Según se cuenta en el medio político —y que también puede ajustarse al campo de la iniciativa privada— un servidor público recién nombrado llegó a tomar posesión de su nueva oficina; ya instalado vio tres sobres en su escritorio con la indicación que debían abrirse únicamente en caso de verdadera crisis. Sin pasar mucho tiempo, el funcionario se metió en problemas y decidió abrir el primer sobre donde leyó la recomendación “échele la culpa a su predecesor”. Así procedió y, como buen político mexicano, dio discursos a diestra y siniestra; repartió culpas y ubicó responsables por todos lados; pero al poco tiempo los conflictos crecieron, por lo que tomó la decisión de abrir el segundo sobre que decía “reorganícese”.
Así se la llevó, y como dirían los chavos, “nadó de a muertito”. Sin embargo, los problemas crecieron y, sin saber qué rumbo tomar, echó mano del tercer sobre, donde leyó un renglón que le indicaba: “Vaya preparando tres sobres”. Este relato parece ajustarse a la realidad mexicana, pero el titular del Ejecutivo no está en tiempo de abrir todavía el tercer sobre, aunque muchos de sus colaboradores quisieran que llegara ese esperado momento, porque significaría la elección del sucesor. Desafortunadamente, apenas estamos pasando por la dura etapa del primer sobre y todo parece indicar que se abrirá el segundo con el cambio de algunos secretarios, con la llegada del proceso electoral del 2015.
Como lo indica el texto del segundo sobre, al gobierno le urge reorganizarse. Los secretarios que están a la cabeza del organigrama principal de la Administración Pública Federal han demostrado no estar a la altura de las exigencias del titular del Ejecutivo y menos de las que requiere el país. Los gobernadores de los estados y los presidentes municipales, principalmente de su partido (el Revolucionario Institucional) lo han dejado solo con la responsabilidad de conducir el rumbo nacional que vive su peor momento. Desde luego existen honrosas excepciones, como es el caso de la presidenta municipal de Metepec, que ha dado muestras de talento para gobernar y administrar los recursos públicos con eficiencia.
Todos los días sale el presidente en los medios a declarar por un problema en curso —o por otro recién aparecido en la escena nacional— en consecuencia todos los días pierde legitimidad su administración. La percepción que crece es la de un gobierno errático, que no sabe cómo actuar con acierto, incluso con firmeza. Tal vez la recomendación de su gabinete sea dejar que las protestas crezcan y el nivel de violencia en las mismas sea el antídoto que genere su propio rechazo. Sin embargo, esta es una batalla que ya perdieron debido a que la opinión pública atribuye los desmanes de los encapuchados al gobierno mismo. Las familias ya no tan fácil se la creen que son los estudiantes, los maestros o los líderes inconformes los autores de la violencia; por el contrario, está creciendo la idea que es una estrategia gubernamental para justificar una represión al reclamo social. Es decir, criminalizar la protesta en lugar de apurar la respuesta.
Todo parece indicar que estamos viviendo la misma receta aplicada a la administración de Felipe Calderón Hinojosa, donde la oposición en su conjunto responsabilizaba al Ejecutivo de todos los males que aquejaban al país. De hecho, la frase más citada en los discursos opositores y por los medios de comunicación fue “la aguerra de Calderón”. En aquella ocasión, el presidente tampoco tuvo funcionarios en su primer círculo que lo auxiliaran en la toma de decisiones, al grado que muchos de ellos fueron tomados como una broma de mal gusto, prácticamente desapareció la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Desarrollo Social, la Procuraduría General de la República y todo el peso cayó en la Secretaría de la Defensa Nacional y en el Secretaría de Seguridad Pública, instancias que al final sufrieron una pérdida de credibilidad de niveles preocupantes, al grado que esta última desapareció en la administración federal entrante.
Con la llegada del nuevo presidente, se suponía que también venían los políticos de la experiencia; y esto constituía una ventaja frente a los que se iban, que nunca supieron cómo enderezar el barco nacional, que navegaba en aguas turbulentas. Sin embargo, el momento de aplicar la instrucción del primer sobre ya pasó, hecho que cancela la posibilidad de seguir culpando al que se fue de los problemas del país. Les funcionó hacerlo y parece que lo hicieron bien, pero el tiempo ganado no fue útil para tomar decisiones para la reconducción del país. Los hechos de violencia surgidos en Guerrero y Michoacán son ejemplos de un terrible vacío de autoridad, de una total ausencia de los gobernadores y de la inexistencia de los presidentes municipales.
