“Dime qué presumes y te diré qué careces”. Reza el viejo y reconocido refrán popular, que bien encaja en el contraste entre discurso y realidad, sobre el real estilo de vida y lujos que rodearán a López Obrador, ahora incorporado como una reliquia más, en Palacio nacional.
Si bien, para AMLO, las apariencias son las que cuentan, reforzadas con su ya refriteado discurso sobre el ejemplo de Juárez y la austeridad republicana. En esta ocasión el mesías de Macuspana erra al negarse habitar la Residencia Oficial de los Pinos, para decidir mudarse y residir en el Palacio Nacional, bajo su choteada frase, tantas veces repetida: “No puede haber un gobierno rico con un pueblo pobre”.
Pero la realidad es más terca y resulta que optar por Palacio Nacional ha redituado en gastos extraordinarios, para adecuar espacios habitables (recepción, comedor, concina, espacios de convivencia y recamaras) dentro del inmueble. Todo lo que se hubiera ahorrado de optar por Los Pinos.
En su conocida obsesión por regresar al pasado y como buen aspirante a emperador, López Obrador ahora se ha instalado en lo que fuera el hogar del último Tlatoani de México-Tenochtitlán, Moctezuma Xocoyotzin. Asimismo, lo que después fue la residencia de Hernán Cortes y los 62 Virreyes que gobernaron la Nueva España, entre 1535 a 1821.
El Palacio Nacional también fue lugar de residencia de los dos únicos emperadores de México: Agustín I de Iturbide y Maximiliano I de Habsburgo. Así como, los dictadores Antonio López de Santana y Porfirio Días Mori.
Desde la campaña electoral López Obrador dijo que no ocuparía Los Pinos, por ser un conjunto de mansiones y oficinas de lujo, porque representaban una muestra de la desigualdad en el país. Ahora, tragándose esas palabras, el presidente ocupa el edifico público más suntuoso y ostentoso del país.
El Palacio Nacional ocupa unos 40,000 m2 de extensión, donde pueden encontrarse edificios Art Decó, construcciones neocoloniales, patios de estilo barroco sobrio, habitaciones modernas y un conjunto invaluable de obras de arte, piezas de ornato y joyas arqueológicas, coloniales y de distintas etapas de México.
También se pueden apreciar sus jardines botánicos que reúnen muestras de muchas especies endémicas de México, y en las escaleras principales lucen los murales pintados por el artista Diego Rivera.
En los salones principales hay numerosas obras de arte, jarrones con cientos de años de antigüedad, así como candiles y muebles de siglos pasados. Estos espacios lucen hermosos pisos de madera, aunque también abundan alfombras y tapetes antiguos y de alto precio.
Durante más de un siglo, desde que Porfirio Díaz desplazó la residencia oficial al Castillo de Chapultepec, el conjunto ha sido preservado principalmente como un museo y, también, como sede de actos protocolarios. Museo que ahora recibe a la reliquia más antigua en ideas y ocurrencias del México actual.
Es así, que podemos contar como una más de las tantas contradicciones de López Obrador, la de presumir de austero y vivir como emperador.
Andrés Manuel buscó emular a Cárdenas, quien al inicio de su gestión (1ro. dic. 1934) declaró que no deseaba vivir en el Castillo de Chapultepec, pues le parecía muy ostentoso y deseaba que todos los mexicanos lo pudieran visitar, por lo que eligió vivir en el rancho “La Hormiga”, que posteriormente cambio su nombre a “Los Pinos”.
Pero, paradójicamente López Obrador hizo todo lo contrario a Lázaro Cárdenas, desairó el “Rancho de La Hormiga” o “los Pinos” por encontrarlo lujoso, para mudarse al más lujoso y ostentoso Palacio Nacional, residencia de tlatoanis, virreyes, emperadores y dictadores de la historia de México.