Tiene razón Don Sergio, si queremos que las pocas personas interesadas en leer lo hagan, los textos deben ser redactados de manera sencilla; sin adornos ni palabras rebuscadas que confundan a los escasos lectores. Voy a intentar hacerlo, aunque quedo sujeto a su sano juicio de saber si lo consigo. Ahí le voy mi estimado amigo. El 9 de diciembre es el día de San Juan Diego, el indio humilde y sencillo de Cuautitlán que la Virgen Morena escogió para ser el portador de su imagen, la misma que está colocada en el altar de la Basílica de Guadalupe, ante quien el pueblo creyente se arrodilla para rezar y pedir su santa intervención.
Aquella mañana de 1531, salió, como siempre lo hacía, de su casa ubicada en el barrio de Tlayacac y emprendió su camino hacia Tlatelolco, para escuchar la misa y recibir la doctrina en la iglesia de Santiago. Nunca imaginó que su vida sería ejemplo de bondad y que el pueblo lo llamaría hombre santo. Ante él se dio el acontecimiento más grande de la religión católica en México y América: el milagro de las apariciones de la virgen de Guadalupe.
Fue el primer ser humano al que la virgen identificó como su hijo, el más pequeño, y al que pidió decir al obispo que, ahí en ese cerro del Tepeyacac, donde los indígenas acudían a celebrar a la diosa Tonantzin, quería se construyera su templo para mostrar amor, compasión, auxilio y defensa a todos los que a ella acudieran. Con palabras sencillas y directas, como hablan las madres a los hijos, ella le dijo a Juan Diego: “Ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo… Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo”. Así lo hizo.
Ahí empezó el acontecimiento extraordinario que sigue uniendo a México, ese fue el momento en el que nace el mayor vínculo de pertenencia de los mexicanos al suelo patrio; fue el evento donde unas flores —cortadas en el cerro árido y en pleno invierno cuando era imposible que las hubiera— se transformaron en la imagen que veneran millones de fieles. Desde entonces, Juan Diego Cuauhtlatoatzin siguió el camino de la virgen; se trasladó a vivir a su lado para cuidarla, barrer su casa y procurarla, como lo hacen los hijos bien nacidos con su madre. Nada los separó hasta que ella decidió llevar a este indio bueno y noble a su lado. Pasarían siglos, de 1531 a 2002, para que ella lo regresara a sus hermanos convertido en santo.
Cuautitlán estará de fiesta y para la iglesia católica mexicana será un día apropiado para invitar a la reconciliación, porque es la celebración del primer santo indígena en toda América, que hizo posible, por intercesión de la virgen, el entendimiento entre dos culturas totalmente diferentes: la indígena y la española; los vencidos y los vencedores. La sencilla y confortable iglesia del Cerrito, donde tuvo lugar la quinta aparición de la virgen y que fue construida en honor a Juan Diego y su tío Juan Bernardino hará lo que sea posible para lucir su mejor gala en la celebración de su hijo, el santo de Cuautitlán.
En este momento de ira, de discordia y de sangre absurdamente regada por todo el territorio nacional es importante aprovechar la celebración de San Juan Diego para compartir un mensaje de unión con Cristo y la Virgen de Guadalupe ante quienes valemos lo mismo, somos hijos por igual y no existe excepción alguna por más rico y poderoso que alguien sea. En su casa todos somos hijos de Dios y no hay clase ni posición social que haga diferente el uno frente al otro. En el acontecimiento mismo de las apariciones, encontramos un ejemplo insuperable e indiscutible de igualdad. La Virgen pudo elegir al más pudiente, al más fuerte, al más culto, pero se decidió por el más sencillo de sus hijos para ser su embajador, el portador de su deseo ante el obispo franciscano, fray Juan de Zumárraga.
Esa es la trascendencia del indio Juan Diego y su presencia constante es el orgullo más grande de los pobladores de la región a cargo de la renovada Diócesis de Cuautitlán. Al anunciar su canonización, el papa Juan Pablo II cumplía al pueblo mexicano un anhelo tan esperado. Si bien la evangelización estaba en camino por el noble esfuerzo de los frailes franciscanos, dominicos y agustinos, en las apariciones tuvo su mayor impulso.