Sin minimizar el problema de la inseguridad, lo más grave no es la presencia de grupos criminales capaces de igualar la capacidad de fuego del Ejército Mexicano y con flujos de dinero en efectivo que no tiene ningún nivel de gobierno en el país; el problema de fondo es la ineficaz presencia del Estado. Lamentablemente, la debilidad institucional no se limita a esos dos estados, también se refleja en Veracruz, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Si a la complejidad de los asuntos públicos sin respuesta sumamos los actos de corrupción dados a conocer a la opinión pública por los medios de comunicación, la fragilidad y credibilidad del gobierno está en caída libre y lo peor es que parece no tocar fondo.
¿De todo es responsable el presidente en turno?; no, pero está obligado a tomar decisiones de Estado. Una de ellas es que el Poder Legislativo, como órgano deliberante del Estado mexicano no se puede irse de vacaciones mientras la nación sufre su peor crisis institucional. Esa es una tarea de su secretario de Gobernación. La corrupción se está comiendo al país, lo está carcomiendo desde sus estructuras y pararla de tajo amerita decisiones de altura, precisamente porque están minando la escasa credibilidad del gobierno. Pero cómo creer que les preocupa —o que forma parte de la agenda gubernamental— cuando el Coordinador del Grupo Parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados, Manlio Favio Beltrones Rivera, declara que su bancada estará lista, en febrero de 2015, para discutir las reformas urgentes para combatir la corrupción. ¿Pues no que son urgentes?, ¿Entonces porque hasta febrero?, ¿Para que se olvide en la opinión pública y todo siga igual?. No se trata de una reforma más, se trata de superar uno de los peores males del país que lo sitúan en el descrédito internacional y sumido en el subdesarrollo.
Este mismo político del primer círculo del priismo destacó que en el periodo de sesiones, concluido el pasado 15 de diciembre, se logró la aprobación de 93 reformas y la pregunta obligada es ¿Y todo eso cambió la realidad del país?, ¿Superó los problemas de ingobernabilidad nacional?, ¿Mejoró la seguridad en el territorio nacional?, ¿Modificó los índices de corrupción que penosamente agobian a México?, ¿Fortaleció la credibilidad en los poderes públicos?; todo parece indicar que no. Pero este político con experiencia habla en futuro como si la gravedad de los asuntos públicos tuviera las condiciones para esperar a que regresen los señores legisladores de sus vacaciones. ¿Qué hubiera pasado si el presidente hace un llamado al Poder Legislativo para trabajar en la solución de los retos del país? Tal vez no mucho, pero sería una muestra de que realmente está ocupado en encontrar alternativas de solución. Apostar al tiempo es una variante de alto riesgo y propia de un México que ya no existe. En el escenario nacional la información ya no la controla en su totalidad ni puede el Estado, tampoco puede asumir actos unilaterales sin que exista respuesta de parte de los agraviados.
Imagínense nada más, un ex gobernador que tiene una isla, otro que tiene un banco, uno más que asignó una obra hidráulica que su pueblo pagará durante treinta años contra toda opinión de la sociedad organizada, otros que meten a la cárcel a periodistas o simplemente son asesinados, otros donde mueren y mueren mujeres y no pasa nada, por ahí ando uno que endeudó a su estado con miles de millones de pesos y tan campante se fue a estudiar y vivir en el extranjero, por cierto era buen bailarín. En qué país estamos viviendo? Según los políticos en uno que ha logrado avances estructurales; según el pueblo en otro donde viven 90 millones de pobres, de siete millones de jóvenes sin oportunidades, de mujeres maltratadas y de niños sin futuro. De los gobiernos municipales no hay mucho que decir, están en quiebra, ya no cumplen con su función social de prestar servicios públicos, de procurar el bienestar comunitario; son maquinas electorales.
Todo indica que el presidente de México vive un momento de soledad sin gabinete, sin gobernadores y presidentes municipales acordes a la altura de los retos del país. Sin embargo, en él también está la solución: tomar decisiones políticas de Estado. Difíciles, desde luego; tiene de otra, lamentablemente no.