Norberto Hernández
De pronto, repetimos términos que alguien dice en algún medio de comunicación, entrevista, publicación o en las redes sociales. En más de las veces son palabras que pretenden dar respuesta o justificar lo que pasa de una manera lógica. Si bien coyunturalmente lo logran, en el largo plazo son descubiertos. Son contenidos con los que los llamados creativos dan respuestas originadas en un contexto falso. Para distorsionar la realidad, el diseñador utiliza la repetición, la masificación del mensaje apoyado en lo que Antonio Gramsci llamó el aparato ideológico del Estado, solo que esta vez, no precisamente son del Estado, si no los adversarios que pretenden derrocar al que lo conduce.
Estamos ante un escenario de alto riesgo que insiste en imponer la irracionalidad a partir de repudiar la racionalidad; es decir, construir una plataforma de lucha política sustentada en la falsedad y falsificación de los hechos para ser ampliamente difundidos como verdad. El debate se ha generalizado bajo la misma estrategia de la Alemania nazi, de la lucha brutal que diseño y puso en marcha Adolfo Hitler, utilizando la estrategia de comunicación política construida por Joseph Goebbels, pero no es el único caso, también se puede ver durante el fascismo italiano.
Una realidad parecida, fue la montada por el grupo de tecnócratas que asumieron el poder y la conducción del gobierno desde el sexenio del presidente Miguel de la Madrid Hurtado. Las reformas del modelo económico fueron difundidas como la solución a los problemas de México, como la opción para salir del círculo de país del tercer mundo, del subdesarrollo para ser una Nación en vías de progreso. Se trato de vender que los beneficios de unas cuantas familias de millonarios eran el éxito del pueblo. Pasaron de ser ricos a muy ricos y a estar en las listas de los más acaudalados del mundo; aunque todo fuera de robado.
Controlaron la política económica, la disfrazaron de reforma del Estado y, cuando lo quisieron, echaron mano de la Constitución para reformarla con el fin de saquear la riqueza nacional. Fueron treinta y cinco años de robar con la legalidad en la mano. El fracaso de su modelo de progreso nacional falso, eficazmente difundido como neoliberal exitoso, se materializó en los millones de pobres y marginados que intentan sobrevivir en todo el territorio nacional.
Salinas, Zedillo, Fox y Calderón (Peña ni habla) están de regreso, son los voceros de aquella estrategia para combatir el Estado de bienestar que ejerce el primer gobierno de izquierda progresista, encabezado por el presidente, Andrés Manuel López Obrador. Ellos y todos sus aliados, incluyendo a esas pocas familias de multimillonarios, que son la alta aristocracia que se fortaleció con el neoliberalismo a la mexicana; es decir, el del robo con legalidad, han formado una alianza para derrotar al gobierno de la Cuarta Transformación (4T). Se han lanzado con todo, no han podido, pero van a seguir insistiendo.
La presencia de la posverdad supone que la verdad en sus aspiraciones nunca ha existido. Solo que esta vez, su adversario es un político que sabe la diferencia entre poder y gobierno. López Obrador ejerce el poder, su gobierno está bien evaluado, tiene la elección presidencial en sus manos y todo parece indicar que puede ganar la mayoría en el poder legislativo para reformar las últimas estructuras políticas del viejo régimen: el INE y el Poder Judicial.
Ellos tuvieron el poder, lo quieren de regreso; Andrés Manuel no lo tenía, ahora lo tiene y lo sabe ejercer, tanto que ya derrotó a la aspirante de la posverdad, Xóchilt, antes de ser oficialmente candidata presidencial.