CIUDAD DE MÉXICO, Méx.- Marcela tenía 16 años y su mayor sueño era tener una familia, su madre estuvo ausente y de su padre nunca supo mucho, conoció a alguien que no solo le dio una familia, sino que la hizo sentir amada y segura, un hombre que con el tiempo pasó de ser su novio a su explotador sexual, uno que después la hizo sentir que no valía nada.
Los tratantes de personas tienen una manera muy sofisticada de acaparar a sus víctimas, comentó Mariana Ruenes, presidenta de la organización civil Sin Trata dedicada entre otras cosas a entender la manera en la que funciona este delito, en el que por lo general se silencia a sus víctimas debido a que incluso muchas de ellas no saben que lo son.
Es decir, las víctimas de trata de personas no tienen un comportamiento similar al de cualquier persona que ha vivido un delito; sino que son sometidas por mecanismos de violencia física o psicológica para que acepten su propia explotación y cooperen.
En entrevista con Notimex, la también emprendedora social especialista en derechos humanos con enfoque de género, detalló que la organización nacida en 2011 ha recabado además algunos testimonios de personas dedicadas a este ilícito, con lo que se ha podido entender un poco más muchas de las preguntas sin respuesta en torno a la trata de personas, tales como la tendencia de las víctimas a proteger a sus victimarios.
Con base en testimonios de tratantes de personas, en específico de los hermanos Garfias aprehendidos en el barrio de la Merced en 2007 y responsables de la explotación de Marcela, señalan que este delito busca dejar el menor rastro posible, se trata de un proceso de al menos unas cinco etapas en los que estas personas consideran que no es un trabajo fácil.
“Íbamos a las centrales de camiones a buscar chicas y a dar vueltas y vueltas y querer engancharlas y ponerlas a trabajar pero no era fácil, teníamos que pasar por un proceso, teníamos que ganarnos su confianza, observarlas, analizarlas, ofrecerles lo que querían y entonces poderlas someter a trabajar sin que corrieramos tanto riesgo”, refirió Ruenes al citar uno de los testimonios.
Abundó que los tratantes tenían incluso un mayor grado de sofisticación y sabían que si secuestraban a las mujeres y las ponían a trabajar de manera violenta, éstas les duraban entre unos dos o tres meses para luego escapar, con lo que corrían el riesgo de ser denunciados, por lo que encontraron maneras más elaboradas de diluir cualquier riesgo.