Juan Barrancas abrió los ojos en la penumbra del bosque de la montaña, su acompañante le había dejado un chipiturco de los que vende en Chinconcuac con su capucha para apaliar el frío y un morral, las guapas amazonas que los habían recibido junto con la anciana habían desparecido y don Nacho su guía también, cuando reparó estaba en medio de la nada, o con nadie que le dijera que carambas hacia más arriba de la montaña de lo que parecía el ¿Popocatépetl o el Iztaccihuatl? Por su mente geminó la idea de comenzar a descender, pero el ascenso se le iba presentando más prometedor, nunca había escalado una cima, salvo los cerros de la sierra de Guadalupe cuando pretendía ser el aventurero Tom Sawyer, para su record lograr visitar ya de perdida aquellos montes nevados era una gran ganancia, además el Don Goyo y el Iztaccihuatl según en la tradición antigua son los “Guardianes de México” y era una suerte ya estar ahí.
Su curiosidad fue creciendo por el dulce sonido de un mantra una voz que le daba una sensación de paz, de serenidad. Una calma chirindingona a la cual no estaba habituado, pero lo que viniera a estas alturas del caos era bien recibido como decía la banda, no hay peor churro de mariguana que el que no se fuma, y se fue caminando de cualquier manera era como un delirio.
En la caminata el morral que cargaba lo empezó a sentir más pesado, al abrirlo se cercioró que llevaba algunas piedras de colores iridiscentes, que pensó en tirar pero una señal lo atajo, para algo se las habían puesto a cargar como tameme y además ¡albricias un frasco bendita la reina Xóchitl de aguardiente! olvido las rocas y se enchufo a la botella, el fuego de la bebida le ardió en las tripas y le reboto el golpazo al cerebro para estabilizarse en aquel clima.
La voz seguía cantando aquellas palabras santas, la percibía cada vez “ommm shantii ommm/ ommmm shantii ommm….” y lo repitió automáticamente mientras una fuerza sobrenatural lo seguía jalando a continuar la cuesta arriba como si no tuviera escapatoria y un motor lo impulsara valiendo santas madres a donde tuviera que llegar , en un viaje donde sus pies no podían quedarse quietos, o su atribulada mente como algunas veces, le mandaba señales le enviara la señal ¡Aguas Barrancas te vas a desbarrancar! A donde jijos de las hilachas te conduces, piensa vato loco, que pasa con tu ser que nunca se cansas de chupar y comer. Siguiendo la vereda comenzó a hacer un ventarrón que lo contuvo por un momento, se escuchaba primero un silbidillo para que poco a poco sonara como un latigazo que lo puso en alerta, un fuetazo eléctrico y el cielo empezó a ennegrecer, la tormenta de relámpagos, centellas y truenos comenzaron a caer cual furia de Tescaltipocla, hasta alcanzar al Barrancas, que después de salir chamuscado del trueno se levantó medio apenderrejado y siguió en automático, canturreando “me dicen el desaparecido/ llevo en el pecho un motor que no me deja descansar salgo despavorido sin rumbo conocido/ cuando llegare, cuando llegare…” ya controlando la caminata como alma que lo persiguen sus demonios internos, hablaba en voz alta, un soliloquio atropellado: ¡Y ahora que transa primero bien relax y luego vientos huracanados, tormentas hasta un rayo, sí en algo te ofendí sea quien seas el bromista ya estuvo ya bájame la canasta! En esas ominosas expresiones estaba Juan Barrancas, cuando resbalo dando un aterrizaje pero pecho tierra que lo hizo reparar en una luz en una oquedad, donde salía humo, otra vez el humo, pensó algún refugio para Miguel Valdez y se encamino a la humareda que alcanzó en unos minutos. Ahí estaba don Nacho, su guía espiritual, quien plácidamente sentado en un tronco cerca de la fogata se tomaba un pocillo de café, ¡qué poca! soltó el Juan me trae como pinche menso. Hasta que llegaste canijo ya te estabas tardando llevamos medio día esperándote. –Gracias por su gentileza, pero yo no veo a nadie más, respondió el Barrancas, y por la guía en el camino, agregó. De nada mi pequeño saltamontes, sabíamos que llegarías,– insistía el viejo en plural– estas pasando la prueba de resistencia, eres bueno pa´ la montaña Juanito jajajajajaaa ya no aguantó la carcajada el ruco quien seguía saboreando el oloroso cafetal.