Desde su presencia ante Juan Diego, la virgen ha formado parte del desarrollo social y cultural de México; ha estado presente y activa en los momentos decisivos de la patria. En las sequías, en las inundaciones, en las epidemias y en todo tipo de desastres naturales se ha recurrido a ella para pedir su justa intervención. La imagen estampada en el ayate sigue siendo la misma donde se acude para pedir que pase el mal momento que se vive o que se haga el milagro de algo que se quiere. Fue ella quien encabezó el movimiento de independencia, la que estuvo al frente de la batalla para hacer de México una patria libre y soberana. Esa imagen que convoca a todo un pueblo no es indígena ni española; es morena, mestiza; es decir, mexicana.
Es fácil decir que el 9 de diciembre es el día de San Juan Diego, pero esta fue una tarea que llevó mucho tiempo y requirió de la suma de voluntades para lograr el objetivo. Desde 1895 se tiene el registro de la primera solicitud formal para iniciar el proceso de beatificación de Juan Diego. Con la publicación del texto: “Apuntes Biográficos del Venturoso Indio Juan Diego”, Don Santiago Beguerisse comunicó al obispo de Cuernavaca, Fortino Hipólito Vera, su interés por iniciar un proceso para la beatificación del vidente.
Pasaron 44 años, para que en 1939, el primer obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate emitiera una carta pastoral en la que exhortaba a los prelados y teólogos de la Iglesia de México a promover la beatificación de Juan Diego. Reconoció que en todos los sermones y celebraciones dedicados a Nuestra Señora de Guadalupe apenas si se había mencionado “al indio venturoso”, agregando que “apenas se puede uno explicar el lamentable olvido en que hemos tenido a Juan durante más de cuatro siglos. Como si este hombre, por ser indio de raza pura, no fuese acreedor a nuestra atención” .
Años más tarde, el padre Lauro López Beltrán publicaría la biografía del vidente, incorporando el estudio teológico realizado por el obispo Manríquez y Zárate. El activismo del padre López Beltrán lograría, en 1977, que el entonces Arzobispo Primado de México, Don Ernesto Corripio Ahumada, se comprometiera para “asegurar que él haría todo lo que estuviera a su alcance para promover la beatificación del indio” . Así se hizo, y para el 7 de enero de 1984, ya como Cardenal Don Ernesto “presidió la ceremonia que daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego… mismo que concluyó sus trabajos el 23 de marzo de 1986.
Poco tiempo después se entregó toda la documentación a la Congregación para las Causas de los Santos . Todavía hubo una revisión más promovida por el propio cardenal. El 9 de octubre de 1989, congregó a especialistas en historia, investigadores y estudiosos del acontecimiento guadalupano para conocer los puntos a favor y en contra de la causa de Juan Diego.
Finalmente, y luego de pasar por un “largo camino de exámenes y tribunales, especialmente el de los historiadores, teólogos, obispo y cardenales” en 1990 fue aprobado el documento conocido como la Positio por la Congregación para la Causa de los Santos, lo que facilitó dar el primer paso hacia la beatificación. Venturosamente, el 9 de abril de 1990, el santo padre, Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. Luego vino todo un proceso, similar al de la beatificación para lograr la canonización, misma que llegaría el 31 de julio de 2002. El evento lo presidió el papa Juan Pablo II, en la Basílica de Guadalupe donde fue el encargado de dirigir la homilía durante la santa misa.
Desde la estampación de la imagen en la tilma de Juan Diego, dejó de ser de él para ser el patrimonio más preciado de todos los mexicanos. Somos deudores de este indio santo que nos ha dado mucho desde que la virgen lo eligió como su mensajero; justo es poner todos nuestros empeños en hacer realidad el rescate y construcción del camino de San Juan Diego; el verdadero camino del peregrino en México y toda América.