armado o dinero de su organización. Con todo el poder del Estado, un enviado del Gobierno Federal trató de poner orden en la entidad y salió por la puerta trasera, dejando más conflicto del que pretendió atender.
El hecho no es un fracaso personal, sería absurdo pensarlo así, es la evidencia de lo que mal que esta el poder público. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) puede argumentar o fundar su discurso en criticar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero no puede desligarse que el anterior gobierno era perredista; el Partido Acción Nacional puede culpar o señalar de incapaces a
sus dos adversarios políticos, pero tampoco puede excluirse de que ahí fue donde el presidente Calderón empezó su lucha contra el narcotráfico, sin lograr disminuir la presencia y dominio criminal de la zona. Al final, el pagano es el pueblo michoacano que se ve sometido a dos fuegos: al de los narcotraficantes y el de los malos gobernantes.
Todo parece indicar que el mayor daño ocasionado a la población no viene exclusivamente de los narcotraficantes; ellos son delincuentes y saben el precio que pueden pagar por su actividad
criminal; en ocasiones su actuar los lleva a ganarse la confianza de la población para tener un territorio confiable, un lugar donde moverse con mayor seguridad. Para ello, se convierten en protectores del débil, proporcionan ayuda social y aplican la justicia. En cierta medida la población lo acepta o se resigna y se adapta al poder que impone la organización criminal. Sin embargo, la mayor desesperanza viene cuando la autoridad se subordina al poder del crimen organizado como ha sucedido en Michoacán. Para no reconocer su derrota, la autoridad camina con los ojos vendados y sigue con el dale, dale sin saber qué rumbo tomar. Tal parece que lo mejor será regresar el gobierno estatal al PRD y ahí que se haga bolas, al menos ya no será del mismo partido que dio origen al Gobierno Federal.
En Tamaulipas las cosas no mejoran y los enfrentamientos entre fuerzas del orden y grupos armados ligados a las organizaciones de narcotraficantes son recurrentes. También los enfrentamientos entre los grupos antagónicos que pelean la plaza. Lo que ha cambiado, y parece que en eso si ha sido exitoso el gobierno, es en controlar la difusión de la violencia en los medios de comunicación, pero el resultado no cambia: más muertos, población atemorizada y municipios casi en el abandono.
En nuestro querido estado de México la cosa no es diferente. Es una pena lo que sucede porque es de las entidades que deberían marcar una diferencia concreta en el manejo de los asuntos públicos. Pero aquí estamos peor. Existe una oposición amordazada por voluntad propia y lo único que le importa es acordar y poner precio a su silencio con el gobierno. Ahí están los indicadores que demuestran que somos de los estados más violentos del país, de las marcaciones con más mujeres asesinadas, de las de mayor inseguridad y abandono urbano. Pero el pacto político es para que no se sepa nada, no pase nada y todo siga igual. Se han presentado declaraciones aisladas de opositores honestos, pero sus líderes, sus cúpulas, prefieren la comodidad de su zona de confort: venga el bono, donde firmamos y aprobado por unanimidad.
Tal vez por eso “el negro” Alejandro González Iñárritu aprovechó el foro mundial de los oscares para decir: “Quiero tomar un segundo para dedicarle este premio a mis compatriotas en México,ruego para que podamos encontrar y tener el gobierno que nos merecemos”. Luego en entrevista con Aristegui puntualizó su postura al señalar que los mexicanos podemos estar en desacuerdo en muchas cosas, pero tenemos coincidencias en que las cosas deben cambiar de una vez porque la insatisfacción, la injusticia, la corrupción y la impunidad han llegado a niveles insoportables. Dijo algo que se desconozca?, no; pero lo dijo en cadena internacional nada menos y nada más que un mexicano ganador del máximo premio que se otorga en el cine. Oficialmente no hubo incomodidad por el comentario atrevido del cineasta. A nivel de los medios no pudieron evitar
hacer mención del mensaje de González Iñárritu, sobre todo a los de corte oficial. Entre la población de a pie esta declaración se asumió como una mano solidaria con los que sufren o han sufrido con la presencia del crimen organizado y con tanta podredumbre que sale de las oficinas públicas.
Pero llegó el que debía pagar las declaraciones del “negro” y fue el Santo Padre Francisco. Fíjense nada más que atreverse a decir que en México la cosa esta de terror por la presencia de los grupos
de narcotraficantes y pedir evitar mexicanizar Argentina. Se puede pasar una, pero dos comentarios en contra de la verdad oficial no están dispuestos a soportar y de inmediato la Secretaría de Relaciones Exteriores salió a anunciar que enviará una nota diplomática para advertir o regañar al Papa por estigmatizar a México. De bote pronto se ve que el diplomático no lo es tanto y más bien responde lo que sea para que su jefe, el presidente, no lo regañe, por tanta crítica en contra del país.
Lo mismo les expresó el presidente Obama en cuanto al respeto a los derechos humanos en el país, pero ahí hubo un prudente silencio. Al que sí reclamaron fue al presidente de Uruguay, José Mujica, por señalar que México es un Estado fallido por la desaparición de los 43 estudiantes rurales. Además, se tomó el atrevimiento de calificar como terrible la situación de México, que desde lejos parece que el país fuese “una especie de Estado fallido, que los poderes públicos están perdidos totalmente de control, que están carcomidos”. La cancillería mexicana exigió al embajador uruguayo una explicación inmediata a tan grave atrevimiento. Esto nos hace recordar que la verdad no peca pero incomoda.
Nada más no se les olvide que el Papa Francisco es un líder político y espiritual. No vaya a resultar que al rato no puedan parar el grito de “Todos Somos Francisco”.