En otra latitud y otro espacio, pero más arriba de lo que se podría decir era la falda de un cerro, donde reinara el Gran Tlatoani el Rey Xólotl, Señor de la ciudad amurallada, donde el cemento había conseguido ganar el terreno al otrora verdor del pastaje, las flores silvestres, magueyes y la fauna local, los borricos, corceles, aguilillas, zopilotes, gavilanes, conejos, –hasta las lagartijas escaseaban ya— y que se habían extinguido para llegar una más nociva como la de los seres inhumanos. Unos mondrigos bien hasta la madre, eran ahora los amos y señores, nadie los quería topar, refundidos en aquella mansión en medio de las casas más modestas, de los que habían llegado expulsados de la mancha urbana a poblar la dura cantera del cerro levantando sus casas con tabique láminas de cartón y cemento, después de construir una larga escalinata que había cobrado alguna estrepitosas caídas, fracturas y hasta unos muertitos por la empinada y sinuosa pendiente. En la calle de escucho la tronadera one more time, a la de sin susto echaban bala los nuevos inquilinos, por decirles de alguna forma, que de buenas a primeras les empezó a ir requetebién y eran visitados más que una socialité como la Paris Hilton o la sucia y desastrosa Lindsay Lohan, o hasta la misma Courtney Love, “sueño platónico” del Barrancas. Ahí por la zona arriban los yonquis, jovenzuelos, mozalbetes, maduros inmaduros, mameyones, mujeres también, ansiosos y desbocados para llenar algún vacío o retacar la pila, para salir de aquel umbral desangelados, o con una cara de felicidad de contento, por conseguir lo prohibido, por un soma, una dosis para reventarse y como decía el Peter punk ¡que se abra la tierra! mientras que los camuflados de verde olivo, serenos subían y bajaban la cuesta sin remordimiento también por lo suyo y los regentes del mercado negro enfiestados celebraban a ritmo del Lupillo Rivera, quien recordaba a Javier Solís, “borracho yo nací borracho yo he crecido y sé que irremediablemente que bien pasado e de morir…”
Ya me agarro de botana Don Nachito, no hay falla, lo bueno o lo malo es que me cae a todas tuercas, lo veo y no puedo hacerla de pedernal, ni obsidiana traigo jajaja, y ahora qué acción, ¡¿cuál va ser la siguiente transa?! ¿Qué hay que hacer este coto no me aburre aunque ando bien chamuscado? Así me gusta mi Juanito que se deje guiar, afloje el cuerpo sin albur y descansa un rato y acércate al fogón que no tardan en llegar unos compas, ¿ahí traes las piedras del morral? Ya las iba a tirar pero sabía que las necesita ¡qué transa con esas rocas! Es nomas para que le bajaras al ego y sepas que en esta vida no es tan fácil como parece, haber tráelas pa´ca mondao, le espeto don Nacho al Barrancas. Y las aventó al fuego para que salieran unas chispotas, lumbre y humo que cubrió la cueva y apareciera un ruco de la misma edad de don Nacho, pero con una matona de greña y barba, sombrero y jorongo que parecía el sabio Matusalén y a la de sin susto que agarra un ramote de pirú, ortiguilla, romero, ruda y flores y que le empieza a dar unos ramazos al Barrancas, que empezó a sacar azufre ya retorcerse cual lombriz de agua puerca y aullar como perro alcanzado por la lámina de los cafres en el periférico, mientras con alcohol hacia una círculo alrededor del enfermito para luego prenderlo con un cerillazo y el
Barrancas se perdiera en una profunda meditación que lo hacía ver una luz resplandeciente que iluminaba el espacio, pero esa es otra historia…