En un escenario de triunfo para Xóchitl Gálvez Ruiz y Santiago Taboada Cortina el próximo 2 de junio, cabe la pregunta:
¿Andrés Manuel López Obrador reconocerá la derrota?
La respuesta es no, jamás en su vida lo ha hecho.
En 2006, cuando Felipe Calderón Hinojosa ganó la elección aiga sido como aiga sido, por aquel 0.56 por ciento de diferencia, el oriundo de Macuspana se plantó 47 días en Paseo de la Reforma con carpas enormes bajo las cuales dormían integrantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y aliados, así como simpatizantes… hasta que se les acabó el entusiasmo y estaban solas, vacías.
No le importó, como ahora, afectar a los ciudadanos, al pueblo bueno -y malo-, con pérdidas por al menos 6 mil millones de pesos y el despido de al menos mil empleados de hoteles y restaurantes, de la zona, principalmente.
Un narcisista con frustraciones y traumas como López Obrador jamás piensa en los demás, sólo en sí mismo.
Por eso su cero empatía con, por ejemplo, las madres buscadoras de sus hijos, o con movimientos sociales que considera ponen en riesgo su investidura como presidente de México o como Jefe del Ejecutivo.
EL GOLPE DE ESTADO TÉCNICO
No es la primera ocasión que el señor que tardó catorce años en concluir su licenciatura en la UNAM habla de la posibilidad de un golpe de Estado.
Hace unos años, antes de la epidemia de Covid-19, acusaba al Ejército, a integrantes de éste, de planear quitarlo de la Presidencia mediante el uso de la fuerza.
Jamás existió, más que en su enferma mente, esa posibilidad.
Eso quisiera para justificar la continuación de su sexenio.
De hecho, desde el principio siempre ha manejado ese discurso.
En 2019, luego de un desayuno en el que el general Carlos Gaytán Ochoa manifestó la inconformidad de los militares con el trato recibido por el nuevo gobierno, lo repitió hasta el cansancio.
Y lo ha dicho en diversos discursos, acusando a la derecha, a los conservadores, y citando pasajes de la campaña y elección de 2006, que se robó, según él, Calderón Hinojosa.
Andrés Manuel pasó de señalar durante la campaña y antes para las elecciones presidenciales de 2018 al Ejército y a la Marina de cometer masacres y de matar jóvenes reclutados por el narcotráfico y el crimen organizado y de prometer que volverían a los cuarteles, a consentirles.
Acaso esa pelea con los molinos de viento, como El Quijote, le provocó realmente miedo a ser derrocado y por eso entregó todo, absolutamente todo, al Ejército y a las Fuerzas Armadas.
Ni entonces ni ahora ha habido jamás un intento de golpe de Estado ni del Ejército ni de nadie.
Aplicar la ley es el trabajo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y eso no le gusta al ocupante de Palacio Nacional.
Por eso le ataca, le exhibe y le acosa.
Quiere minar al Poder Judicial, con el argumento de que bloquea sus obras, su trabajo a favor de los pobres y desvalidos.
Y por eso, ahora, su discurso es de un golpe de Estado técnico “que se planea desde las altas esferas de los hombres del dinero, de la Suprema Corte de Justicia y del Instituto Nacional Electoral”.
Nada más falso y mentiroso.
Basta recordar que en el INE tiene una incondicional, Guadalupe Taddei, a la que impuso sin un ápice de vergüenza o ética.
ENCUESTAS A MODO
Por eso la lluvia de encuestas, porque el señor que presume austeridad pero vive en un palacio sabe, perfectamente, que la tendencia de Xóchitl es hacia arriba y la de su candidata, Claudia Sheinbaum Pardo, es hacia abajo, porque llegó al tope desde hace dos años, de tanto viaje cuando era aún jefa de gobierno de la CDMX, en abierta e impune violación de la ley,
SÓLO CON PALIZA
La única forma de que el de Tabasco reconozca una derrota de su candidata, consentida y preferida, Claudia Sheinbaum Pardo, es que los mexicanos que jamás votan salgan el 2 de junio a hacerlo para que, primero, se dé el resultado a favor de Xóchitl Gálvez Ruiz y, segundo, que sea por amplio margen – mínimo 3 o 4 puntos- porque, de lo contrario, es capaz de volver a plantarse en Paseo de la Reforma o cerrar el Periférico e Insurgentes para exigir que se revise el proceso o, en su caso, se repitan las elecciones.
No se ría, este sujeto es capaz de eso y más.
Está obsesionado con el poder y eso es muy peligroso, sobre todo cuando se pierde.
El padrón electoral es de 100 millones 41,085 registros y el listado nominal de 97 millones 539,056, incluidos aquellos que fueron inscritos en el extranjero.
El promedio histórico de votación en las elecciones presidenciales está entre 60 y 64 por ciento, lo que significa que si un 20 por ciento más se anima a hacerlo, el resultado podría cambiar ya sea aumentando la diferencia o cerrándola.
Vámonos: En Estados Unidos, en 2032 todos los autos serán eléctricos y aquí, el que cobra como presidente destaca y celebra que se construyó una refinería -Dos Bocas- y que habrá más gasolina. El mundo al revés.
alberto.montoya@diahabil.com.mx @albermontmex