El 8 de agosto de 1974, Richard Nixon tuvo que presentar su renuncia al cargo de Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica por lo que se conoció como “el caso watergate”. La detención de cinco hombres en las oficinas del Partido Demócrata puso al descubierto el espionaje político y la existencia de grabaciones ilegales durante las elecciones de 1972. Este no fue un escándalo más de la política de los estadounidenses; fue un hecho que puso en riesgo su democracia. Un hombre identificado como garganta profunda (Deep Throat) filtró la información a dos periodistas del Washington post, Carl Bernstein y Bob Woodward, y ahí comenzó la investigación que puso al descubierto los manejos ilegales de la Casa Blanca. Treinta años después, se supo que el hombre que había aportado la información clave fue Mark Felt, director adjunto del FBI (Federal Bureau of Investigation), precisamente durante la presidencia del Sr. Nixon.
El mandatario intentó guardar y manipular las grabaciones hechas durante el espionaje a los demócratas, pero el Tribunal Supremo de los Estados Unidos lo obligó a entregar el material de grabación y, con ello, tuvo que renunciar a su cargo; acontecimiento único en la historia de ese país.
En el contexto latinoamericano -que ha padecido las acciones directas de la política exterior de los norteamericanos- se presentó “el caso Irangate” o Irán-Contra, ocurrido entre 1985 y 1986, mismo que fue investigado por una comisión del Senado de los Estados Unidos. El asunto era simple: vender armas a Irán en su guerra contra Irak con el propósito de obtener fondos para apoyar a los contras nicaragüenses. En particular, se pretendía derrocar al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que tenía una tendencia ideológica contraria a los intereses de los vecinos del norte. Fue un periódico libanés el que descubrió el tráfico de armas y la relación entre la venta y el financiamiento de la contra nicaragüense. Desde luego que el Presidente Ronald Reagan no fue encontrado culpable, pero si colaboradores cercanos a su administración como el Coronel de la Marina, Oliver North; y, dos de los directores del Consejo del Nacional de Seguridad, Robert Mcfarlane y John Poindexter.
Un hecho relevante, que surgió durante el desarrollo de las investigaciones, es que se detectaron acciones que facilitaron el desvío de recursos a los contras provenientes del narcotráfico, en particular del cártel de Medellín. En una publicación reciente[1] se narra la participación de la CIA (Central Intelligence Agency) en la persecución de los que se consideraban grupos subversivos y comunistas, como el movimiento sandinista que había derrotado, al dictador Anastasio Somoza para llegar al gobierno en 1979. Se destaca que fueron narcotraficantes colombianos los que suministraron recursos millonarios a los contras a cambio de recibir apoyo para el tráfico de drogas a los Estados Unidos. ”El gobierno de Reagan exigía la extradición del peligroso y violento narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, pero al interior del aparato estatal norteamericano la CIA lo seguía protegiendo a cambio de dinero para la contra”[2] . En esta medida encubierta o solapada también se incluye a narcotraficantes mexicanos, que bien podían suministra armas o dólares para contribuir a la causa de derrocar a los sandinistas en Nicaragua.
Ambos casos, el Watergate y el Irangate, son ejemplos de la política exterior de los Estados Unidos. Uno describe el uso del aparato de inteligencia para mantener el control político en la sucesión presidencial, según sea el caso a veces los demócratas y otras los republicanos; y, el segundo alude a una práctica constante de las agencias de inteligencia norteamericanas por detener lo que se consideraba la expansión del socialismo o de gobiernos de corte revolucionario similares a los que actualmente tienen Bolivia, Venezuela y Cuba. Era la época del mundo bipolar y de la guerra fría entre el bloque capitalista encabezado por los Estados Unidos e Inglaterra, y el bloque socialista representado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En ambos sucesos, Estados Unidos mantuvo la situación bajo control, a pesar del escándalo nacional e internacional.
Sin embargo, esta condición parece que es diferente en el caso de Wikileaks (sitio web especializado en filtración de documentos secretos), cuyo fundador, Julian Assange (australiano), que en el año 2006 emprendió una cruzada en favor de la “transparencia informativa total” [3]. Al dar a conocer documentos sobre los asuntos diplomáticos del Estado norteamericano, se ha generalizado una preocupación por los efectos colaterales que pudieran surgir. Por principio, el fundador de Wikileaks argumenta que “en lugar de investigar los abusos cometidos por sus fuerzas armadas en Afganistán e Irak, las autoridades estadounidenses han adoptado una actitud agresiva contra mi organización. La amenazan públicamente y buscan destruirla”[4].
