Fue un hombre amado por millones. Los que tuvieron la ocasión de verlo, tocarlo, saludarlo, de mirarlo de lejos, de sentir la bendición de su mano nunca lo olvidaron y su vida quedó ligada al recuerdo del papa que queríamos como mexicano. En el primer viaje de su pontificado decidió visitar la tierra de la Virgen de Guadalupe, pero nunca pensó en el impacto que provocaría en la feligresía, nunca en la historia de México se vio que las calles fueran insuficientes para albergar a las personas que querían ver al papa. Ríos y ríos de seres humanos caminan la distancia que fuera, esperaban el tiempo que fuera, con tal de ver a Juan Pablo II. Y eso pasó todas las veces que vino al país.
Siendo honestos, nadie imaginaba la alegría que provocaría la llegada del papa y más cuando era la primera vez que esto ocurría desde la conquista y la evangelización católica, emprendida desde 1521. El desconocimiento de lo que vendría también desconcertó a la clase política que gobernaba el país en enero de 1979; los más fieros defensores del juarismo, del liberalismo y de la separación iglesia-Estado no dejaban de sentirse incómodos por el arribo del pontífice. Incluso, se llegó a la decisión de que el presidente José López Portillo no acudiera a recibir al papa. Parece sorprendente, pero hasta ese muro de la intolerancia se derrumbó con las visitas papales.
México quedó prendido de la mano del santo padre; uno buscó al otro y los dos se unieron en la devoción a Cristo y María en su advocación de Guadalupe. Juan Pablo fue el capitán de una nueva conquista y lo hizo besando la tierra que alguna vez los ejércitos, español y mexica, mancharon de sangre, dolor y crueldad; luego se arrodilló ante la Virgen de Guadalupe y le pidió su bendición para que lo acompañara a lo largo de su pontificado, tal como lo hace el más humilde creyente. Las impresiones ahí están, cada uno de los que siguieron los acontecimientos guardan el recuerdo de diversas maneras, pero el más apreciado es el que quedó en sus corazones.
Mi estimado amigo, el Padre Alejandro forma parte de aquellos fieles que se impactaron y se entregaron al papa polaco. En una plática que tuvimos hace unos días, me hizo una confesión que aprecio enormemente. Todo surge porque me enteré que estuvo en Roma para presenciar la santificación de Juan Pablo II. Me dio gusto saber que mi querido padre haya tenido la oportunidad de acudir a tan magnífico evento. Al saberlo me dijo: en realidad fue un milagro el que haber tenido la oportunidad de ver cómo canonizaban al papa que orientó mi vida y vocación sacerdotal. La generosidad de una familia me dio la oportunidad de llegar hasta la santa sede, fue la voluntad de Dios lo que me llevó hasta ese acontecimiento que nunca voy a olvidar ni dejar de agradecer a quienes me ayudaron a acompañar al papa Juan Pablo II.
Las palabras del padre Alejandro están llenas de recuerdos y agradecimiento. Estaba casi para ordenarse cuando vio por primera vez al papa, lo impactó tanto que jamás dejó de seguir sus acciones pastorales, sus mensajes y su vida. Fue en su persona que creció más su amor por la eucaristía, la Virgen de Guadalupe y por San Juan Diego. Con emoción me dijo que desde que lo conoció fue su modelo de pastor y halló en él un estilo de vida espiritual que seguir. Hechos que lo que lo ayudaron a confirmar su vocación sacerdotal, pero también para definir el tipo de padre que quería ser. Después de diecisiete años de estudio para ser sacerdote, la presencia de Juan Pablo fortaleció su decisión, junto a él dio el sí definitivo al servicio de Cristo y de María.
De forma coloquial, el padre Alejandro me dice que Juan Pablo II salió partiendo plaza y él lo siguió en todas sus visitas, donde admiró su trabajo con los enfermos, los presos y el pueblo humilde. De pronto se queda callado y suelta una frase contundente: “no era un artista que simulaba ni un político que va en busca de algo y que miente, el papa era un hombre auténtico”. Nuestro querido padre Alejandro Torres López se consagró en 1982 y fue hasta 1985 que fue por primera vez a Roma con el propósito de ver al sucesor de San Pedro. Lamentablemente, el día que estaba programado para que esto sucediera, el sumo pontífice estaba enfermo. A cambio les ofrecieron recorrer las obras de arte integradas a la santa sede.
