El Barrancas se quedó de una pieza ahí estaba la costeñita, morenaza de fuego abrazador enfundada en su minifalda, con un escote como si no hiciera frío dejando traslucir el paraíso escondido tras la blusa estampada con la lengua insigne de sus satánicas majestades, los Rolling Stones, su corazón palpitó más de habitual se le quería salir del pecho, el habla se le iba, se volvía mudo, se ponía nervioso solo de ver a la chica bien maciza, comenzó a sudar, la Morena tenía una fama , como en antaño la banda de las cazadoras de Neza, que andaban capando a los infaustos que de acuerdo a su locura los consentían o para su desgracia los dejaban cachorros, los castraban y después de una serie de desgracias para el género machín que salió hasta publicado en el Alarma, cundió el mal ejemplo y la jarochita de los de los sueños húmedos del Barrancas, era vista con recelo, pero los atributos de la madre naturaleza eran más fuertes, que la lujuria emergía a flor de piel, el mal pex era que siempre andaba hasta su chepinche madre, con la mona, la estopa mojada de thiner, viajando hacia el Mictlan en un descenso que nadie se explicaba, ¿algún mal amor sepa su cabezota? Pero no se le podía decir mi alma porque aventaba a diestra y siniestra unos karatazos que dejaban morado al infractor, el Barrancas se la había ocurrido preguntarle ¿a qué hora vas al pan mi reina? y lo había correteado con una charrasca, era un desperdicio aquella muñequita sintética, una niña de ojos tristes a quien nadie le importa tu soledad, tu sinceridad niña de ojos tristes, niña perdida en la ciudad, canturreaba el Barrancas que por un instante cobro la atención de la prenda amada, pero aquello que la hacía arisca era más fuerte y le plantó un gancho al hígado al Barrancazo que mejor desistió y se fue caminando por la ribera del río San Javier dejando que lo alumbraran las estrellas y la luna, iba ensimismado cuando unos perros le salieron al paso que casi le arrancan la pantorrilla y que echa la carrera…
El espacio era el siglo antepasado, el baúl de los recuerdos, los tiempos de sangre y fuego de una revolución que sería traicionada por los que se ostentaban como sus herederos, la voz era de Pachita, recordaba a su santa madre que Dios tenga en gloria, había sido ruda María de la Luz, porque la vida también no había sido miel sobre hojuelas, tú abuela me platico de la Decena Trágica, lo que tuvieron que padecer, cuando se agotó la alimentación, no había maíz, no había modo de comprarlo pero no era por el precio, sino que no se conseguía, ujule era un triunfo para conseguir un jarrito de un cuartito de caldito de habas, tenían que pelar kilos de haba para darles caldo a los soldados, juntaban las personas que iban a limpiar las habas al gobierno juntaban las cascaras de las habas, se las llevaban y las revolvían con cebada para hacer gordas y comer pero raspaba porque la cebaba el martajado de la cascara, de las tostadas .
Luego venían los vagones del Ferrocarrileros llenos de maíz, seguía recordando Pachis, –quien casi pegándole a más de los ochentas era fuerte, alegre— que el gobierno guardaba y las mujeres venían con un cucurucho de lámina cuando lograban abrir un vagón y en su rebozo, pero llegaban los soldados y las maltrataban y ahí era cuando se aprovechaban para llevárselas, cuando eran jovencitas, mi mamá paso la odisea, que como tenía su pelo cano por sus lunares, no le vieron la cara, sólo le dijeron para su suerte, ¡órale vieja lárguese de aquí! Le dieron una patada le querían quitar su maíz pero se echó a correr pero a una que la acompañaba si se la llevaron los carranclanes…
El ruido de la sirena del tren se escuchó a todos los decibeles que ensordeció al Barrancas en su huida de los canes casi tropieza con las vías del tren, pero en la fuerza centrípeta de su humanidad se recompuso y enfiló la carrera para alcanzar la velocidad del convoy, con todas sus fuerzas se prendió de la escalerilla y trampeo a la máquina que a cada momento cobraba más kilometraje, estiro el esqueleto y sintió el aire en su rostro, era una sensación de libertad y a la vez de incertidumbre, no sabía adonde se dirigía el monstruo que bufaba humo y el ruido de las ruedas sobre las vías, el golpeteo de los metales, pegaba a sus sentidos, mientras a su paso observaba a gran velocidad las casas construidas a lo largo del camino férreo, ser alejaba de su barrio, por un momento pensó en bajarse, pero tenía un presentimiento, a lo mejor era buena idea seguir hasta donde llegara aquella bala de metal, de cualquier manera la vida era un viaje y el momento iba gozarlo, siguió un buen rato aferrado a los ángulos de acero y luego subió al techo del vagón, ya empezaba el despoblado, sobre el ferrocarril se observaban los cerros y una cuesta que comenzó a reducir la fuerza de la maquinaria que empezó a cubrirse de una espesa niebla, siempre la niebla, que hacía más misterioso el camino, donde habría de conocer a alguien que le impactaría en su desastrosa existencia, pero esa es otra historia …