A diferencia de los dos casos citados, el gobierno norteamericano no ha sabido manejar el conflicto que le está significando el hacer públicos los contenidos de los mensajes que recibe de su servicio exterior. Por más que la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, se esmere en tratar de restar importancia a los reportes de su diplomacia no ha logrado revertir el escándalo internacional ni calcular los alcances y consecuencias de cada país involucrado o “ventaneado”.
El Departamento de Justicia busca traer a juicio a Julian Assange, con el argumento que violó una ley de espionaje de 1917. Sin embargo, a pesar de que lo logren, el daño está hecho. Todavía no se conoce el contenido del total de los 250 mil cables diplomáticos que obran en poder de Wikileaks y eso es suficiente para saber que la detención no es suficiente para evitar más sacudidas a la política exterior norteamericana y su relación con el resto del mundo. México ya tiene calificativos que ponen en evidencia las fallas del Estado en su lucha contra el narcotráfico; un Ejército mal preparado e instituciones subordinadas a la corrupción. Cosa que la oposición asume como una referencia contundente que demuestra el desgaste que tiene la presidencia de la República.
Hasta ahora se sabe que cinco medios impresos tienen el material de Wikileaks, mismo que sustrajo el soldado Bradley Manning que luego entregó a la organización, en particular la información sobre Irak, Afganistán y las relaciones diplomáticas norteamericanas. Los medios son: El País de España, Le Monde de Francia, The Guardian de Inglaterra, la revista alemana Der Spiegel; y, el periódico The New York Times, de los Estados Unidos. Algunas cadenas televisivas también forman parte de la red de esta web: Channel 4 de Inglaterra, Al Jazeera de Qatar, Sveriges Television de Suecia; y, tres sitios de internet: Bureau of Investigative Journalism de Inglaterra, OWNI de Francia, e Iraq Body Count de Estados Unidos.
Según diplomáticos norteamericanos la publicación “es un revés histórico para la diplomacia estadounidense. Ya no podremos desempeñar nuestra labor diplomática tal como solíamos hacerlo”[5].
Las filtraciones son un arma “sucia” que regularmente se emplea para poner en evidencia a un adversario económico o político. Más cuando se trata de generar una base social de un hecho adverso tratado en privado, pero que cobra rentabilidad haciéndolo público. En México sobre experiencia en el uso de esas prácticas. Se dice, en un socorrido refrán: calumnia que algo queda.
Lo relevante de este espinoso acontecimiento es que ha quedado en evidencia que la potencia mundial no está exenta de que violen sus sistemas de inteligencia y que su tecnología -por más innovadora que sea- está al alcance de algún hacker solitario o grupal. El hecho pone un faro en rojo para los diseñadores de sistemas, porque la información de todo tipo es francamente vulnerable: bancos, fiscal, militar, familiar, diplomática o de inteligencia.
Todos los países, en defensa de su soberanía, manejan información delicada sobre las acciones de sus socios; aunque a veces no sea tan veraz. Lo delicado es cuando se hace pública en un escenario no controlado. La filtración detona en escándalo y no siempre se calculan los daños que provocan en el largo plazo; menos cuando es entre países que cuidan intereses nacionales.
Wikileaks es un asunto realmente complejo; a unos ha despertado el morbo por conocer lo se dice de los demás, a otros los tiene preocupados y esperan no aparecer en los miles de cables que todavía no son publicados. Mientras, los hackers han demostrado que la tecnología ha superado las fronteras de la ley.
Por otra parte, también se tiene la duda que Wikileaks no sea una estrategia calculada por los intereses de los Estados Unidos. Los tomadores de decisiones norteamericanos saben que ni matando al perro se va a acabar la rabia. En este caso, la detención del australiano Assange no mitigará los impactos en la diplomacia global. Más bien, todavía está por venir lo más complicado de las filtraciones de los cables diplomáticos. Si el propósito era generar el conflicto, lo han logrado y el desenlace todavía no empieza.
· Norberto Hernández Bautista, ex presidente Consejero del IEEM