“No terminé el recorrido y me salí del grupo, tomé un taxi como Dios me dio a entender y me fui a donde me dijeron que estaba”, recuerda el padre. Sabía que el papa se recuperaba en Castelgandolfo —comunidad situada en la región del Lacio, cerca del lago Albano, unos 18 kilómetros de Roma—. Desde su llegada a este lugar, me dice que ya sentía la cercanía de la presencia del papa. Poco a poco me fui caminando, tomaba fotos, otra vez caminaba, incluso seguí tomando fotos a pesar de saber que ya no tenía rollo la cámara. De pronto estaba dentro de los jardines de Castelgandolfo, aunque sentía que los guardias de un momento a otro me sacarían porque iba vestido de civil, en razón que se había cancelado ver al papa en el viaje y por eso no llevaba la ropa de sacerdote. Grande fue mi sorpresa cuando el papa Juan Pablo salió brevemente a despedir a una delegación de obispos polacos. El milagro se hizo y pude ver al santo padre a unos metros de donde yo estaba. “Me puse de rodillas, como lo haría San Juan Diego para agradecer la dicha de haber cumplido mi propósito”.
“No sabía que volvería a verlo, por eso cuando lo veía en la televisión le pedía a Dios que visitara nuevamente México. ¡Tal sería mi sorpresa que me invitan durante su visita al estadio de los Dodgers de los Ángeles, en Estados Unidos!. En aquella ocasión estuve en el lugar asignado a los sacerdotes. Cuando el papa empezó a caminar recuerdo que levanté la mano para bendecir una medallita que me encargaron, yo creo que el papa pensó que me estiraba para saludarlo y me dio la mano, pero al sentir la medallita de inmediato la retiró, pero al ver que lo que era, levantó la mano en señal de bendición”. Nuevamente, el padre Alejandro cumplía su cometido con ante el sumo pontífice.
Años más tarde, me cuenta, dio inicio el proceso de beatificación de Juan Diego y de plano ya no tuve palabras para reconocer todo lo que este hombre hacía por nuestra iglesia. “Desde niño crecí con la devoción a San Juan Diego y lo que vi en Juan Pablo me llenó de dicha por hacer posible lo que tanto anhelamos”. Poco después su estado de salud se complicó. El sólo acordarse el padre se pone serio y señala que vivió angustiado porque decían que el papa no vendría a México. Pero la gracia de Dios es infinita y, pesar de su estado de salud, el papa tuvo las fuerzas para venir y canonizar a San Juan Diego. “Ahí estuve presente, tuve el privilegio de estar en la concelebración de la canonización. Por su estado de salud, bien podría no haber venido, pero su amor por esta patria mexicana, a la Virgen de Guadalupe y a Juan Diego fue grande”. Al final me dice que tuvo la oportunidad de darle las gracias a Juan Pablo el día que sus reliquias estuvieron en la iglesia del Cerrito.
Los que conocemos al padre, sabemos que no tiene los recursos para viajar y menos para ir a Roma, pero también que su enorme fe y voluntad no lo dejan solo nunca. La familia Castro le regaló los boletos para que fuera a Roma a presenciar la canonización del papa Juan Pablo II, el guía de su sacerdocio. Nuevamente se ilumina su rostro, su color moreno se enciende y me dice que no faltó ninguna bandera del mundo, no hubo una lengua que no se hablara en la santa sede, pero lo que más me sorprendió fue que mexicanos y polacos tomamos la plaza. “Fue el día de un nuevo pentecostés para la iglesia católica. Cada uno de los presentes hablaba una lengua distinta, pero todos nos entendíamos”.
Nuestro amigo el padre padece de ciática y no puede estar de pie mucho tiempo, pero ese día me dice que estuve parado por horas, el dolor no lo sintió, así como tampoco los jalones y empujones de la señora que quería llegar junto con él más cerca del evento esperado. ¿Cómo le hizo para estar a metros del altar de la canonización cuando estaba a más de un kilómetro de distancia y una multitud de fieles? Simplemente me dice que:
¡Es el colmo de la bondad de Dios!.